¿Queremos Elon Musk europeos?
¿Disponer de campeones mundiales y que el mayor sea como el tipo de Tesla y de X, son dos caras de una misma moneda?
Arrecia el debate. Irrumpe el informe Draghi, madura el programa de la nueva Comisión, y estallan las polémicas aventuras del primer magnate del mundo. Resultado, un potente dilema, en caricatura: ¿queremos tener Elon/s Musk/s europeos? E...
Arrecia el debate. Irrumpe el informe Draghi, madura el programa de la nueva Comisión, y estallan las polémicas aventuras del primer magnate del mundo. Resultado, un potente dilema, en caricatura: ¿queremos tener Elon/s Musk/s europeos? El interrogante inquieta. Como desazona que “solo cuatro de las 50 mayores empresas tecnológicas del mundo son europeas”, escribe Mario Draghi, y las cinco primeras, de Estados Unidos. Disponer de campeones mundiales y que el mayor sea como el tipo de Tesla y de X, ¿son dos caras de una misma moneda?
La política europea de defensa de la competencia, creada por el Tratado de Roma (1957), incluye distintos instrumentos para conseguir un mercado sin distorsiones: control de fusiones, monopolios, posiciones dominantes, pactos de precios, repartos de clientelas. Ha evitado una excesiva concentración de poder de mercado. Y de influencia política.
Una frase del trabajo de Draghi levanta polémica: “En algunos casos se ha atacado a la Comisión por prohibir fusiones que habrían creado compañías de suficiente escala para invertir y competir con las superestrellas chinas y norteamericanas”. Y pues, propone “agilizarlas”. Orientando su evaluación “más allá del efecto del precio” y enfatizando su “impacto en el potencial de innovación”. Algunos ven ahí una crítica a la prohibición de fusiones/adquisiciones por Bruselas, como las de Siemens y Alstom, AirEuropa-IAG o las operadoras danesas Telenor y Teliasonera. La comisaria de Competencia, Margrethe Vestager, contrapone que pese a ello la concentración ha desembocado en que “los márgenes son mayores, los beneficios son mayores, pero la eficacia compartida con los consumidores no es tan grande” (El Grand Continent, 9/10).
Su antecesor, Joaquín Almunia, subraya que “el aumento de tamaño de las empresas europeas no está condicionado por el control de fusiones y adquisiciones encomendado a la Comisión”, pues solo prohíbe “entre el 1% y el 2% de las propuestas analizadas” (misma publicación, 8/10). El daño a la escala vendría por la fragmentación de mercados en el mercado interior, la dispersión regulatoria y la ausencia de un mercado de capitales más allá del bancario. Y por un distinto énfasis: “En EE UU los precios al consumo son la prueba de fuego para la política de competencia”, si se comprueba que bajan “es probable que el acuerdo tenga éxito”; mientras que en la UE “la prueba decisiva es la estructura del mercado”, el “riesgo de crear una posición dominante”, comparan Olivier Blanchard y Ángel Ubide (Peterson Institute, 8/10).
Quizá el sudoku pueda encauzarse mediante contraprestaciones adicionales o distintas a las tradicionales cesiones de activos: condicionar fusiones y ayudas a compromisos tangibles de precios en favor de los consumidores; a mecanismos de inter-operabilidad para acrecer la competencia; a cuotas de participación laboral en la gobernanza de las empresas, pues las fusiones suelen jibarizar plantillas; a códigos de conducta fehacientes. Menuda asignatura para Teresa Ribera.