La moda de viajar a Albania: el país se abre al mundo con el turismo y el campo

El Estado balcánico vive un bum de viajeros, pero entre sus retos están combatir la pobreza, el crimen organizado y la fuerte apreciación del lek

Los turistas visitan la pirámide que anteriormente albergó un museo sobre el difunto dictador comunista Enver Hoxha, en Tirana.FLORION GOGA (REUTERS)

Casi cuatro décadas después de la muerte de Enver Hoxha, el tirano que hizo de Albania uno de los países más cerrados de Europa, el turismo lleva meses creciendo a velocidades de vértigo. El número de noches pasadas por visitantes extranjeros llegó en mayo a multiplicar por 2,5 el del mismo mes en 2019. Según la información de Eurostat, el dato no es ninguna anomalía: este pequeño país balcánico lleva desde e...

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Casi cuatro décadas después de la muerte de Enver Hoxha, el tirano que hizo de Albania uno de los países más cerrados de Europa, el turismo lleva meses creciendo a velocidades de vértigo. El número de noches pasadas por visitantes extranjeros llegó en mayo a multiplicar por 2,5 el del mismo mes en 2019. Según la información de Eurostat, el dato no es ninguna anomalía: este pequeño país balcánico lleva desde el otoño de 2021 superando con creces las cifras previas a la pandemia, mientras que potencias turísticas como Francia o Italia aún no han conseguido recuperar su velocidad de crucero.

Precios accesibles en un destino de aguas cristalinas y exotismo sin salir de Europa. Son los pilares de la campaña de marketing digital que este verano ha llevado a miles de españoles y británicos a sumarse al alud de italianos que cada temporada desembarcan en Albania, donde viven 2,8 millones de personas y ha hecho falta un refuerzo de trabajadores de la India, Bangladesh y Pakistán, entre otros países, para atender el incremento en la demanda. “De los cinco hoteles en los que nos hemos quedado, cuatro abrieron el año pasado y uno este”, dice Marcos Fernández, profesor de un instituto de Madrid que visitó Albania en agosto. “Está todo el país en obras”.

Albania registró en 2021 un aumento interanual del 45% en el número de permisos de construcción, una tendencia al alza que, según los datos del Gobierno, fue sostenida en 2022 por el sector hotelero, que registró una mejora del 55%. Además del impulso turístico y de las obras que siguieron al terremoto de 2019, el auge de la construcción tiene mucho que ver con las remesas enviadas por la gigantesca diáspora que forman los 1,2 millones de albanos en el exterior y que, según estima el Banco Mundial, representan más del 9% del PIB del país.

Tan importantes como las remesas legales son los fondos derivados de actividades criminales que terminan en la construcción, dice Islam Jusufi, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Epoka. “Una parte muy importante de los rascacielos que están construyéndose en Tirana y en otras ciudades es adquirida por gente cuyos ingresos provienen del crimen organizado”, explica. Los delincuentes albanos ampliaron el negocio original de la exportación ilegal de cannabis, dice Jusufi, y han llegado a dirigir redes internacionales de narcotráfico que involucran a países de América Latina.

Afortunadamente, las cifras del crimen organizado podrían estar empezando a perder importancia en la economía nacional. Según Jusufi, se debe en parte a unas reformas judiciales pedidas por Estados Unidos y la Unión Europea que sacaron de la carrera a un número importante de jueces cuya imparcialidad era difícil de confirmar. También, dice, a la toma de conciencia del gobernante Partido Socialista: “Ya hay signos de avances, como el encarcelamiento de un exministro del Interior que se había visto relacionado con alguno de estos grupos criminales”.

“No creo que se derive ningún beneficio económico del crimen organizado”, responde Isilda Mara a la pregunta sobre los efectos que una campaña contra la delincuencia puede tener sobre el sector inmobiliario. “Los efectos negativos que [el crimen organizado] genera en la economía, en el libre mercado, en la competitividad, en la corrupción y en el mal funcionamiento del sistema judicial y del Estado de derecho son muy importantes”, explica por correo electrónico desde Viena, donde es la especialista en Albania del Institute for International Economic Studies.

En Albania el principal empleador ha sido tradicionalmente el campo, que ahora se ha convertido también en fuente de divisas. Aunque sigue predominando la microexplotación familiar en un país que en los años ochenta fue autárquico, la productividad ha mejorado al mismo ritmo que las exportaciones, con un crecimiento que en 2022 fue del 15,6% para las ventas al exterior de melones, sandías, tomates, pepinos y cítricos, entre otros cultivos.

“Los datos de la exportación agropecuaria habían empezado a mejorar antes de la pandemia, en los años 2017 y 2018; luego se recuperaron en 2022 y este año 2023 está siendo especialmente bueno”, dice Meleq Hoxhaj, investigador independiente y coautor de un trabajo de investigación sobre la relación entre la globalización y el desempleo en Albania. Según Hoxhaj (que no guarda parentesco con el difunto dictador), las pérdidas de empleos que podían haberse producido por la mecanización creciente del campo albano se han visto compensadas con el aumento en exportaciones.

Progreso

“Albania estaba en lo más bajo de Europa y Asia Central por sus niveles de pobreza, y en 30 años ha llegado a un nivel de ingreso medio-alto con casi todos los indicadores en la dirección adecuada”, dice Emanuel Salinas, representante en Tirana del Banco Mundial. “La pobreza ha ido reduciéndose de manera sistemática y el PIB ha crecido muy rápidamente”, añade. No hace falta irse a los años noventa para confirmar el progreso. Entre 2010 y 2019, el PIB per cápita creció a una velocidad promedio anual de 2,9%, de acuerdo con el Banco Mundial. En solo siete años, la pobreza ha pasado de afectar al 41,5% de la población (2016) a un 23,9% (2023).

Hacer desaparecer ese porcentaje no es el único desafío pendiente en el país. Albania enfrenta ahora un problema que países como Argentina o Venezuela soñarían con tener, y es la presión al alza sobre la moneda local que genera la llegada masiva de divisas en forma de inversión extranjera, remesas, turismo y exportaciones agropecuarias. De los 135 lekes necesarios para comprar un euro hace una década se había pasado en los últimos años a la banda de 120 lekes por euro. Una barrera que la divisa albana volvió a pulverizar en julio de 2023, apreciándose hasta 101 lekes por euro. “Para aliviar estas presiones, el Banco de Albania ha estado sacando euros del mercado pero no ha sido suficiente; aunque la fuerte apreciación del lek se haya revertido un poco sigue siendo un peso enorme para las empresas exportadoras, que a modo de incentivo han conseguido del gobierno la devolución de algunos impuestos”, explica Hoxhaj.

Consciente de que los incentivos fiscales y las intervenciones en el mercado de divisas son solo parches, el Gobierno albano se ha propuesto desarrollar servicios digitales de exportación y mejorar la innovación y competitividad en el sector agrícola y turístico. Aunque la estrategia no tenga resultados inmediatos, lo que está claro es que una moneda que se revaloriza puede ser un problema. Marcos Fernández da fe. “En una cena para dos me he dejado 50 euros sin enterarme”, dice.


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