La Selectividad a los 50: ¿cirugía mayor o estiramiento facial?
El examen debe mantenerse porque, a pesar de todos sus problemas, es un instrumento de cohesión y una herramienta única para promover la reforma curricular
Nuestro examen de Selectividad está cerca de celebrar sus bodas de oro. Es la única pieza importante de legislación educativa que subsiste, prácticamente intacta, desde el régimen anterior. La primera pregunta que cabe hacerse, por tanto, es qué puede explicar que no haya sufrido reforma sustantiva alguna en medio siglo. La respuesta más racional es que el modelo de examen ha disfrutado de un consenso mínimo, suficiente como para que ninguno de los actores ―administraciones, universidades, institutos y profesorado de secundaria, estudiantes― haya tenido el incentivo de forzar grandes cambios. ...
Nuestro examen de Selectividad está cerca de celebrar sus bodas de oro. Es la única pieza importante de legislación educativa que subsiste, prácticamente intacta, desde el régimen anterior. La primera pregunta que cabe hacerse, por tanto, es qué puede explicar que no haya sufrido reforma sustantiva alguna en medio siglo. La respuesta más racional es que el modelo de examen ha disfrutado de un consenso mínimo, suficiente como para que ninguno de los actores ―administraciones, universidades, institutos y profesorado de secundaria, estudiantes― haya tenido el incentivo de forzar grandes cambios. La propuesta del Gobierno que nos llega ahora, al hilo de la reforma curricular en marcha, había generado gran expectación. Es posibilista y tiene sin duda cosas positivas, como ahora veremos, pero no va a implicar grandes cambios en el modelo ni, al menos en el corto plazo, va a resolver los problemas de salud de un examen cincuentón.
El examen de Selectividad, llamado a veces EVAU (Evaluación para el Acceso a la Universidad) y otras EBAU (Evaluación del Bachillerato para el Acceso a la Universidad), se inspira, como el resto de nuestro sistema educativo, en el modelo francés. En Francia, el baccaluréat ―que tiene más de 200 años― se distingue por su doble función, es decir, es a la vez un examen de graduación de la secundaria y un examen de acceso a la universidad (es, legalmente, el primer “grado” universitario). En España, a pesar de que sobre el papel nuestro examen es solo de acceso a la universidad, lo cierto es que sus características también son las de un examen con doble función: graduación y acceso. El enorme peso del expediente académico y de las materias comunes en la nota final así lo atestiguan. Mientras que el acceso es competitivo, la función de graduación no tiene por qué serlo, es decir, si la función de acceso debe discriminar entre candidatos, la de graduación no necesita hacerlo porque el título de bachiller no es un bien escaso por el que competir. De ahí que el porcentaje de aprobados en la Selectividad sea sin duda un dato interesante, pero lo que verdaderamente cuenta para los estudiantes es la nota obtenida, y en muchos casos a la décima y aun a la centésima. En este sentido, mi balance de estos 50 años es que la Selectividad ha sido un examen de graduación relativamente aceptable, y sin embargo, un examen de acceso bastante deficiente. Y explico por qué:
Las características clave de todo examen de acceso a la universidad son tres: uniformidad (medida en que el examen es similar/comparable en todo el Estado); objetividad (medida en que la misma respuesta recibe la misma puntuación) y opcionalidad (peso relativo de las materias comunes y de las de modalidad en la nota final; y amplitud y profundidad de los conocimientos y habilidades que el examen premia). El grado de uniformidad determina la igualdad de oportunidades, igual que el de objetividad, que además determina el valor predictivo del examen respecto al éxito en los estudios universitarios. Uniformidad y objetividad también ayudan a prevenir o mitigar los riesgos de arbitrariedad y corrupción que son inherentes a todo concurso competitivo.
La cuestión es por qué nuestra sociedad tolera desde hace tanto tiempo un examen como el actual para distribuir/asignar competitivamente oportunidades escasas.
El examen español tiene baja uniformidad y objetividad y también más bien baja opcionalidad (en relación con el examen francés o el alemán). Las diferencias de resultados entre comunidades autónomas e incluso entre tribunales son muy grandes y están lejos de estar justificadas. Tampoco lo están, por inevitables que sean, las diferencias en la media del expediente académico ―un 60% de la nota final―, afectadas por una galopante inflación de calificaciones. La baja opcionalidad es el resultado de dar prioridad a un amplio número de materias comunes y relativamente poco peso a las materias de modalidad (o especialización), cosa que la nueva propuesta parece no solo no abordar, sino incluso empeorar. Cuando entrar en la carrera de tu elección depende de centésimas de punto, un examen de estas características es no solamente injusto, sino además poco eficaz y poco eficiente.
Ahora bien, si el examen fuera solamente de graduación secundaria, es decir, no competitivo para el acceso a la universidad, los problemas de uniformidad y objetividad, y el hecho de que las materias de modalidad tengan tan poco peso, serían de mucho menor preocupación. La cuestión, por tanto, es por qué nuestra sociedad ―y en concreto el estudiantado― tolera desde hace tanto tiempo un examen como el actual para distribuir/asignar competitivamente oportunidades escasas.
Tiene mucho sentido el calendario pausado que se ha propuesto
Si se mantiene un examen de acceso competitivo a la universidad, necesitamos un examen que aumente en uniformidad, en objetividad y también en opcionalidad (para reflejar la diversificación del Bachillerato en cinco modalidades y para premiar y promover un rango más amplio de conocimientos, habilidades y competencias. La propuesta del Ministerio de Educación supone un avance en este último sentido, con la creación de una prueba de aptitud académica con la que se pretende integrar la evaluación de las materias comunes y avanzar en la reforma competencial del currículum de la secundaria. Es positiva también la voluntad de coordinar y pactar las características de esta prueba ―y de todo el examen― con los gobiernos autonómicos, y de crear comisiones técnicas a nivel estatal para fijar criterios uniformes de corrección y puntuación. También tiene mucho sentido el calendario pausado que se ha propuesto, que permitirá refinar criterios y pruebas de evaluación e introducir rectificaciones cuando sea necesario. Un mayor peso en la nota final de las materias de modalidad y un menor peso al expediente académico supondrían, creo, un enorme avance en la calidad de la Selectividad como examen de acceso.
A sus 50 años, había tres grandes alternativas para el examen de Selectividad. Una, la más radical, eliminarlo. Dos, la más valiente, cirugía mayor. Y tres, la más posibilista, estiramiento facial. El ministerio ha optado por esta última, al menos por el momento. Dado el delicado equilibrio sobre el que este examen ha sobrevivido tanto tiempo, amén del delicado equilibrio en que también opera el gobierno actual, la decisión es comprensible. El examen debe mantenerse porque, a pesar de todos sus problemas, es un instrumento de cohesión y una herramienta única para promover la reforma curricular. Y una vez en el quirófano para el estiramiento, cabe la esperanza de que el equipo médico se anime a hacer algo más.
Juan Manuel Moreno es catedrático de Didáctica y Organización Escolar de la UNED.
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