Malas experiencias de becarios a evitar con el nuevo estatuto: “No me pagaban los gastos”, “echaba 12 horas por 300 euros”
El Gobierno negocia con sindicatos y patronal un nuevo marco normativo para regular las prácticas en empresas
Las prácticas, tanto curriculares como extracurriculares, son una etapa con claroscuros, a medio camino entre la vida estudiantil y la laboral. El buen desempeño durante una beca puede significar un puesto de trabajo, pero esa esperanza también conduce a abusos de algunas empresas, muy conscientes del deseo de convencer a sus superiores que demuestran muchos becarios. El exceso de funciones, de horas de trabajo o del peso que representan en la plantilla ahorra mano de obra a costa de estudia...
Las prácticas, tanto curriculares como extracurriculares, son una etapa con claroscuros, a medio camino entre la vida estudiantil y la laboral. El buen desempeño durante una beca puede significar un puesto de trabajo, pero esa esperanza también conduce a abusos de algunas empresas, muy conscientes del deseo de convencer a sus superiores que demuestran muchos becarios. El exceso de funciones, de horas de trabajo o del peso que representan en la plantilla ahorra mano de obra a costa de estudiantes para los que, al final del camino, no siempre hay un empleo como recompensa. Estas situaciones se dan en compañías de todo tipo, desde bufetes de abogados a medios de comunicación, pasando por energéticas y hoteles.
El Gobierno negocia con los agentes sociales un nuevo marco normativo que evite estos atropellos. El acuerdo aún no está claro, pero hay algunos puntos en los que parecen concordar sindicatos y patronal: las personas en prácticas no podrán suponer el 20% o más de una plantilla (salvo en compañías pequeñas, donde podrán ser más); la empresa estará obligada a abonar los gastos, y habrá una cotización mínima. El principal punto de fricción son las prácticas extracurriculares, donde se concentra el mayor número de falsos becarios, según los sindicatos. El borrador de la nueva norma, al que ha tenido acceso EL PAÍS, indica que este tipo de prácticas dejarán de resultar aplicables “una vez transcurrido un periodo de tres años desde la entrada en vigor de esta norma”. Fuentes de CC OO explican que el Ministerio de Trabajo se plantea ser más flexible en este apartado para conseguir el visto bueno de la patronal.
El texto, titulado Estatuto de las personas en formación práctica en el ámbito de la empresa, aspira a evitar excesos que se siguen produciendo. Estos son algunos testimonios de personas que han sufrido como becarios.
Moisés Lázaro Guerra, becario en una empresa turística: “No me pagaban ni papel y boli”
Moisés Lázaro Guerra (27 años) hizo las prácticas en una empresa especializada en prestar servicios turísticos a entidades públicas. No cobraba y abonaba de su bolsillo el transporte y el material: “No me pagaban ni papel y boli”. Pese a ello, el primer mes y medio transcurrió con relativa normalidad. Los últimos 15 días fueron diferentes: “Se les acababa el contrato con un ayuntamiento y se quedaban 15 días sin personal”, explica Guerra. Él y su compañera, también becaria, acabaron gestionando solos el centro turístico de un monumento en esa gran ciudad. “Decían que no estábamos cubriendo ningún puesto de trabajo, pero…”. Sin ningún tipo de supervisión, ambos acabaron sus prácticas realizando labores de un trabajador normal.
Pau Chisbert, becario en un departamento de comunicación: “Dirigí el equipo”
La historia de Pau Chisbert es un decálogo de malas prácticas que busca remediar la nueva norma. Él lo resume en una frase: “Fui un becario dirigiendo un departamento de comunicación”. Este valenciano de 26 años estudió Periodismo y había trabajado en la industria musical, sobre todo en festivales. Después del confinamiento, y con todos los eventos cancelados, tuvo que aceptar una oferta de prácticas no remuneradas en una empresa que, supuestamente, estaba organizando un gran evento en homenaje a una personalidad del cine. “Te encuentras en una situación en la que no tienes trabajo y te prometen que te van a contratar”, cuenta. Nunca llegó a firmar nada.
Chisbert se encontró dirigiendo el departamento de comunicación de una empresa conformada por más becarios que empleados. “Ahí no cobraba nadie. Los desplazamientos al lugar de trabajo te los tenías que costear tú. Pagaba por trabajar”. Ante estas condiciones, Chisbert, que ya tenía experiencia y se define como un adicto al trabajo, dejó la empresa tras solo tres semanas. Con la reapertura volvieron los conciertos y ahora trabaja en el departamento de comunicación de una empresa del sector musical. “Muchos otros se quedaron porque no tenían nada. Realmente no eran becarios, eran trabajadores becarios”.
