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Por qué la deuda española está en máximos, pero es más asumible que antes

El fuerte crecimiento económico inyecta confianza en los mercados, pero el apalancamiento sigue siendo elevado

Hubo un pasado, no tan lejano, en el que las estadísticas sobre la deuda pública solían ir acompañadas de terminología fatalista: rescate, corralito, quiebra… Y no era para menos. En 2012, en plena crisis de la deuda soberana europea, la actividad económica no levantaba cabeza, tanto el sector privado como el público estaban asfixiados, los ataques especulativos en los mercados eran constantes y el precio d...

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Hubo un pasado, no tan lejano, en el que las estadísticas sobre la deuda pública solían ir acompañadas de terminología fatalista: rescate, corralito, quiebra… Y no era para menos. En 2012, en plena crisis de la deuda soberana europea, la actividad económica no levantaba cabeza, tanto el sector privado como el público estaban asfixiados, los ataques especulativos en los mercados eran constantes y el precio de la financiación rozaba máximos. Hoy, cerca de una década después, esa sensación de angustia se ha atenuado, aunque España está, en volumen, el doble de endeudada que entonces. ¿Qué ha cambiado para que una cantidad tan abrumadora de pasivo ya no sea sinónimo de riesgo inminente? Las razones son múltiples, pero la respuesta podría resumirse en que ahora hay confianza en que el país puede pagar sus compromisos financieros.

Reflejo de ello es que la prima de riesgo, la variable que indica la confianza de los inversores en un país —mide cuánto más caro le sale a un Estado financiarse comparado con el bono a 10 años de Alemania, el emisor más seguro de la eurozona—, está en cotas históricamente bajas. Se mueve por debajo de los 60 puntos, lejos de los más de 600 que tocó en los peores momentos de la Gran Recesión y por debajo del nivel de Francia, inmersa en una crisis presupuestaria y de gobernabilidad.

Hay más señales de confianza: cerca de la mitad de las obligaciones y bonos españoles vuelve a estar en manos extranjeras y se ha producido una cascada de mejoras en la calificación de la deuda soberana nacional. S&P, Moody’s y Fitch, las tres grandes agencias de rating, han subido su nota pese a que el volumen de pasivo marca su récord de todos los tiempos. Supera los 1,6 billones de euros, equivalentes a un 100% del PIB. La ratio es más baja que en los picos de la pandemia, pero unos 25 puntos más elevada que en 2012.

Los motivos principales del cambio de tornas son que la economía marcha a buen ritmo desde la salida de la pandemia y se han corregido algunos de los desequilibrios que la pusieron de rodillas en la primera década de este siglo. La situación podría asimilarse a la concesión de una hipoteca: el banco prima el salario y las garantías que aporte el cliente sobre la cuantía del préstamo, y España ahora se considera un buen pagador, al que se ofrecen mejores condiciones porque tiene una posición más sólida. De hecho, el coste medio de la deuda total superaba el 5% en 2012 y hoy en día se ha reducido a la mitad. Su vida media, además, se ha ampliado y ronda los ocho años, lo que permite refinanciaciones en plazos más largos.

Sin embargo, el blindaje no está asegurado porque los compromisos son ingentes y el margen fiscal es reducido, con un déficit público que se mantiene por encima del 2% del PIB pese al fuerte crecimiento. En síntesis, el riesgo se aleja mientras la coyuntura siga propicia y España no vuelva a estar en el foco de los mercados.

“La deuda es muy alta, pero el crecimiento económico favorable y más equilibrado supone un buen seguro contra el default”, contrapone Diego Martínez López, catedrático en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla e investigador de Fedea, quien recuerda que la ratio de deuda sobre el PIB es un mejor indicador que el volumen para medir la sostenibilidad financiera de un país. Si la deuda fuera una mochila, hoy sería más pesada que hace una década, pero habría más fuerza para sostenerla porque la economía es más resistente.

