“Parece que no vales nada”: el golpe emocional del desempleo aún embiste a 2,8 millones de personas
“Te comes muchísimo la cabeza, dudas de ti misma”, lamenta una mujer en paro. Las personas sin trabajo, en mínimos históricos, sufren más problemas de salud mental
“¿Y tú de qué trabajas?”. Esta pregunta tan común ha hecho sufrir mucho a Estefanía Martín (33 años). “Cada vez que conocía a alguien nuevo me ponía nerviosa, te diría que me daba miedo”, indica esta desempleada madrileña. Habla del temor a quedar señalada como vaga, como egoísta o como perdedora en un mundo que sigue configurando la realidad del individuo en torno al empleo. “Si no trabajas parece que no vales nada”, coincide Rosa María Flores, extremeña de 50 años. “Me he sentido mal, mu...
“¿Y tú de qué trabajas?”. Esta pregunta tan común ha hecho sufrir mucho a Estefanía Martín (33 años). “Cada vez que conocía a alguien nuevo me ponía nerviosa, te diría que me daba miedo”, indica esta desempleada madrileña. Habla del temor a quedar señalada como vaga, como egoísta o como perdedora en un mundo que sigue configurando la realidad del individuo en torno al empleo. “Si no trabajas parece que no vales nada”, coincide Rosa María Flores, extremeña de 50 años. “Me he sentido mal, muy mal”, lamenta. Esa dinámica, reconocen ambas, les ha afectado a su estado emocional y a su salud mental. “Te comes muchísimo la cabeza, dudas de ti misma. No puedes evitar culpabilizarte”, añade Estefanía.
Estas dos mujeres están entre los 2,8 millones de parados que sigue registrando España. Es la menor cifra en 15 años, pero en comparación con otros países es altísima: el 11,7% de paro español es el registro más elevado de la Unión Europea, con una media del 5,9%. Según la Encuesta de Condiciones de Vida del Instituto Nacional de Estadística (INE), estas personas están más tristes que las empleadas: el 9,4% de los parados dicen que nunca se sienten felices, casi el doble que entre trabajadores (5,1%). También se sienten más solos (8,5%, frente al 3,6% de los ocupados) y mucho más excluidos (13,4%, y 4,7% los trabajadores). En torno al 8% de los parados nunca se reúnen con amigos o familiares, circunstancia en la que solo se encuentra el 3% de los ocupados.
Este golpe emocional acaba teniendo traslación a la salud mental. La Encuesta Europea de Salud en España indica que un 2,5% de los trabajadores sufre depresión, ante el 8,5% de los desempleados; mientras que un 4,6% de los ocupados padece ansiedad crónica, frente al 9,2% entre las personas que no tienen trabajo y lo están buscando.
Los psicólogos coinciden al señalar el desempleo como una caudalosa fuente de problemas. “Puede afectar negativamente tanto su salud mental como su estado emocional”, indica Isabel Aranda, vocal de la Junta de Gobierno del Colegio de la Psicología de Madrid especializada en el ámbito laboral. Una de las consecuencias más comunes y que destaca Aranda es la afección “en la autoconfianza, especialmente si la pérdida del trabajo se percibe como un fracaso personal y se interioriza como una pérdida de valor”. Coincide Juan Oliva, profesor del departamento de Análisis Económico y del Seminario de Investigación en Economía y Salud (SIES) de la Universidad de Castilla-La Mancha y autor del estudio El impacto de la Gran Recesión en la salud mental en España: “Perder el trabajo supone para muchas personas un fuerte golpe para la autoestima y puede llegar a comprometer su sentido de identidad. El trabajo, además, es una fuente de contactos sociales que, al desaparecer, puede contribuir al aislamiento social”.
Estefanía y Rosa ponen el acento justo en esa derivada. “Todos los días son iguales. Un sábado o un domingo es igual que un lunes o un martes, pierdes la noción del tiempo. El mundo avanza y tú estás en el mismo sitio, siempre con la idea de que van a pensar mal de ti por estar en paro”, lamenta la madrileña. “Te diría que no he caído en una depresión, pero tengo amigas en una situación parecida que sí les ha pasado. Es que es durísimo. No puede ser que se me haya acabado ya la vida, claro que no”, agrega la extremeña.
Un factor a tener en cuenta en la historia vital de estas dos mujeres es que ambas han perdido el tren laboral por cuidar. El escenario de Rosa es el de muchas mujeres que son madres: trabajó durante los primeros años de su vida en una tienda de calzado, lo dejó para cuidar de sus dos hijos y, con 50 años, le resulta imposible reingresar en el mercado laboral. “Es muy frustrante, si ahora tengo más tiempo que nunca para trabajar. Pero es que no me llaman para ninguna entrevista”, lamenta.
