Columna

Querida Maite

HE visto las fotografías de vuestro nuevo homenaje a tu hermano Joseba en Andoáin. Ahí estás con los amigos fieles. No son muchos, pero su coraje continúa siendo valioso.

Además de fijarme en las fotos, escucho algunas palabras tuyas. Opino que aciertas cuando hablas de Hannah Arendt y recuerdas el subtítulo de su obra dedicada a Adolf Eichmann: Un estudio sobre la banalidad del mal. Las páginas de Arendt transparentan algo que tú has padecido. El acoso y el crimen no son responsabilidad exclusiva de los dirigentes que deciden eliminar a un discrepante. Has comprobado cómo part...

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HE visto las fotografías de vuestro nuevo homenaje a tu hermano Joseba en Andoáin. Ahí estás con los amigos fieles. No son muchos, pero su coraje continúa siendo valioso.

Además de fijarme en las fotos, escucho algunas palabras tuyas. Opino que aciertas cuando hablas de Hannah Arendt y recuerdas el subtítulo de su obra dedicada a Adolf Eichmann: Un estudio sobre la banalidad del mal. Las páginas de Arendt transparentan algo que tú has padecido. El acoso y el crimen no son responsabilidad exclusiva de los dirigentes que deciden eliminar a un discrepante. Has comprobado cómo participa el vecino que exhibe su indiferencia o cierra su ventana para no ver tu dolor. Esto es casi tan triste como la crueldad de los clérigos armados de ETA.

Y ahora mi primera nota de gratitud. No olvidaré el día invernal en que nos conocimos. Caminábamos por las calles de San Sebastián y nos protegieron tus guardaespaldas. Enseguida, en silencio, me diste una lección de dignidad. Sentí hirientes los disimulos de los que te vieron pasar amenazada. Sí, lo que más duele es nuestra comodidad fría. Unos, escondidos en la niebla de la equidistancia. Otros, reunidos alrededor de las frases que justifican el sufrimiento ajeno. En aquel breve paseo era muy fácil imaginar con qué silencios triunfaron las grandes tiranías del siglo XX. Tampoco costaba saber cómo fue la vida cotidiana en el fascismo, el nazismo, el sistema soviético. También pensé en los lemas que grita una muchedumbre. Intuí que en casi todas las consignas coreadas sobresale un deseo de obedecer. Tú mantuviste la calma. Tu entereza fue para mí una enseñanza. Sentí que aquel sosiego venía del conocimiento y estaba lejos de la sumisión. Después, sentados a la mesa, me dijiste de memoria los mejores versos de Blas de Otero. Pertenecían a poemas de los libros Ángel fieramente humano y Redoble de conciencia, escritos con el inconformismo que ninguna ideología política puede disminuir.

Mi segunda nota de gratitud. En pleno siglo XXI, aún existe una cárcel que sigue de moda: la identidad colectiva. Ha aglutinado mucha tacañería espiritual. Sin embargo, que a nadie se le ocurra causarle el menor rasguño a esa criatura inventada. El egoísmo primario y la altivez invitan a lo uniforme. Para romper diques mentales, necesitamos que otras culturas manchen nuestra vanidad. En tus reflexiones he percibido siempre una apertura. Tú das voz política a quienes se niegan a celebrar la pobreza que contienen tres palabras unidas: ¡Vivan los nuestros!

Mi tercera nota de gratitud. La política parece la actividad perfecta para que los rencores puedan disfrazarse. Muchas veces el odio se regenera vestido de idealismo airado. Quienes están escarmentados por los totalitarismos ven el resentimiento debajo de no pocas máscaras. Afortunadamente, tu sentido de la justicia es incompatible con la inquina. Lo que más valoro de tu comportamiento es que sepas combinar la coherencia democrática y la firmeza sin caer en ningún desquite.

Miro de nuevo las imágenes de los convocados junto a La casa de Joseba, escultura de Agustín Ibarrola. El compromiso de esas personas con la libertad no ha envejecido.

Supongo que a veces te sientes sola. No es mi caso. Me acompaña y guía tu rectitud sin odio.

Me río de la distancia geográfica al enviarte un abrazo muy largo.

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