“Repetí aposta para no tenerlos en clase”: un tercio del alumnado ha sufrido comportamientos violentos

Un estudio en el que han participado 3.200 estudiantes y medio centenar de profesores advierte de la normalización del discurso de odio en los centros de secundaria

Un instituto público de Montcada i Reixac (Barcelona), en junio de 2022.Gianluca Battista

“Hay compañeros que vienen con miedo al instituto, gente que sufre en silencio, y nadie hace nada”. Un 35% de los estudiantes españoles de ESO y Bachillerato ha sufrido comportamientos agresivos por parte de sus compañeros, la mitad de ellos, de forma reiterada. Un 15% de los chavales es víctima de agresiones físicas, que van desde un empujón en el pasillo durante un cambio de clase a una patada en el pecho que acaba en el hospital, aunque son más comunes los insultos (que ha recibido una cuarta parte), los rumores falsos y amenazas (el 21%), y ...

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“Hay compañeros que vienen con miedo al instituto, gente que sufre en silencio, y nadie hace nada”. Un 35% de los estudiantes españoles de ESO y Bachillerato ha sufrido comportamientos agresivos por parte de sus compañeros, la mitad de ellos, de forma reiterada. Un 15% de los chavales es víctima de agresiones físicas, que van desde un empujón en el pasillo durante un cambio de clase a una patada en el pecho que acaba en el hospital, aunque son más comunes los insultos (que ha recibido una cuarta parte), los rumores falsos y amenazas (el 21%), y el aislamiento social (19%). Los maltratadores y parte de quienes los observan actuar tienden a quitarle importancia a dichas acciones o incluso las consideran bromas. A las víctimas, en cambio, suele generarles sufrimiento, que en ocasiones les resulta insoportable. El testimonio inicial, los datos y las conclusiones proceden de un amplio estudio al que ha tenido acceso EL PAÍS, impulsado por la Fundación Cotec y coordinado por investigadoras de la Universidad Complutense de Madrid, en el que han participado 3.162 estudiantes de 12 a 19 años de 22 centros educativos, 17 de ellos públicos y 5 concertados, de cinco comunidades autónomas: Andalucía, Madrid, Castilla y León, Murcia y Cantabria.

El trabajo de campo, desarrollado entre noviembre de 2022 y octubre de 2023, incluye una segunda parte basada en entrevistas a fondo y grupos de discusión de pequeño tamaño, en los que participaron, otros 48 docentes y 50 alumnos de seis institutos. Los extractos de sus declaraciones ocupan medio centenar de páginas, del total de 129 que tiene el informe. Muchos de los testimonios reflejan, en línea con la conclusión del estudio, coordinado por las profesoras Aurora Cuevas y María Antonia Ovalle, que se está produciendo una preocupante normalización de los discursos de odio ―misóginos, homófobos, racistas― en los centros de secundaria españoles. Y que dicho avance encuentra, con frecuencia, una ineficaz respuesta por parte de la institución escolar. Varios de los profesores entrevistados afirman que no disponen de las herramientas ni del tiempo necesarios para atajar, sobre todo, los casos más graves, reclaman más medios en los centros educativos, con la participación de profesionales especializados como psicólogos y educadores sociales, y aseguran que algunas familias de adolescentes agresores rechazan intervenir o les reconocen que son incapaces de hacerlo.

Los entrevistados son identificados en el estudio con códigos para preservar su identidad. El docente C3PP5 cuenta: “A un chico que es de origen marroquí le llaman moro, y le hacen ruido de explosiones. Y con un chico que es mulato se meten diciéndole macaco o haciéndole gestos como si fuese un mono”. Y el alumno C3EP4: “El maricón lo llevo escuchando toda mi vida. Y en este centro más. Ha habido ocasiones que ha pasado en una clase, y no pasa absolutamente nada. Tipo: ‘jaja, te llamo maricón y ya está”. El estudiante C5EP3 explica: “Una chica y un chico estaban manteniendo relaciones sexuales en un sitio. Un amigo del chaval les grabó y lo subieron a las redes sociales. A la chavala se le llamó prostituta, por así decirlo, y tuvo que cambiar del instituto, mientras que el chico se quedó como si fuera un rey”. Y la alumna C3EP6: “Yo fui víctima de acoso y [en el centro] no me ayudaron nada. Repetí aposta para no tenerlos en clase el año siguiente”.

