¿Por qué tiene China tantos problemas?

El país sufre la paradoja del ahorro, de modo que su economía puede resentirse si los consumidores ahorran demasiado

El presidente chino Xi Jinping, durante un encuentro con el secretario de Estado de EEUU Antony Blinken el pasado 19 de junio.LEAH MILLIS (POOL / AFP / Getty (POOL/AFP via Getty Images)

El relato sobre China ha cambiado a una velocidad asombrosa, y ya no es un monstruo imparable, sino un gigante patético e indefenso. ¿Cómo ha ocurrido?

Tengo la sensación de que gran parte de lo que se escribe sobre China atribuye demasiada importancia a los acontecimientos y a la política recientes. Sí, Xi Jinping es un líder errático. ...

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El relato sobre China ha cambiado a una velocidad asombrosa, y ya no es un monstruo imparable, sino un gigante patético e indefenso. ¿Cómo ha ocurrido?

Tengo la sensación de que gran parte de lo que se escribe sobre China atribuye demasiada importancia a los acontecimientos y a la política recientes. Sí, Xi Jinping es un líder errático. Pero los problemas económicos de China llevan acumulándose mucho tiempo. Y aunque la incapacidad de Xi para abordar como es debido estas complicaciones refleja sin duda sus limitaciones personales, también evidencia profundos sesgos ideológicos dentro del partido gobernante en China.

Empecemos por la perspectiva a largo plazo.

Durante tres décadas, después de que Deng Xiaoping llegara al poder en 1978 e introdujera reformas basadas en el mercado, China experimentó un enorme auge y su producto interior bruto real se multiplicó por más de siete. Para ser justos, esta prosperidad fue posible solo porque China empezó con un gran retraso tecnológico y pudo aumentar rápidamente su productividad adoptando tecnologías ya desarrolladas en el extranjero. Pero la velocidad de la convergencia china fue extraordinaria.

Sin embargo, desde finales de la década de 2000, el país parece haber perdido gran parte de su dinamismo. El FMI calcula que la productividad total de los factores —un indicador de la eficiencia con que se utilizan los recursos— ha crecido desde 2008 la mitad de rápido que en la década anterior. Aunque no debemos tomar estos cálculos al pie de la letra, está claro que el ritmo de progreso tecnológico se ha ralentizado.

Y China ya no tiene la demografía necesaria para soportar un crecimiento vertiginoso: su población en edad de trabajar tocó techo en torno a 2015 y ha ido disminuyendo desde entonces.

Muchos analistas atribuyen la pérdida de dinamismo de China a Xi, que asumió el poder en 2012 y se ha mostrado sistemáticamente más hostil a la empresa privada que sus predecesores. Esto me parece demasiado simplista. Desde luego, el énfasis de Xi en el control y la arbitrariedad estatales no han ayudado, pero la desaceleración de China comenzó incluso antes de que Xi llegara al poder.

Y, en general, a nadie se le da muy bien explicar las tasas de crecimiento a largo plazo. El gran economista del MIT Robert Solow, decía en broma que los intentos de explicar por qué unos países crecen más despacio que otros siempre acaban en “un derroche de sociología de aficionados”. Probablemente había razones profundas por las que China no podía seguir creciendo como lo había hecho antes de 2008.

En cualquier caso, está claro que China no puede mantener nada ni remotamente parecido a las altas tasas de crecimiento del pasado.

Sin embargo, un crecimiento más lento no tiene por qué traducirse en una crisis económica. Como ya he señalado, incluso Japón, a menudo considerado como el último ejemplo aleccionador, ha tenido un comportamiento bastante decente desde su desaceleración a principios de la década de 1990. ¿Por qué las cosas pintan tan mal en China?

En un plano básico, China sufre la paradoja del ahorro, según la cual una economía puede resentirse si los consumidores intentan ahorrar demasiado. Si las empresas no están dispuestas a solicitar préstamos y a invertir después todo el dinero que los consumidores intentan ahorrar, la consecuencia es una recesión económica. Una recesión de este tipo puede hacer que se reduzca la cantidad que las empresas están dispuestas a invertir, por lo que un intento de ahorrar más puede, en efecto, provocar una disminución de la inversión.

Y China tiene una tasa de ahorro nacional increíblemente alta. ¿Por qué? No hay un consenso, pero un estudio del FMI sostiene que los principales ingredientes son una baja tasa de natalidad —por lo que la gente no cree que podrá contar con sus hijos durante la jubilación— y una red de protección social inadecuada, por lo que tampoco cree que podrá contar con el apoyo público.

Mientras la economía pudo crecer a un ritmo extremadamente rápido, las empresas encontraron formas útiles de invertir todos esos ahorros. Pero ese tipo de crecimiento ya es cosa del pasado.

La consecuencia es que China dispone de una enorme cantidad de ahorros todos arregladitos y sin una buena novia. Y la historia de la política china puede resumirse en unos esfuerzos cada vez más desesperados por enmascarar este problema. Durante un tiempo, el país mantuvo la demanda a base de enormes superávits comerciales, pero esto implicaba el riesgo de una reacción proteccionista. Más tarde, China canalizó el exceso de ahorro hacia una colosal burbuja inmobiliaria, pero esta burbuja se ha pinchado ahora.

La respuesta evidente es impulsar el gasto de los consumidores; conseguir que las empresas estatales compartan una mayor parte de sus beneficios con los trabajadores; reforzar la red de seguridad; y, a corto plazo, el Gobierno podría simplemente dar dinero a la gente, enviando cheques, como ha hecho Estados Unidos.

¿Por qué no está ocurriendo esto? Varios informes dan a entender que existen razones de tipo ideológico por las que China se niega a hacer lo que resulta obvio. Por lo que sé, los dirigentes del país padecen una extraña mezcla de hostilidad hacia el sector privado (limitarse a dar a la gente la capacidad de gastar más diluiría el control del partido), ambición poco realista (se supone que China invierte en el futuro, no en disfrutar la vida ahora) y una especie de oposición puritana a una red de protección social fuerte, con Xi condenando el “asistencialismo” porque podría erosionar la ética del trabajo.

El resultado es la parálisis política, y unos esfuerzos poco entusiastas por parte de China para impulsar el mismo tipo de estímulo basado en la inversión que utilizó en el pasado.

¿Debemos dar por perdida a China? Por supuesto que no. China es una superpotencia en toda regla, con una enorme capacidad para ponerse manos a la obra. Tarde o temprano, seguramente superará los prejuicios que están debilitando su respuesta política. Pero es posible que los próximos años sean bastante desagradables.




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