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El hogar de los sin hogar

Del 25 de noviembre al 31 de marzo, el Ayuntamiento de Madrid abre centros de emergencia para que los indigentes pernocten

Dionisio, de 57 años, está junto a la puerta del comedor esperando a que la abran. "Los de las sillas vamos primero", cuenta dando unos toques con la mano en el brazo de la silla de ruedas, orgulloso de su "vehículo". No tiene piernas desde hace 15 años a causa de la diabetes, pero asegura que se cuida, que va a todos los especialistas: "El 18 de febrero tengo cita con mi endocrina". Cuando piensa en su día a día, dice que está muy aburrido desde que se separó hace 30 años. Lleva más de 20 viviendo en la calle y no recuerda cuándo el Samur Social (el servicio del Ayuntamiento de Madrid dedicado a la atención de las emergencias sociales) le llevó al centro de acogida. Las bajas temperaturas de estos días en la capital no le parecen tan duras como cuando trabajaba en la construcción. "Esos inviernos sí que eran fríos, por no hablar del calor de los veranos", dice.BERNARDO PÉREZ
Con su gorra, su bastón en una mano y una lata de coca-cola en la otra, Ernesto Ayala espera para entrar a comer. Nació en La Carolina (Jaén) hace 71 años, pero pronto llegó a Madrid. A los tres ingresó en el colegio de los Salesianos de Atocha, de donde salió a los 14 para ser camarero del Café Gijón. Hizo la mili a unos metros, en el Cuartel General del Ejército, y volvió a trabajar donde desayunaba todos los días, en el bar del teatro Marquina. Recuerda con una sonrisa pícara a los escritores y actores que conoció, pero no dice sus nombres. Ahora, cuando se "escapa" del centro, va a Atocha, pasea por la estación o por la calle de las Delicias. Desde hace un año y medio ya no desaparece temporadas largas del que hoy es su hogar. Antes sí lo hacía.BERNARDO PÉREZ
El aspecto de estos centros es bastante aséptico. El carácter lo dan los que los habitan. Paredes lisas con algún dibujo o manualidad hecha durante alguna de las actividades que se organizan para que los días no sean tan largos ni estén tan vacíos. En la puerta se reúnen los que fuman, tanto trabajadores como los sin hogar, refugiados del frío lo máximo posible. Al entrar golpea un fuerte olor a detergente, o a ambientador, a lugar recién limpio. Olor que se va diluyendo poco a poco en las estancias interiores. En las salas algunos hablan entre ellos, se crean relaciones de todo tipo: amistades, noviazgos... Otros no interactúan y se quedan con la soledad y su pasado como únicos compañeros en esas difíciles vidas, las de todos los que pasan por allí.BERNARDO PÉREZ
Hay denominadores comunes entre las personas sin hogar. No tienen que ver con su procedencia, ni con su nivel de estudios. Aunque hay excepciones, es muy frecuente encontrar problemas con el alcohol, con todo tipo de drogas —duras y blandas—, familias no solo rotas, destrozadas en añicos que usualmente se desentienden de la persona. Algunos, los menos, pueden acceder a albergues permanentes, otros sólo se pueden beneficiar de los llamados de emergencia, que abren cuando las temperaturas son bajas, del 25 de noviembre al 31 de marzo. Todavía queda otra posibilidad: la emergencia extrema por temperaturas realmente polares. Entonces se amplía el número de camas, pero esto es un caso muy excepcional.BERNARDO PÉREZ
A la izquierda de la imagen se ve a Fernando Carrasco, madrileño de 49 años, sentado en su silla de ruedas en su "despacho", como llama a la sala donde pinta con témperas y acuarelas. "Soy dibujante", explica interesado en dar a conocer sus obras. Dice que le gustan Picasso y Sorolla. Lleva en el centro Pinar de San José casi dos años. Está allí "por ser un cabeza loca, si me pusiera a contar podría escribir 100 folios", asegura mientras se ríe y deja ver sus encías. No tiene ni un diente. Su indumentaria es curiosa: lleva dos relojes y dos gafas, las de sol en la frente junto con una herida que no recuerda cómo se ha hecho. "Tengo familia pero como si tuviera un botijo. Mi hija tiene 29 años y no la veo desde que era pequeña", así relata su vida anterior. Era transportista, ha viajado por toda Europa. "Lo de Finlandia sí era frío. Se me congelaba hasta el gasoil".Bernardo Pérez
Muchos de los mendigos que malviven en las calles de Madrid intentan pasar los fríos días del invierno entre unos albergues y otros. Se conocen los horarios de comida y las posibilidades que les ofrecen. La vida en la calle es muy dura y aunque en esta época hay más opciones para pernoctar bajo techo, saben que tienen que mantener "su lugar" donde, cuando llegue la primavera, volverán a situar los cartones que les sirven de colchón.BERNARDO PÉREZ
Cada noche desde el 25 de noviembre al 31 de marzo, 150 personas llegan al centro de acogida de emergencia para personas sin hogar Pinar de San José, situado en el límite de Madrid con Leganés. Dos autobuses, uno a las ocho de la tarde y otro una hora después, recogen a indigentes en la glorieta de San Vicente y les llevan a este albergue habilitado por el Ayuntamiento de la capital para esta época de duras condiciones meteorológicas, cuando las noches a la intemperie se hacen más difíciles de lo que ya son de por sí. No hay un perfil concreto de las personas que utilizan estos centros. Liliana Osipov, coordinadora del albergue, explica que la mitad son españoles y la mitad extranjeros. Todos esperan en fila a subir al autobús, no llevan nada, allí les darán lo que necesitan: la cena y ropa de cama. La mayoría son hombres, pero hay 20 plazas reservadas para mujeres.Bernardo Pérez
