Los eurobonos (de Draghi) son la clave

El éxito de las tesis del ‘Informe sobre el futuro de la competitividad europea’ dependen de los instrumentos que se activen para movilizarlas

El exjefe del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, en la presentación del "Informe sobre la competitividad y las recomendaciones de la UE", en Bruselas (Bélgica), el 9 de septiembre de 2024.Yves Herman (REUTERS)

La finalidad compartida es aupar Europa al tren de la revolución digital, que se escapa. Y las opciones y dilemas, claros. Culminar el mercado único. Armonizar inversión tecnológica y ritmo de la descarbonización. Proteger la industria sin proteccionismo autoflagelador (la UE es la economía más abierta del mundo, perdedora segura en una subasta arancelaria a muerte). Y conjugar un mayor tamaño de las empresas europeas par...

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La finalidad compartida es aupar Europa al tren de la revolución digital, que se escapa. Y las opciones y dilemas, claros. Culminar el mercado único. Armonizar inversión tecnológica y ritmo de la descarbonización. Proteger la industria sin proteccionismo autoflagelador (la UE es la economía más abierta del mundo, perdedora segura en una subasta arancelaria a muerte). Y conjugar un mayor tamaño de las empresas europeas para competir fuera con una política de competencia seria: sin ella muere el mercado y florece el oligopolio. Apostar a la carrera por la innovación, los sectores tecnológicos punteros, la IA. Si no, llegará la agonía. Lenta, inexorable.

Estas tesis se abordan en el brillante Informe Draghi (“El futuro de la competitividad europea”). Pero la clave de su éxito son los instrumentos que se activen para movilizarlas. Una ingente financiación por medio de un reforzado mercado de capitales privados (no solo bancos); y por capital público mancomunado en bonos, pues ningún país por sí solo abarcará lo necesario (al menos 800.000 millones de euros anuales adicionales), subrayaba esta semana su autor, en Bruegel. ¿Una herramienta vale tanto como el diseño de la obra que labra?

Pues sí. Sin dinero no hay siquiera opción a equivocarse en algún objetivo sectorial, pues no habrá acción. Y además, Europa suele acertar en sus planes productivo-comerciales. Pero a veces tarde y con poca potencia, por financiación rala. Recuerden 1993: el libro blanco de Jacques Delors postuló auparse a la “sociedad de la información”, el despegue de la revolución digital. Contaba con palancas empresariales (Nokia, Ericsson) y clamores por infraestructuras. Se crearon redes energéticas y de transporte, que –lentas–, han fraguado. Fracasó la révolution numérique , que entonces aún hablaba algo de francés. La yugularon los ministros de Economía, aferrados al dogma austeritario. Negaron los recursos, el primer gran plan de bonos mancomunados. Resultado: ninguna mega plataforma tecnológica actual es europea.

Y sin en la Gran Recesión de 2008 la UE fracasó por torpe reglamentismo fiscal restrictivo; en la fase de la deuda soberana (2011/12) la salvó la política expansiva monetaria del BCE encabezado por Draghi. Y superó la crisis pandémica de 2020 gracias al programa inversor Next Generation financiado con eurobonos… como en EEUU.

Ciertos críticos objetan que ya hay dinero privado, pero se escapa a Wall Street en vez de invertir en el mercado de eurobonos, por minúsculo. Otros, que deben primar las “reformas estructurales”, como sinónimo de atornillar al factor trabajo, pero Alemania ya hizo esa reforma laboral y sigue deshojando la espiral parálisis/recesión, porque no invierte en carreteras, canales y talento tecnológico. Los más listos inquieren si habrá suficientes proyectos de inversión: buen interrogante, de sesgo pesimista. Pero si no los hay, apaga el doble tomo de Draghi y vámonos a la hamaca.


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