El repunte de los viajes despierta la turismofobia: “Me revienta su impunidad”

Las principales ciudades españolas conviven con la saturación que comporta un sector que aporta el 12% del PIB

Un par de visitantes de Barcelona caminan ante una pintada en la calle en contra del turismo.Kike Rincón

Paquita Vázquez encabezaba un día un grupo de turistas camino de la Sagrada Familia cuando una mujer le recriminó que dificultaran el paso al resto de transeúntes. “Pasa por la otra acera”, le instó. Dice esta guía de Barcelona, con años de experiencia a sus espaldas, que ya se ha acostumbrado a este tipo de comentarios y que, cuando sus clientes le preguntan por el ambiente hostil con el que a veces se topan, intenta desviar la atención. A veces, sin embargo, no ha podido reprimirse: “Ellos piens...

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Paquita Vázquez encabezaba un día un grupo de turistas camino de la Sagrada Familia cuando una mujer le recriminó que dificultaran el paso al resto de transeúntes. “Pasa por la otra acera”, le instó. Dice esta guía de Barcelona, con años de experiencia a sus espaldas, que ya se ha acostumbrado a este tipo de comentarios y que, cuando sus clientes le preguntan por el ambiente hostil con el que a veces se topan, intenta desviar la atención. A veces, sin embargo, no ha podido reprimirse: “Ellos piensan que son viajeros cuando salen fuera y que los que vienen son simples turistas”.

En Palma de Mallorca, el pasado miércoles la calle Jaume II del casco antiguo era un hervidero de turistas en pantalón corto y zapatillas. Los visitantes miran escaparates y hacen fotos sonrientes. Algunos viandantes, trabajadores y residentes de la zona, tratan de sortear a paso rápido la riada de personas. “No hemos tenido sensación de agobio. Tampoco nos ha parecido encontrar a personas con actitudes molestas con nosotros” dice Christina, una jubilada británica. Es una más entre la amalgama de visitantes que pasean frente a tiendas como la de Pedro Monge, de zapatos hechos a mano. Él tiene su comercio en la calle adyacente y además es residente en el casco antiguo. “Este abril y mayo no ha habido diferencia con respecto a los años anteriores a la pandemia. Cuando se juntan dos o tres cruceros es cuando todo se colapsa y creo que va en detrimento del turismo de calidad porque vienes aquí 15 días, ves este mogollón y te agobias” explica.

La estampa se repite ya estos días en múltiples puntos de España, segundo país más visitado del mundo y al que el turismo aporta el 12% del PIB. Parece una avanzadilla de lo que será un verano de máximos. La Semana Santa se cerró con ocupaciones hoteleras superiores al 90%, con unas tarifas disparadas y con los empresarios del sector asumiendo que los datos previos a la pandemia son ya una realidad. Y con los visitantes ha despertado un fenómeno que explotó hace al menos seis años pero que la pandemia durmió: para unos se trata de la petición de poner coto a la actividad turística, para otros, de turismofobia.

Unos turistas reposan en un banco en el centro de Málaga. Garcia-Santos

“Ese término se utiliza como arma arrojadiza y una persona no es que tenga turismofobia, sino que tiene urbanofilia: defiende su espacio como algo de interés general y no quiere que lo mercantilicen”, afirma Macià Blàzquez, Catedrático de Análisis Geográfico Regional de la Universitat de les Illes Balears. Su colega de la Universitat de Girona y miembro del Instituto de Investigación en Turismo, José Antonio Donaire, admite que el tema es relevante, pero avisa: “La crítica al turismo no genera no turismo y es paradójico que siendo todos turistas seamos turismófobos”. Y aporta un dato: “En verano hay el doble de barceloneses que salen de la ciudad de los turistas que entran. Es como una contradicción. Pero es necesario poner unos límites que todavía nadie ha fijado, y eso supone planificar, alcanzar acuerdos dentro de Europa y generar conciencia sobre cambios de hábitos”.

David Mar no esconde su hartazgo, con constantes palabras malsonantes que decoran su discurso. “Lo que me revienta es la impunidad que tienen los turistas. Pueden hacer botellón, orinar en las puertas de las casas, poner música a tope... pero nunca se les multa”. Mar es vecino del último foco de tensión vecinal por la alta carga turística que sufre Barcelona. Si hace siete años el malestar se concentraba en la Barceloneta, hoy tiene el epicentro en otro flanco de la ciudad, en una de las montañas donde se levanta un barrio obrero que, pese a estar al lado del Park Güell, nunca se ha beneficiado del negocio del turismo. En 2011, se recuperaron allí los antiguos búnkeres del Carmel, un espectacular mirador de la ciudad donde en la Guerra Civil había baterías antiaéreas y años después se instalaron barracas, para justamente esponjar la presión turística sobre otros puntos de la ciudad. Doce años después el lugar está al borde de la muerte de éxito y, tras manifestaciones vecinales, el mes pasado el Ayuntamiento decidió vallar el recinto e intentar limitar el acceso de vehículos, aunque los problemas están lejos de desaparecer.