Al llegar vuelven a colocarse en fila para entrar. En la calle, un coche de policía con dos agentes que vigilan que no haya ningún altercado. Confirman que así es, que el personal del centro lo tiene todo bastante controlado. La espera para entrar es más agradable que la del autobús. Dos estufas de butano caldean la fría noche madrileña, que ronda los cero grados. En el vestíbulo, dos mesas en las que el personal toma nota de quién va cada noche. El Samur Social lleva un registro de las personas con necesidad que hay en la ciudad y que necesitan de estos servicios. Les dan una tarjeta válida para siete noches, que pueden ir renovando, y les sellan cada estancia allí. En el hall se distribuyen, unos van a las habitaciones, otros directamente al comedor, vagan con o sin rumbo, pero con una temperatura agradable. Para cualquier persona ajena puede parecer que hay cierto desorden, pero el personal tiene todo bajo control. Casi todos se conocen, son muchas noches repitiendo el mismo deambular.Bernardo Pérez
Jesús no quiere dar sus datos por si alguien le reconoce. Es músico y asegura que ha compuesto canciones, entre otros, para Manzanita. Lleva el cepillo de dientes en el bolsillo pues aunque no tiene casa y come donde le den, quiere mantener su aseo y siempre se lava los dientes. Pasa los días en un centro en el paseo del General Martínez Campos, donde puede estar de nueve de la mañana a seis de la tarde. "Me entretengo en la sala de ordenadores. Actualizo mi Facebook, tengo que demostrar que sigo vivo", explica. Pasa las noches de invierno en el centro Pinar de San José, y las de verano tiene licencia para tocar en las terrazas del barrio de Retiro (Madrid). Su futuro lo ve en una habitación: "Por lo menos eso podré pagarlo con mi pequeña pensión". Explica que lo que ahora gana se lo queda el banco, que también se quedó con su casa cuando le desahuciaron.Bernardo Pérez
Bajo una gorra con el escudo de España camina cabizbajo y arrastrando los pies Laurentiu Daniel Ion. Este rumano de 48 años llegó a Valencia hace más de dos con un contrato de trabajo para recoger fruta. "Eso se acabó. Ahora ayudo a un peruano que tiene un puesto de banderas y gorras en Príncipe Pío y así saco algo de dinero para cigarros", cuenta. Ha llegado a este albergue del Ayuntamiento de Madrid gracias al Samur Social, al que también le agradece que le haya ayudado a renovar su pasaporte y a tener sus papeles en regla. Abre su cartera y muestra todas las fotocopias de sus documentos: empadronamiento, NIE, incluso una tarjeta de una cadena de supermercados. Señala con sus gruesos dedos los detalles que quiere mostrar, a veces le cuesta expresarse en español, aunque asegura que lo entiende y va a clases para aprender a escribirlo todos los jueves.Bernardo Pérez
Con una alegre sonrisa y escuchando a Michael Jackson entra Ángel Luis Molina en la que es su casa hasta el 31 de marzo. "Me han hecho fijo", bromea. "Hay que tomarse las cosas con humor". Este madrileño —de San Blas, especifica— se quita la chaqueta al llegar y se queda en manga corta. Ha dejado su abrigo a su novia, que lleva dos por el frío. La protege. Pide que no le hagan fotos porque ha sido víctima de malos tratos. Llevan siete meses juntos. Ella asegura que se conocían desde hace más tiempo, pero él no lo recuerda: "Estaba alcoholizado y drogado". Reconoce que ha acabado allí por la mala vida que ha llevado. Ahora busca trabajo "de lo que sea". Se recorre multitud de pueblos de la Comunidad de Madrid, empieza a enumerar: Leganés, Torrejón, Alcobendas... "y nada". En mayo, cuando comience la temporada fuerte de hostelería en la costa, se irá a Alicante a probar suerte. Lo intentó el pasado año y no lo consiguió. "Pero donde voy, dejo huella", dice despidiéndose mientras se quita el sombrero y hace una reverencia.Bernardo Pérez
En el centro de emergencias no solo se duerme y se come. "Tienen tiempo para muchas cosas, todo el del mundo", sostiene Liliana Osipov, coordinadora del albergue. Los que allí pernoctan se reúnen en la sala de televisión después de cenar. No todos entienden lo que ponen, algunos no hablan español, pero no importa, miran absortos la pantalla. Aunque se oye el ruido de la película, reina un extraño silencio entre ellos, cada uno ensimismado en las imágenes o en sus pensamientos. Osipov es moldava y entre otros idiomas habla ruso y rumano, lo que es un punto en su currículo para trabajar en este lugar en el que hay gente de todas las nacionalidades. Reconoce que ha vivido situaciones muy difíciles pero que después de un día malo suele venir uno bueno y eso es lo más gratificante. Da una pista sobre el ingrediente secreto que hay que poner: el cariño.Bernardo Pérez
Las alertas meteorológicas están activadas. Noches de heladas en toda la Península, la nieve mantiene pueblos incomunicados y, sin embargo, la vida nocturna de la plaza Mayor de Madrid no cesa. Hay menos indigentes que en otras épocas del año, ya que algunos acceden en estas fechas a las recomendaciones del Samur Social y pasan la noche en albergues. Pero otros se mantienen en la calle, bajo techo, sí, el de los soportales de la plaza Mayor o el de las calles que desembocan en ella. Miran a los viandantes y les dan las buenas noches. Sacan las mantas de los carritos de supermercado que arrastran. Por lo menos durante unos minutos han podido beber algo caliente: el chocolate o café que ofrece una parroquia de Leganés todos los jueves. Pero no solo están ellos, diferentes grupos y organizaciones van distintos días de la semana para repartir bebida y comida a los que lo necesiten.Bernardo Pérez