Estefanía ha pasado varios años cuidando de su madre dependiente. Ahora recibe más ayuda familiar y cuenta con la asistencia de un centro de día, lo que le ha dejado algunas horas al día para afrontar una oposición. “Ahora cuando me preguntan ya no sufro, porque puedo decir que estoy preparando el examen. No me piden más explicaciones”. Oliva destaca los problemas asociados a este tipo de situaciones: “Hay personas desempleadas que se convierten en personas cuidadoras de un familiar en situación de dependencia, lo cual se asocia con otras cargas psicológicas y les aleja de la vuelta al mercado laboral”.
Carmen Mancheño, coordinadora de la secretaría confederal de Salud Laboral de CC OO, cree que en los últimos años hemos avanzado en la disociación del trabajo y la identidad del individuo, lo que puede hacer menos traumática la pérdida de empleo. “Esto se nota especialmente entre los jóvenes”, indica esta experta, autora del informe ¿Qué es la salud mental y cómo cuidarla? Reflexiones en el ámbito laboral. “Pero queda muchísimo camino por recorrer. Para la mayoría sigue siendo terrible para su autoestima. No pueden evitar culpabilizarse”.
Más allá de la caricatura del desempleado vago, que tanto daño hace a las personas en busca de empleo, esta sindicalista cree que hay otros discursos políticos y mediáticos que les frustran. Por ejemplo, el debate de las vacantes laborales sin cubrir: “Imagínate cómo se siente el que escucha que faltan trabajadores cuando echa currículums sin parar y no le llaman”. Las estadísticas oficiales indican que no hay un problema global de captación de personal en España, sino carencias muy localizadas para perfiles concretos. “También creo que la afección es menor cuando el desempleo es la norma, como pasaba en 2013”.
Mancheño insiste en que el golpe es muy diferente en función de las circunstancias del desempleado: “No es igual la frustración de un trabajador de 20 años con toda la vida laboral por delante que la de uno de 50, consciente de los problemas de inserción a esas edades. No es lo mismo una persona que acaba de caer en el paro que alguien que lleva varios años. Para los segundos es mucho más difícil”.
Lidia Farré, profesora del área de Economía Aplicada de la Universitat de Barcelona, participó en una investigación al respecto: “En nuestro estudio encontramos que aquellos que permanecieron en paro durante un periodo prolongado de tiempo presentaban peor salud mental”. En el estudio ¿El desempleo daña la salud mental?, Farré y sus compañeros analizaron el estado de trabajadores de la construcción que perdieron el empleo en la Gran Recesión. “Los trabajadores de este sector que se quedaron en paro tardaron en encontrar un nuevo trabajo, ya que en general eran trabajadores poco cualificados cuya recolocación en otro sector no era fácil. Este hecho motivó que trabajadores especializados en el sector de la construcción permanecieran en paro durante mucho tiempo y esto tuvo efectos negativos sobre su salud mental”.
Impacto económico
Con todo, la variable decisiva que condiciona cómo afecta el desempleo a cada persona es la económica. Si perder el trabajo impide llegar a fin de mes, todo va cuesta arriba. “Las personas que dependen de un sueldo para vivir y les falta sufren. Si se acaba la única fuente de ingresos para pagar las facturas, alquiler, hipoteca... Es un gran problema que se agrava si hay cargas familiares”, comenta José de las Morenas, coordinador de la secretaría confederal de Salud Laboral de UGT. Recuerda que los suicidios aumentaron durante lo peor de la crisis económica posterior a la burbuja del ladrillo.
Pedro, granadino de 47 años, es uno de esos desempleados que no llega a fin de mes: “Yo estaba acostumbrado a una vida normal, a poder tomarme una cerveza de vez en cuando y pagar las facturas. Ahora tengo que pedirle dinero a familiares para pagar el alquiler”. Este granadino lleva unos siete meses en paro, con una prestación que no cubre sus gastos: “Lo estoy pasando muy mal, sinceramente. Creo que me está afectando a mi salud mental. Estoy insoportable”. A Eisly Armas, empleada de ayuda a domicilio de 51 años, le pasa lo mismo: “Llevo más de un año buscando trabajo y no hay manera de conseguir nada estable, es todo horas sueltas y con malas condiciones”. Cobra una pensión de viudedad de 500 euros, “que el día 3 del mes desaparece, en cuanto pago el alquiler”. Esta mujer lamenta la poca ayuda que recibe en las oficinas de empleo: “Es muy duro psicológicamente, te genera mucha impotencia. Te deprime”.