Para este año se espera un avance del PIB tres veces superior a la eurozona, cercano al 3%, y superior al 2% para 2026, a lomos de una población que se acerca a un récord de 50 millones de habitantes y un mercado laboral en máximos de afiliación. La mejora repercute en la exuberancia de los ingresos públicos, que están contribuyendo a que España se encamine hacia un hito que llevaba 18 años sin lograr: conseguir superávit primario. Este parámetro indica que el Estado, descontados los intereses, ingresa más de lo que gasta, permitiendo que la ratio de deuda pública baje por inercia si la economía en términos nominales —incluida la inflación, otro elemento que ha favorecido la reducción de la deuda en los últimos años— crece por encima del coste de financiación. Un supuesto que en el corto plazo se da por hecho: se prevé que el PIB nominal supere el 4% en 2026, frente a un tipo medio pagado en intereses que ronda el 2,5%.

Además, el país depende menos del exterior —la balanza de pagos por cuenta corriente registró en 2024 un superávit histórico, según el Banco de España—, la actividad está menos dopada que en los años de la burbuja inmobiliaria y el apalancamiento de familias y empresas ha bajado con fuerza. “La deuda privada suele suponer un problema de calado cuando se acerca a 1,8-1,9 veces el PIB. España está ahora en 1,1, uno de los niveles más reducidos de Occidente”, detalla Ignacio de la Torre, socio y economista jefe de la firma de gestión de activos Arcano Partners.

De la Torre pone también el acento en el saneamiento de la banca, un sector que hizo tambalear los cimientos de la economía en la Gran Recesión —un problema que se circunscribía sobre todo a las cajas de ahorro— y que precisó de un rescate millonario que los ciudadanos siguen pagando. “Cuando existen dudas sobre la situación de solvencia o de liquidez de la banca, automáticamente se transmite al [riesgo] soberano. Hoy en día la banca española es mucho más solvente y líquida. Por eso, aunque haya más deuda, la prima es más baja”.

Vulnerabilidad

Pese a la mejora en los fundamentos, una deuda pública tan elevada como la española supone un foco de vulnerabilidad. “No es una bomba de relojería en este momento, pero a cinco años vista puede serlo si no se acelera su reducción”, advierte Santiago Lago, catedrático de Economía en la Universidad de Santiago de Compostela. Considera que la bonanza económica actual no se está aprovechando lo suficiente para acelerar el ritmo de reducción del déficit y la deuda, y crear un colchón anticíclico, a diferencia de países como Grecia y Portugal, que han bajado sus tasas de pasivo en 55 y 39 puntos, respectivamente, desde finales de 2020 —17,5 en el caso de España—. “No es verosímil que la economía mantenga el mismo ritmo de crecimiento hasta 2035. Ahora las cuentas van bien, pero estructuralmente no se ha hecho nada, y cuando cambie la coyuntura se perderá esa inercia”.

Las proyecciones a medio y largo plazo confirman que vienen curvas. Desafíos como el envejecimiento de la población, la lucha contra el cambio climático y el refuerzo de la defensa, junto al aumento previsto en la carga de intereses (ya en máximos, unos 40.000 millones este año, equivalentes a un 2,7% del PIB), irán presionando el gasto público. La Autoridad Fiscal estima que el año 2030 marcará “un punto de inflexión en la evolución de la deuda”, que tras bajar de forma ininterrumpida desde los picos pandémicos volverá a crecer y a situarse en el 181% en 2070 si no hay ajustes. La semana pasada, era la OCDE quien alertaba sobre la necesidad de buscar espacios fiscales para hacer frente a los compromisos futuros y mantener la deuda en una senda descendente.

“Si se debilita sustancialmente el crecimiento económico, el desapalancamiento será más lento, pero no deberíamos tener problemas de sostenibilidad si esas nuevas presiones sobre el gasto están dosificadas en el tiempo”, matiza Martínez López. “Un escenario distinto sería un shock repentino, como una crisis del petróleo o una nueva guerra. Lo importante es que no haya sobresaltos“.

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