Los teléfonos móviles y el uso de las redes sociales, especialmente Instagram, TikTok y WhatsApp, han amplificado los problemas de convivencia escolares, concluyen muchos de los entrevistados, al ampliar el horario del maltrato y alumbrar nuevas modalidades. La profesora C7PPX recuerda que el partido que jugaron España y Marruecos en el Mundial de 2022 generó problemas en los chats de clase de su centro: “Lo que empezó como una tontería se convirtió en algo serio, con muchos comentarios racistas”. El jefe de estudios C1PP10 intervino en un caso en el que unos alumnos suplantaron la identidad de otro en una red social. Le crearon un perfil haciendo ver que se dedicaba a la prostitución, “y el chico empezó a recibir llamadas de contacto”. A la profesora C6PP3 le crearon un sticker (un tipo de imagen usada en las aplicaciones de mensajería de los móviles) poniendo una foto que le habían hecho en clase sin permiso, con el mensaje: “Peligro: feminista suelta”. El estudiante C3EP2 añade: “Si a un alumno lo acosan aquí, en el instituto, es un hecho que en el móvil o por redes sociales es el triple peor”.

El aspecto físico

En la primera parte de la investigación ―la llamada cuantitativa, basada en encuestas a 3.162 estudiantes― se preguntó a los alumnos que se habían identificado como víctimas cuál dirían que fue el pretexto para iniciar la agresión. Y los chavales contestaron, con posibilidad de respuesta múltiple: su aspecto físico (42%); motivos académicos (20%, como sacar muy malas notas o muy buenas, o haber repetido curso); su forma de vestir (18%); su orientación sexual (9,5%); su país de origen (9%); su forma de hablar (8%, como problemas en la pronunciación, tartamudeo, tono de voz, o uso de coletillas); su familia (7%); tener algún tipo de discapacidad (5%); su religión (4%), y no hablar bien castellano (4%). Uno de los profesores entrevistados, C3PP5, dice: “Un chico ha tenido una enfermedad de la que le ha quedado una pequeña secuela, y van los niños estos que son más guais y tal, y le buscan motes. Lo toman como broma, pero a él le afecta, le duele. Siempre van a por las personas más indefensas”.

El 13,5% de los alumnos admitió haber sido maltratador, y el 5% reconoció haberlo sido de forma reiterada. El 73% de los chavales afirmó haber presenciado casos de maltrato. Y, de ellos (cabiendo respuesta múltiple), un 43% dijo que defendió a la víctima; un 35% que se lo contó a un docente o un familiar adulto; un 19,5% que no hizo nada al no considerarlo su “problema”, y otro 12% que no actuó por miedo a convertirse a su vez en víctima.

En la segunda parte del trabajo, basada en entrevistas en profundidad, varias de las víctimas de maltrato aseguran haberse sentido poco apoyadas por el instituto. “A los profesores tampoco les importa mucho tu vida”, afirma C6EP4, “vienen aquí a dar clase”. Aunque también hay testimonios distintos, como el de C5EP6: “Conozco un profesor que cualquier problema que veía, empatizaba y ayudaba todo lo que podía. Hablando con la directora, llamando a las familias…”. Los docentes entrevistados transmiten, en general, falta de confianza en la eficacia de los protocolos con los que cuentan los centros para solucionar los comportamientos agresivos y el aumento de los discursos de odio, así como de la operatividad práctica de la nueva figura del coordinador de bienestar, que en teoría empezó a funcionar en todos los centros en septiembre de 2022.

En España hay 750.000 docentes que trabajan en centros con climas internos y realidades socioeconómicas y culturales diversos, lo que explica que los entrevistados ofrezcan conclusiones dispares. La profesora C5PP5 dice: “A mí me funciona la empatía y el cariño. Puede parecer una bobada, pero, con estos chicos, decirles: ‘yo te aprecio y voy a ayudarte’, me funciona”. Y la docente C3PP3 añade: “Pienso que el profesorado no está preparado para detener estas cosas. Y que los centros se están poniendo a un nivel que harían falta psicólogos, educadores sociales, porque el tema se escapa de nuestras competencias, de nuestra formación y de nuestro tiempo”.

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