Lorena, becaria en una empresa de eficiencia energética: “Trabajaba entre 10 y 12 horas al día por 300 euros al mes”
Lorena (nombre ficticio) es ingeniera industrial. Hizo las prácticas extracurriculares en una empresa de eficiencia energética formada por dos personas: su jefe y ella. “Me pasaba entre 10 y 12 horas diarias en la oficina por 300 euros al mes”. En vez de ayudar a sacar adelante proyectos, la función que figuraba en la oferta, terminó asumiendo tareas mucho más ambiciosas. Entre ellas, calcular sin supervisión cuánto gas se evaporaba de las tuberías de una refinería. “Ni mi jefe, ni por supuesto yo, teníamos idea de cómo se hacía eso. Su solución fue buscar un trabajo fin de máster de un ingeniero en el que se detallaba el proceso, dármelo y pedirme que lo averiguase”.
Cuando se le acabaron las horas de prácticas acordadas recibió una oferta de trabajo. “Acepté, pero le dije que necesitaba cobrar entre 500 y 600 euros. Mis padres me estaban pagando para que yo trabajara porque con el dinero que cobraba ni siquiera me podía permitir un alquiler”, relata. Después de un mes trabajando sin contrato se marchó de la empresa. Antes de irse, su jefe le ofrece un contrato, pero de nuevo por 300 euros. “Cuando le digo que esto no era lo que habíamos hablado, él me contesta que no habían acordado nada por escrito. Entonces decidí marcharme definitivamente”.
Álvaro D., becario en un departamento de recursos humanos. “Echaba muchísimas horas, más que una jornada normal”
A sus 32 años, Álvaro D. ha trabajado en el departamento de recursos humanos de varias empresas. Esa experiencia le hace entender al detalle hasta qué punto fue irregular una de sus etapas como becario. “Trabajaba muchísimas horas, muy por encima de una jornada normal. Me quedaba hasta las 23.30 muchos días cuando se supone que no podemos hacer horas extra”. Además, continúa, “representé con poderes [cuando un empleado puede firmar en nombre de una empresa] en actos de conciliación”.
“Aprendí mucho, pero fue un abuso. Así no se hacen las cosas”, afirma. Cree que la nueva norma debe asegurar que el becario no haga las mismas funciones que un trabajador y limitar qué porcentaje representan respecto a la plantilla total: “No es bueno que sean más de la cuenta. Ellos asumen responsabilidades que no les tocan y el jefe se ahorra sueldos”.
Alejandra Gordón, becaria en un hotel. “Se supone que estás ahí para formarte”
Alejandra Gordón también sabe lo que es trabajar como un empleado más durante una beca, pero con peores condiciones. Esta cordobesa de 24 años hizo las prácticas del grado en Turismo en un hotel. “La expectativa era aprender todo lo posible, pero luego la realidad fue otra. Lo más duro es la sensación de soledad que tienes al hacer el mismo trabajo que un empleado normal cuando se supone que estás ahí para formarte”, apunta.
Gordón afirma que aprendió mucho gracias a sus compañeras de trabajo. Eso sí, lamenta que los becarios implicasen una menor red de contratos: “La empresa aprovechaba que había personas en prácticas para que dos trabajadoras regulares se repartiesen, junto con dos becarias, el trabajo de cuatro personas”. A lo que añade: “La universidad se preocupó bastante, pero entre que el trabajo no es sencillo y que las prácticas dependen de cada sitio, tampoco pueden controlarlo mucho”.
Rocío Soto, becaria como investigadora universitaria. “Eché de menos más acompañamiento al principio”
Esta filóloga relata que su experiencia de prácticas en general “fue buena”, aunque al comienzo no tenía claro a quién pedir ayuda ni qué funciones debía llevar a cabo. Al llegar al grupo de investigación de su universidad se sintió perdida: “Al principio me pareció un poco caos, no sabía qué tenía que hacer”. Una situación que critica, sobre todo en esos momentos en que una persona en formación necesita de una guía: “Entiendo que cuando sabes te dejen solo, pero eché de menos más acompañamiento al principio”, explica a sus 24 años.