Columna

Madrid, capital animal

EL ser humano es la naturaleza tomando conciencia de sí misma. Esta idea tan optimista, que popularizó el geógrafo Eliseo Reclus, parece más próxima al mandamiento poético que a la realidad. La historia humana, en relación con la naturaleza, ha estado dominada, en gran parte, por la “suspensión de las conciencias”. Pero la conciencia es un bicho perturbador, escurridizo, y con una obsesión extravagante: sacudir las conciencias. Digamos que la conciencia es un animal empeñado en causar incomodidad a las conciencias por el método de sacudirlas.

Los mejores momentos de la humanidad son eso...

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EL ser humano es la naturaleza tomando conciencia de sí misma. Esta idea tan optimista, que popularizó el geógrafo Eliseo Reclus, parece más próxima al mandamiento poético que a la realidad. La historia humana, en relación con la naturaleza, ha estado dominada, en gran parte, por la “suspensión de las conciencias”. Pero la conciencia es un bicho perturbador, escurridizo, y con una obsesión extravagante: sacudir las conciencias. Digamos que la conciencia es un animal empeñado en causar incomodidad a las conciencias por el método de sacudirlas.

Los mejores momentos de la humanidad son esos en que se produce una sacudida de conciencias. En vez de contar la historia por batallas y carnicerías, sería magnífico elaborar un calendario de Grandes Sacudidas de Conciencia. Una de esas memorables sacudidas, a propósito del ser humano y la naturaleza, tuvo lugar el 7 de julio de 2012 en la Universidad de Cambridge. Fue el día en que un grupo de neurocientíficos hizo público un manifiesto conocido como la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia. Todavía hay conciencias apoltronadas que no se han repuesto de semejante susto. De lo que se declaró en Cambridge, por Stephen Hawking y otros desamordazados, puede dar idea este nuevo paradigma: “El grueso de la evidencia indica que los humanos no somos los únicos en poseer la base neurológica que da lugar a la conciencia”. Y añaden: “Los animales no humanos, incluyendo todos los mamíferos y aves, y muchas otras criaturas, como los pulpos, también poseen estos sustratos neurológicos”.

Después de Cambridge, y cuatro años después, Madrid. El lugar elegido por la conciencia para sacudir conciencias. Ya está en marcha Madrid, Capital Animal 2016.

Madrid también necesita otra mirada. Hay quien solo ve la capital oficial, el lugar centralista, el ojo panóptico que escruta el ruedo ibérico de las conciencias. Pero Madrid, históricamente, ha sido un buen hábitat para la conciencia, ese animal indómito. Una capital de la conciencia. No sólo cuando se rompe con tradiciones anacrónicas, sino cuando se liberan las tradiciones de la jaula del conformismo. Y surge una identidad que se despereza, inconformista, en convulsión. Un lugar donde se quiere estar o al que se quiere ir. Porque el reloj va por delante. Un lugar donde pensar, sentir y nombrar lo que todavía es voz baja en la humanidad. Un lugar capital.

Eso fue el Madrid capaz de convertir el Orgullo Gay en un orgullo colectivo. Una nueva identidad. Una capital elegida por la gente, libre de prejuicios, habitada por la libertad, el gozo, la risa. Lo que ahora es parte de la mejor identidad de Madrid, en su momento fue para algunos el primer día del apocalipsis.

Pero ahí está la conciencia, ese día, de fiesta en Madrid. La capital Gay. La honra de ser vanguardia LGTB en un mapa todavía lastrado de convenciones rancias y alguna modernidad estupefaciente.

La conciencia vuelve a posarse. Vuelve a poner la identidad en convulsión. Vuelve a hacer de Madrid el lugar de la vanguardia. Un epicentro de lo todavía en apariencia marginal, pero que se extiende imparable como un nuevo sentido común. Desde finales de este mes de abril hasta el 30 de junio, con una intervención final del Nobel J. M. Coetzee, Madrid será Capital Animal 2016. Hablar hoy de animalismo, de liberación animal, de derechos de los animales significa repensar críticamente el mundo, desentrañar todas las injusticias. Es la forma más profunda y valiente de hablar de humanismo. La liberación animal también libera al animal humano. Para empezar, lo libera de la animalofobia y de la ideología carnista en la alimentación como pensamiento único.

Los animales son buenos para pensar, decía Claude Lévi-Strauss. Y esa afirmación tiene ya un doble sentido. Nos ayudan a pensar en nosotros y en qué piensan ellos de nosotros. También son buenos para sentir. Porque nos ayudan a sentir y porque sentimos que sienten. Son buenos para ver. Para ver mejor. Para intentar ver lo que ellos ven. Para imaginar otra imaginación.

La literatura, el pensamiento, el arte nos sirven para viajar contra la ignorancia. Para contar la historia íntima de la humanidad, pero también la historia de los otros seres, de las personas no humanas. Y de todo eso va a ser capital Madrid esta primavera.

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