Cartas al director

Elegir un camino

Todas las mañanas desayunamos con la decepción y la sensación de fracaso más absolutos. Los ídolos creados por el espejismo de la abundancia y el despilfarro van cayendo uno a uno dejando ver el fango con el que fueron moldeados.

Caímos como insectos ante la trampa de luz cegadora del valor del dinero por encima de todo y también del todo vale para conseguirlo. Nos entregamos durante años a la orgía de la posesión de coches potentes, del adosado, del apartamento en la playa, del viaje al Caribe, del yo me lo compro porque lo tiene mi vecino, del relumbrón y la horterada propios de los n...

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Todas las mañanas desayunamos con la decepción y la sensación de fracaso más absolutos. Los ídolos creados por el espejismo de la abundancia y el despilfarro van cayendo uno a uno dejando ver el fango con el que fueron moldeados.

Caímos como insectos ante la trampa de luz cegadora del valor del dinero por encima de todo y también del todo vale para conseguirlo. Nos entregamos durante años a la orgía de la posesión de coches potentes, del adosado, del apartamento en la playa, del viaje al Caribe, del yo me lo compro porque lo tiene mi vecino, del relumbrón y la horterada propios de los nuevos ricos.

Se trataba de obtener todo aquello que una vez conseguido no nos hacía felices porque significaba endeudarnos para toda la vida y la pérdida de nuestra libertad en la oficina de un banco cualquiera. Creo que todos fuimos culpables. Los defraudadores que nos condujeron a esa trampa y los que ejercimos de incautos y caímos en ella.

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Sin embargo, esas fuerzas que nos llevaron al espejismo del consumo desmesurado y al endeudamiento más atroz siguen con el juego manejando nuestros destinos sobre un gran tablero. Son fuerzas desconocidas, poderosas, las mismas que manejan los Gobiernos, el mundo financiero, destruyen economías y con ello sus países, las que corrompen los pilares más fuertes de nuestro sistema democrático. Esas son las que han iniciado una guerra silenciosa, pero no por ello menos mortífera. La que nos sumerge en la desconfianza, la tristeza, el miedo y el futuro sin horizontes. Los soldados de esa guerra ya iniciada seremos dóciles y callados, agacharemos la cabeza y nos conformaremos. Las diferencias sociales serán cada vez más profundas. ¿Cuantas más oscuras intenciones nos tendrán reservadas? Habrá que plantar cara y luchar, también sin armas, pero con determinación y constancia. Solo hay que seguir la senda de los que no han caído. Los que no dan lo que les sobra, sino que comparten lo que tienen. Los que disfrutan de las pequeñas cosas, los voluntarios que dan su trabajo y su esfuerzo a cambio de nada, los que ponen su conocimiento al servicio de los demás, los que defienden a los más débiles, y así muchos más. Todos aquellos a los que no se les da publicidad ni premios ni aparecen en las páginas de ningún periódico. Sigamos a esos pasos silenciosos y efectivos hacia la esperanza y no les daremos el placer a los poderosos de ganarnos esta funesta partida. Gracias, José Luis Sampedro, por la luz y sabiduría que nos regalaste con tus palabras y tus obras.— María Luz Bocanegra Rionda

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