Tía vocacional

Si escucho, consuelo, comprendo y aconsejo, habrá un futuro en que los sobrinos pagarán la cuenta

Nao Albet e Irene Escolar en una escena de la obra ‘El público’.

Todos los artículos deberían tener una segunda parte. La primera siempre queda incompleta. Me doy cuenta cuando recibo los comentarios de los lectores. En mi descargo diré que en 800 palabras no me caben todos ustedes con sus insustituibles experiencias particulares. Tampoco se pueden introducir todos los matices que una desearía. Escribí, por ejemplo, hace cosa de un mes una columna titulada La maternidad, años después, donde recordaba que ser madre o ser padre no es patrimonio exclusivo de los que tienen bebés o niños chicos, aunque sólo sea eso lo que aparece en la prensa o aunque ...

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Todos los artículos deberían tener una segunda parte. La primera siempre queda incompleta. Me doy cuenta cuando recibo los comentarios de los lectores. En mi descargo diré que en 800 palabras no me caben todos ustedes con sus insustituibles experiencias particulares. Tampoco se pueden introducir todos los matices que una desearía. Escribí, por ejemplo, hace cosa de un mes una columna titulada La maternidad, años después, donde recordaba que ser madre o ser padre no es patrimonio exclusivo de los que tienen bebés o niños chicos, aunque sólo sea eso lo que aparece en la prensa o aunque haya madres en este caprichoso presente que, con su fervor sin descanso, crean que han descubierto la verdadera maternidad y que lo anterior fue una chapuza protagonizada por mujeres desnaturalizadas que dejaban a sus bebés en manos de terceros. A los pocos días, Rosa Montero publicó en El País Semanal una columna, Tan completa o tan incompleta, que yo hubiera firmado si se hubiera tratado de un manifiesto, aunque ella no haya tenido hijos y yo sí. Tan completa pueda sentirse una mujer que ha tenido descendencia como la que no, aunque las mujeres nos veamos en la absurda obligación de explicar o justificar el hecho de no haber sido madres. El dicho reza que "madre no hay más que una", pero madres hay tantas como mujeres, amorosas o pesadísimas, que apoyan la independencia de los hijos o que los acogotan con su sobreprotección hasta asfixiarlos. Por otro lado, jamás se me ocurriría reducir la figura materna a lo biológico. Se puede ser tía, mentora, madrina, protectora, tutora, maestra, o como quiera llamarse a este papel de velar por quien está empezando. De hecho, yo creo que nací para ser tía y es el cargo que ostento de manera más desprendida, con desinterés y sin remordimientos. Ser tía se parece a ser madre pero sin esa culpa constante que no inventó el cristianismo, sino que está en la esencia misma de ciertas relaciones familiares. Según he ido cumpliendo años me han crecido los sobrinos, en edad, también en número. La relación con mis adorables y múltiples sobrinos me da una perspectiva amplia de lo que es la vida. Algo que aprendí en la radio, cuando entré a trabajar, es que para hacerse una idea ajustada del mundo hay que relacionarse con todas las edades de la vida. Los que tan sólo se relacionan con sus colegas de generación son más ignorantes, aunque ellos no lo sepan y se crean cargados de razón para juzgar el mundo. Un joven que sólo se trata con jóvenes es más arrogante, más egoísta, más injusto, pero se podrían achacar los mismos defectos a alguien que sólo trata con personas maduras por considerar que alguien con menos experiencia carece de interés.

Tener sobrinos, para una tía vocacional como yo, es bastante costoso. Hay que dedicar mucho tiempo a la sobrinería, se debe escuchar tanto como se es escuchada, porque nada hay más penoso que pasar a esa etapa en la que se cuentan batallitas; también hay que estar dispuesto a pagar la cuenta, porque los sobrinos, en general, están a dos velas. Pero este oficio tiene muchas compensaciones. Una de mis sobrinas por elección propia es la actriz Irene Escolar. Creció con los libros de Manolito, que yo le iba dedicando y entregando a su tío Emilio, porque si hay algo de lo que nuestra Irene no está huérfana es de tíos. La tía Julia, el tío Emilio, los dos velando siempre por esa niña que se ha convertido ya en una estrella. Irene me invitó esta semana a ver El público, la función de Lorca que representan en La Abadía bajo la dirección de Álex Rigola. Las palabras lorquianas suenan como diamantes; el montaje sobrecoge, inquieta y perturba, pero he de reconocer que había momentos en que me sentía perdida y no entendía lo que el autor estaba tratando de contarme. La llamé al día siguiente, es la ventaja que tenemos las tías, que podemos llamar a la actriz para decirle: "Por Dios, explícame en qué te basas para interpretar un texto tan misterioso". Ser tía exige dar crédito a lo que cuentan los sobrinos y no mostrar que la experiencia te coloca por sistema en una posición superior, así que yo escuché con interés las explicaciones que Irene, siempre aplicada, dulce, pero fuerte y voluntariosa, me dio sobre esa obra que cuando se estudia, me aseguró, se comprende, y aquello que no se comprende hay que concedérselo a la belleza inexplicable de frases que suenan como versos.

Confieso que no es sólo la generosidad lo que me mueve, en absoluto, yo me tomo este papel, el de tía, como una inversión a largo plazo. Si hoy escucho, consuelo, comprendo, y alguna vez (pocas) aconsejo, habrá un futuro, sospecho que algo lejano, en que los sobrinos paguen la cuenta.

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