Los expertos destacan la importancia de acceder a terapia para estas personas, lo que resulta muy difícil sin recursos económicos. España dedica apenas el 4% de la inversión en sanidad a salud mental (la media europea es del 5,5% y hay países que llegan al 10%) y en la red pública hay 11 psiquiatras por cada 100.000 habitantes, la mitad que en Francia o Alemania. Los psicólogos clínicos son aún menos: 6 por 100.000 habitantes (tres veces menos que la media europea). El Gobierno se ha comprometido a mejorar estas cifras, pero de momento esta escasez de profesionales afecta a muchos pacientes. “Aquellos con menos recursos pueden experimentar una mayor carga emocional debido a la falta de apoyo financiero y de servicios de salud mental”, destaca Aranda.
“Si se pierde el empleo”, continúa Oliva, “las personas de mayor nivel socioeconómico tienen mejores herramientas para afrontar dicha situación. Primero, porque sus niveles de ahorro y riqueza acumulada les permitirán afrontar mejor la pérdida de renta. En segundo lugar, porque las tasas de desempleo son menores a medida que avanzamos en nivel de formación. Un tercer elemento que reseñaría es un mejor acceso a servicios de ayuda psicológica, dado que su situación económica les permite pagar por consultas privadas”.
El experto de UGT destaca otras derivadas del desempleo: “Las personas en paro se encuentran entre los grupos de mayor consumo de riesgo de bebidas alcohólicas. Además, el consumo de tabaco a diario es superior entre ellas. Y el consumo de hipnosedantes tiene una mayor presencia entre la población parada que en aquella con empleo”.
¿Cómo mejorar?
Todos los expertos consultados resaltan la importancia de mejorar los servicios públicos de salud mental, así como la intermediación laboral mediante las oficinas públicas de empleo para que caiga el paro. De las Morenas recuerda que las empresas también ostentan parte de la responsabilidad: “Hay problemas de salud mental que vienen derivados de una gestión deficiente de los riesgos psicosociales en el ámbito laboral. Por ejemplo, en los casos de acoso laboral o de burn out. Es importante que las empresas cumplan con la legislación en materia de prevención de riesgos laborales, evalúen los riesgos psicosociales de origen laboral y apliquen medidas preventivas frente a estos riesgos”. Es habitual que estas patologías acaben conduciendo al fin de la relación laboral, lo que puede recrudecerlas.
Justo eso le sucedió a Candela, una maestra madrileña de 33 años que fue despedida de un colegio concertado: “En mi último curso estaba sometida a muchísima presión, lo que acabó derivando en un crisis de ansiedad que me obligó a estar de baja unos tres meses. Volví como pude, pero el primer día del siguiente curso me despidieron sin previo aviso. Durante mucho tiempo me sentí fatal, responsable de que me hubieran echado y convencida de que en ningún otro sitio me darían una oportunidad, lo que empeoró aún más mi estado. Con el tiempo supe por otras compañeras que me despidieron para mandar un mensaje: si te coges bajas por salud mental puedes ir a la calle. Ellas mismas me dijeron que la dirección lo sugirió y que desde entonces temían que les pasase lo mismo”.
Por otro lado, el Ministerio de Trabajo encargó a un grupo de expertos que analizasen el impacto de la precariedad laboral en la salud mental, que diseccionaron en el informe Precariedad laboral y salud mental. Conocimientos y políticas, coordinado por el profesor de Salud Pública de la Pompeu Fabra Joan Benach. Como otros estudios en la misma línea, este análisis detecta una relación entre las malas condiciones laborales y los problemas de ansiedad y depresión. Los expertos calculan que el 33,2% de los casos de depresión que la población activa sufrió en 2020 podrían haberse evitado con un empleo estable. Así, de los 511.000 casos de depresión en este grupo de población, 170.000 son atribuibles a la precariedad.
Lucilia Martínez, trabajadora madrileña en logística de 44 años, vive acostumbrada a encadenar periodos de empleo y paro constantemente: “Es muy difícil colocarse, estás de acá para allá todo el tiempo. Te hace sentir muy mal. Tengo una edad, 44 años, y ves que llegas a los 50 sin un trabajo fijo. Eso te crea inseguridad y te lleva a pensar que tú tienes un problema. Le das muchas vueltas a la cabeza, en busca de qué has podido hacer mal”.
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