Errores nada neutrales

Lo extraño es la cuasi unanimidad del sesgo pesimista frente a las previsiones del Gobierno

Contenedores del puerto de Vigo, en una imagen de archivo.Óscar Corral

Los errores en las previsiones económicas no son neutros, y a veces son fatales. No son neutros porque tanto demasiado optimismo como pesimismo tienen efectos opuestos entre sí. Los escenarios esperados contribuyen a formar las expectativas de los agentes económicos —los “animal spirits” de Keynes, todos nosotros— y estas a plasmarse en comportamientos que modulan las secuencias esperadas.

Cuando la entidad u organismo qu...

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Los errores en las previsiones económicas no son neutros, y a veces son fatales. No son neutros porque tanto demasiado optimismo como pesimismo tienen efectos opuestos entre sí. Los escenarios esperados contribuyen a formar las expectativas de los agentes económicos —los “animal spirits” de Keynes, todos nosotros— y estas a plasmarse en comportamientos que modulan las secuencias esperadas.

Cuando la entidad u organismo que emite proyecciones muy pesimistas desempeña un papel regulatorio o de control, el caso tiene más aristas. Así ocurre si es la Comisión Europea: sus estimaciones son guía para las recomendaciones a los Gobiernos. O si es una Autoridad Fiscal nacional, porque sus informes preceptivos sobre los planes de estabilidad domésticos, previos a los dictámenes de Bruselas: la actual Airef española ha destacado por su sesgo negativo. Con yerros graves como el de su presidenta, Cristina Herrero, cuando auguró el 21 de septiembre una “desaceleración de la actividad económica” de “mayor intensidad” en el último trimestre que la que previó antes: con tal fortuna que el PIB creció al 0,6%, un tercio más que el 0,4% del tercer trimestre. Sin explicaciones.

Es normal que haya desviaciones de las previsiones, ha recordado un respetado experto en coyuntura, Manuel Alejandro (Cinco Días, 27 de diciembre de 2023): era difícil prever la fuerza del mercado laboral o de la mano de obra inmigrada. Pero lo extraño es la cuasi unanimidad del error pesimista frente a las previsiones del Gobierno. Algunos la atribuyen a un “sesgo cenizo”, no de los economistas de los servicios de estudios de las entidades financieras, sino por la influencia ambiental de sus cúpulas corporativas.

Otros se curan en salud del sesgo histórico optimista: el simbólico bochorno sufrido el 5 de noviembre de 2008, cuando la reina Isabell II reprochó a Luis Garicano en la London School, tras sus largas explicaciones sobre el inicio de la Gran Recesión: “Si había tanto peligro, ¿por qué no nos habían avisado antes?”

En el Gobierno se argumenta que sus previsiones para 2023 se ajustaron a la realidad final (2,5% de alza en el PIB), porque a María Jesús Montero y a Nadia Calviño los datos de recaudación y empleo que les iban llegando no eran coherentes con los de crecimiento. La corrección operada en el INE para 2022 aproximó las cifras a la realidad, como en otros países vecinos (sobre todo, el Reino Unido), lo que fue aflorando en meses sucesivos. Pero quizá ese ejercicio esté aún incompleto, o haya componentes de los datos ponderados con insuficiente exactitud. “Algo normal en momentos de cambio del modelo productivo, y en este caso, por la incorporación de tecnología que no estaba prevista y empieza a ser fuertemente impulsada gracias a los fondos Next Generation”, se piensa en Hacienda. Eso no se refiere a las tradicionales industrias electrointensivas, sino a otras más actuales.

Otro factor adicional sería la protección de rentas operada desde el Ejecutivo, que ha impulsado el consumo privado como factor clave del crecimiento, elemento que quizá no haya sido incorporado al arsenal de muchos economistas.

Agoten o no estas hipótesis las causas de los errores, pronto tendremos un nuevo campo de análisis: 2024. Mientras algún organismo internacional como el FMI se apresuró el 30 de enero a bajar dos décimas su proyección del alza del PIB para este año, hasta el 1,5%; la OCDE los subió el lunes una décima, hasta el mismo 1,5%. Muy cerca del 1,6% del consenso de los analistas privados incluidos en el panel de Funcas, y siempre más del doble que el crecimiento de la eurozona. Esta vez, la distancia entre esos augurios y el del Gobierno (2%) es menor: solo de medio punto, frente al enorme casi punto y medio de diferencia para el año pasado. Otro foco próximo de análisis será el cumplimento o incumplimiento de los objetivos de déficit y deuda en 2023. Donde las discrepancias también han sido notorias.

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