Cómo combatir la desinformación: estrategias y soluciones

Aunque la difusión deliberada de contenido falso no es nueva, la digitalización ha amplificado su alcance e impacto social

Diego Mir

La libertad de expresión y el diálogo social son pilares fundamentales de las sociedades democráticas. No obstante, estos principios dependen de un elemento esencial: la integridad de la información, la cual se basa en medios de comunicación que verifiquen sus contenidos con hechos verificables. Lamentablemente, el actual ecosistema informativo está saturado precisamente de lo contrario. Aunque la difusión deliberada de contenido falso no es un fenómeno nuevo, la digitalización ha amplificado su alcance e impacto social. La adopción masiva de r...

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La libertad de expresión y el diálogo social son pilares fundamentales de las sociedades democráticas. No obstante, estos principios dependen de un elemento esencial: la integridad de la información, la cual se basa en medios de comunicación que verifiquen sus contenidos con hechos verificables. Lamentablemente, el actual ecosistema informativo está saturado precisamente de lo contrario. Aunque la difusión deliberada de contenido falso no es un fenómeno nuevo, la digitalización ha amplificado su alcance e impacto social. La adopción masiva de redes sociales ha facilitado un flujo de información sin precedentes, permitiendo a cualquier persona distribuir contenidos sin filtros éticos ni verificación de la realidad.

En la actualidad, la proliferación y el impacto persuasivo del contenido falso en las redes sociales están bajo un considerable escrutinio público. Según un reciente informe del World Economic Forum (2024), la desinformación es considerada por expertos del ámbito académico, empresarial, gubernamental y de la sociedad civil como uno de los mayores riesgos globales para los próximos años. Estas preocupaciones no son infundadas: aproximadamente la mitad de los usuarios expuestos a noticias falsas afirman creer en ellas. Además, se ha comprobado que la difusión de información errónea por parte de políticos incrementa su apoyo electoral. Estos factores contribuyen a una mayor proliferación de desinformación, lo cual deteriora la calidad del debate democrático, desviándolo de una discusión basada en argumentos y hechos racionales. Como consecuencia, las divisiones sociales tienden a profundizarse, llevando a los ciudadanos a adoptar posturas más extremas y a estar menos dispuestos a considerar opiniones alternativas.

Este desafío se ve agravado por profundas transformaciones que han remodelado las redes sociales en los últimos años. Inspiradas por el éxito de TikTok, muchas plataformas han reemplazado las actualizaciones de “estado de amigos” por vídeos de desconocidos distribuidos algorítmicamente, fomentando así contenido más extremo y beneficiando a provocadores y comerciantes de desinformación. Este cambio es crucial porque ha impulsado la migración de debates desde redes sociales abiertas hacia plataformas cerradas como WhatsApp o Telegram. Como consecuencia, hemos pasado de conversaciones supuestamente públicas a diálogos en canales privados, lo cual ralentiza la circulación de ideas diversas. Nos enfrentamos a una paradoja interesante, destacada recientemente por The Economist: aunque las redes sociales gozan de una popularidad sin precedentes, nuestras interacciones se están volviendo más privadas. Esto genera una falta de moderación difícil de abordar, permitiendo que la desinformación campe libremente a sus anchas y complicando aún más la lucha contra este fenómeno preocupante.

¿Qué podemos hacer al respecto? Para contrarrestar este fenómeno, se han implementado varias estrategias con diferentes niveles de éxito. Estudios recientes revelan que la alfabetización digital y los nudges o impulsos para que los usuarios piensen en la veracidad del contenido antes de compartirlo, son las tácticas más efectivas. Las campañas de alfabetización digital dotan a los usuarios con habilidades para identificar la desinformación. Estas iniciativas no solo mejoran la capacidad de discernimiento entre información verdadera y falsa, sino que también tienen un efecto duradero, persistiendo durante varios meses según indican estudios recientes.

Otra estrategia habitual es el uso de verificaciones de hechos y etiquetas de advertencia, comúnmente conocido como fact-checking. Proporcionar información verificada periodísticamente ha demostrado disminuir la compartición de noticias falsas y aumentar la difusión de información verificada. Sin embargo, es importante señalar que añadir etiquetas de advertencia puede tener un efecto dual: mientras que reduce la voluntad de compartir noticias etiquetadas como falsas, también puede aumentar la disposición a compartir noticias no etiquetadas si los usuarios interpretan la ausencia de etiquetas como un signo de autenticidad.

Además de estas estrategias cognitivas que reducen el impacto persuasivo de la desinformación, es crucial establecer una regulación más sólida en torno a la distribución de contenidos. Abordar esta tarea requiere un acceso a los datos sobre la arquitectura algorítmica de estas plataformas. En la actualidad, solo las empresas tecnológicas conocen completamente las reglas del juego. En este sentido, la reciente Ley Europea de Servicios Digitales representa un paso significativo y un modelo a seguir al exigir el intercambio de datos entre empresas e investigadores.

Hacer frente a la desinformación requiere de un esfuerzo coordinado entre muchos agentes. Los gobiernos, los medios de comunicación, las empresas tecnológicas, los investigadores académicos y la sociedad civil deben colaborar para crear defensas solidas contra la difusión de información falsa. Como cada agente debe aportar su granito de arena, en lo que corresponde a la investigación social, que es nuestro campo de acción, nos comprometemos a ser un altavoz que divulgue la realidad que se desprende de los datos, y abordar estudios que apunten hacia cuáles pueden ser medidas eficaces que combatan la desinformación.

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