Columna

Paracuellos

Los portavoces de la santa infalibilidad de aquel proceso, deberían agradecer el sacrificio de Carrillo en lugar de seguir arrojando, aquí y allá, la larga sombra de Paracuellos sobre su figura.

Santiago Carrillo ha muerto tras una larga existencia que le permitió vivir en primera fila las esperanzas y las decepciones de un periodo particularmente trágico en la difícil historia de España. Pocas personas han llegado a acumular un caudal de experiencias semejante, y sin embargo, su trayectoria se ha resumido demasiadas veces, en los últimos días, con dos únicas palabras: Transición y Paracuellos. Quienes las esgrimen como pesos antagónicos, capaces de equilibrar el platillo de sus virtudes con el de sus pecados, ignoran que hablan de una sola cosa. El destino de los republicanos español...

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Santiago Carrillo ha muerto tras una larga existencia que le permitió vivir en primera fila las esperanzas y las decepciones de un periodo particularmente trágico en la difícil historia de España. Pocas personas han llegado a acumular un caudal de experiencias semejante, y sin embargo, su trayectoria se ha resumido demasiadas veces, en los últimos días, con dos únicas palabras: Transición y Paracuellos. Quienes las esgrimen como pesos antagónicos, capaces de equilibrar el platillo de sus virtudes con el de sus pecados, ignoran que hablan de una sola cosa. El destino de los republicanos españoles siempre fue un jardín abonado para las paradojas. Ninguna es, quizás, tan cruel como esta.

 Al abrazar la causa de la Transición, una decisión de la que se mostraba muy orgulloso, Carrillo contribuyó a prolongar su propia pesadilla. La consigna de olvidar para progresar, fundando el Estado democrático sobre una amnesia consciente, dejó huecos abiertos por los que la propaganda forjada durante cuatro décadas de dictadura no ha dejado de intoxicar a los españoles. El fantasma de la culpabilidad del exsecretario general del PCE en una matanza atroz, pero cuyo desarrollo —como cuatro eminentes historiadores explicaron minuciosamente hace poco en este mismo diario— desbordó con creces sus responsabilidades, constituye el ejemplo más llamativo de una anomalía histórica y moral, la equiparación sistemática de los golpistas que desencadenaron una guerra civil con los defensores de la legalidad constituida, que no hemos logrado superar todavía.

Los portavoces de la sagrada infalibilidad de aquel proceso, deberían agradecer ese sacrificio en lugar de seguir arrojando, aquí y allá, la larga sombra de Paracuellos sobre la figura de Carrillo. Para todos los demás, ha vuelto a hacerse evidente que el sueño de la Transición produce monstruos.

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