Cartas al director

Entiendo a los cubanos

Mi amigo Manolo emigró a Brasil en 1952 con su mujer y su hija, y volvió a España en 1964 con ellas y cuatro más. Como tantos, esperó años la muerte de Franco. Cuando la enfermedad final de este, los amigos de Brasil le llamaban. Allí ya habían dado “la noticia”. Pero al día siguiente, nada. Eso sí, cada vez que “moría”, nos agarrábamos una borrachera de campeonato. Al día siguiente de operarme de amígdalas, me despertó mi padre, Abc en mano: “Franco ha muerto”. Pero yo no podía hablar, ni cantar ni gritar de alegría. No podía emitir sonido alguno. Casi mejor, porque papá y yo nos hub...

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Mi amigo Manolo emigró a Brasil en 1952 con su mujer y su hija, y volvió a España en 1964 con ellas y cuatro más. Como tantos, esperó años la muerte de Franco. Cuando la enfermedad final de este, los amigos de Brasil le llamaban. Allí ya habían dado “la noticia”. Pero al día siguiente, nada. Eso sí, cada vez que “moría”, nos agarrábamos una borrachera de campeonato. Al día siguiente de operarme de amígdalas, me despertó mi padre, Abc en mano: “Franco ha muerto”. Pero yo no podía hablar, ni cantar ni gritar de alegría. No podía emitir sonido alguno. Casi mejor, porque papá y yo nos hubiéramos enzarzado en una más de nuestras olímpicas discusiones. Pero qué alegría... Y también tristeza. La de tener que esperar años que un tipejo se muera para volver a ser libres. Por eso entiendo tan bien a los cubanos.— Fernando Trueba.

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