La Europa de las universidades populares
En entornos de posverdad y polarización, la mejor UE debería apoyar más la educación de adultos
En 1978 muchos de los primeros ayuntamientos democráticos crearon universidades populares como centros de educación continua de adultos, de extensión cultural y de desarrollo comunitario. España cuenta ahora con 231 universidades populares donde trabajan 4.000 profesionales, siendo el modelo más extendido y veterano en educación cultural de adultos, sea bajo titularidad municipal o gestionadas por asociaciones.
Gracias a las universidades populares, miles de personas han tenido y tienen acceso a nuevos conocimi...
En 1978 muchos de los primeros ayuntamientos democráticos crearon universidades populares como centros de educación continua de adultos, de extensión cultural y de desarrollo comunitario. España cuenta ahora con 231 universidades populares donde trabajan 4.000 profesionales, siendo el modelo más extendido y veterano en educación cultural de adultos, sea bajo titularidad municipal o gestionadas por asociaciones.
Gracias a las universidades populares, miles de personas han tenido y tienen acceso a nuevos conocimientos, a las ciencias, a las artes y humanidades, a saberes prácticos y de desarrollo personal. Son una infraestructura cultural clave para enriquecer el ejercicio de una ciudadanía activa y democrática y cohesionar la vida local. Cataluña optó por otro modelo, el de centros cívicos y bibliotecas municipales que retomaron la tradición educadora de los ateneos populares. La única universidad popular consolidada es la de Granollers, símbolo entre las ciudades educadoras.
Europa cuenta con unas 1.200 universidades populares, muy presentes en los países escandinavos y de tradición germánica, ofreciendo desde cursos largos en múltiples materias a cursos cortos de extensión cultural, y desarrollo de habilidades. Sin titulación oficial, sin exámenes y gratuitos o casi, dando acceso al aprendizaje no formal a personas y vecinos motivados por el puro placer de aprender, de relacionarse y de formarse.
Sin duda, las universidades populares ejercen una función invisible y muy granulada que construye redes de ciudadanía activa y democrática, siguiendo la estela de la Ilustración europea: dan luz, libertad y racionalidad en tiempos renovados de ignorancia, desinformación y posverdad. La democracia no puede perdurar si no hay ciudadanos demócratas que la defiendan y la sepan explicar y para ello hay que vivirla y ejercerla. El mejor ejemplo es reunirse juntos para aprender cosas nuevas, relacionarse y ganar en asertividad y conocimientos ante un mundo cada vez más complejo y acelerado.
La demanda futura de las universidades populares y la extensión cultural para adultos crecerá con la jubilación de los baby-boomers con abundantes clases medias y profesionales, niveles educativos más altos y mucho tiempo de ocio activo por delante. Supone un público cultural inquieto y con ganas de seguir aprendiendo, pero sin pretensiones académicas. Y con necesidad de socializarse para revertir el sobreconsumo de pantallas o el riesgo de soledad urbana.
Las micro-credenciales que ya se están poniendo en marcha facilitarán un acceso al conocimiento más transversal hacia públicos no académicos. Junto a la ciencia abierta, los laboratorios ciudadanos y las universidades populares van a reforzar una ola de aprendizaje democrático y participativo que las élites y partidos europeos debieran tener más en cuenta. Contra la desinformación y la ignorancia, sería deseable un Next Generation bien financiado que regara Europa de educación a lo largo de la vida como nuevo derecho universal subjetivo.
El 56% de las personas adultas en España contesta en PIACC que tienen ganas de seguir aprendiendo, al mismo nivel de los países escandinavos, pero con acusada desigualdad de oportunidades para hacerlo: si naces en Dinamarca o Suecia tienes cinco veces más probabilidades de cursar formación cultural de adultos que en España. Tenemos una demanda masiva y no cubierta de educación de adultos que todo gobierno debería dar respuesta para construir una Smart-Nation o una sociedad del conocimiento capaz de revertir la ignorancia y la demagogia. Invirtiendo en la base, en ciudades y municipios que apuestan por universidades populares y hacer crecer ciudadanía democrática. Son el baluarte más sólido contra el auge de la extrema derecha.
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