Su polémica ha coincidido con la del auge de los cruceros en la ciudad o del debate sobre la ampliación del aeropuerto de El Prat. Son problemas similares a los de otras ciudades, con las administraciones improvisando medidas en cuanto los problemas de convivencia despiertan el cabreo vecinal. El Gobierno balear ha limitado a un máximo de tres cruceros, y solo uno de ellos puede tener capacidad para más de 5.000 pasajeros, los que pueden parar en el Puerto de Palma cada día. Málaga ha comenzado a eliminar esta semana cajas con claves en las que se guardaban las llaves de los pisos turísticos, un método sencillo y eficaz para empresarios y clientes pero que se había convertido en un problema porque se colgaban en vallas, fachadas, rejas o muros. Hasta el momento, eso sí, apenas se han eliminado media docena ante la imposibilidad legal de retirarlos de rejas o viviendas, según fuentes municipales. Valencia, como han hecho otras ciudades, ha puesto coto a los apartamentos turísticos, según el Ayuntamiento pese al escepticismo de los vecinos. Las medidas para paliar las quejas, como los anuncios, no cesan y demuestran que la existencia del problema.

Decenas de personas en la zona monumental del Park Güell, que ha cerrado su perímetro en los últimos años.Kike Rincón

“¿Cómo quieres que no haya problemas si España ha duplicado la oferta de camas en 10 años y 1,4 millones de plazas son de apartamentos turísticos? Eso ha desplazado a los ciudadanos de los centros de ciudad y luego nos quejamos de que haya turismofobia”, señala Jorge Marichal, presidente de la patronal hotelera Cehat, que también denuncia, por ejemplo, el incremento de los cruceros en las ciudades portuarias: ”Han doblado su capacidad y la infraestructura turística no ha crecido, es normal que haya disfunciones”.

Al turismo se le acusa de la expulsión de los residentes por el aumento desorbitado del precio de la vivienda, de los cambios de oferta comercial de los barrios que deja a un lado a los vecinos, de la ocupación del espacio público y la reserva de espacios (como el cierre de recintos) a su actividad. Pero ahora la aprensión al turismo se acrecienta porque tras la pandemia las ansias de salir de casa han acelerado la llegada de visitantes y, como problema añadido, esta nueva punta de actividad se producirá en pleno episodio de sequía. Incluso la campaña electoral ha acerbado el debate sobre turismo sí o no. “Se tienen que poner sobre la mesa temas controvertidos a la caza de votos controvertidos”, se lamenta Gabriel Jené, líder de una de las asociaciones comerciales del centro de Barcelona.

“En Málaga no hay turismofobia. No hay encontronazos con el turismo, ni incidentes. Solo hay quejas contra el modelo, cómo se implanta y las consecuencias que tiene para la ciudad”, afirma Alejandro Villén, de 46 años y uno de los pocos vecinos que quedan ya en el casco histórico de la capital malagueña, donde hay ya más viviendas turísticas —casi 5.000— que residentes —unos 4.200 censados—. Villén, activista que denuncia con frecuencia cómo los visitantes se han adueñado del espacio urbano, ha anunciado estos días que se retira de la secretaría de la Asociación de Vecinos Centro Antiguo de Málaga tras sufrir amenazas por parte de hosteleros locales. “Quiero mejorar el barrio, pero no jugarme el pescuezo”, destaca el malagueño.

Elena Ridolfi, coordinadora de Turismo Responsable y Sostenible en la Escuela Universitaria Hoteleria y Turismo, demanda inversiones para resolver un problema muy complejo “porque no sabemos hacia dónde se pueden desplazar los flujos, aunque se podrían hacer previsiones y regular los flujos de turistas”. Daniel Pardo, miembro de la Asamblea de Barrios por el Decrecimiento Turístico, pide no buscar nuevos destinos. “Las políticas de descentralización extienden la problemática a nuevas áreas, son políticas de incremento turístico cuando lo que hay que hacer es reducirlo. Hay que dejar de fomentarlo con dinero público”.

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