La alternativa europea al gas ruso encalla en los Pirineos
La crisis energética exhibe la debilidad de las interconexiones entre España y el resto del continente
España tiene justo lo que Europa necesita hoy: una potente red de plantas capaces de regasificar el gas natural licuado (GNL) que llega por barco de terceros países, de Estados Unidos a Qatar pasando por ...
España tiene justo lo que Europa necesita hoy: una potente red de plantas capaces de regasificar el gas natural licuado (GNL) que llega por barco de terceros países, de Estados Unidos a Qatar pasando por Nigeria o Trinidad y Tobago, y que es fundamental para sustituir lo que hoy compra a Rusia. Pero la débil infraestructura de transporte hacia Francia y el resto del continente la convierten en poco menos que una joya guardada bajo siete llaves: el plan de la Comisión Europea de hacer de España un enorme punto de recepción y regasificación para su posterior distribución al resto de la UE encalla en los Pirineos. Para sacar a Rusia de la matriz energética europea, en fin, antes hay que ampliar unos tubos que no dan más de sí.
La crisis energética ha sorprendido a Europa con los deberes por hacer en materia de interconexiones. Y se ha dado de bruces con una realidad que desnuda la inexistencia de un plan b al régimen del Vladímir Putin: justo cuando más hace falta, la infraestructura para poder bascular el gas entre Estados miembros, ante las crecientes dudas sobre el suministro ruso, no está operativa. La ausencia es especialmente lacerante en el caso ibérico, donde hace muy pocos años se dejó caer un proyecto de un tubo —el llamado Midcat— que iba a pasar por debajo de la cordillera que separa Francia y España y que hoy tanto se echa en falta.
En plena crisis energética —agravada en las últimas fechas por la guerra— y con los precios del gas y de la luz en máximos históricos, son muchos los que se rasgan estos días las vestiduras por la oportunidad perdida. En Bruselas, en París y en Madrid, pero también en Berlín y en otras capitales del centro y el este, que podrían hoy jugar una carta distinta a la de Rusia para asegurar el normal funcionamiento de su industria, su sistema eléctrico y sus calefacciones. Por paradójico que pueda parecer, pronto será más sencillo enviar gas a Marruecos —tal como ha solicitado en las últimas fechas el país alauí— a través del tubo que conecta ambos países y que no tiene uso desde finales del año pasado, que hacerlo hacia Francia y el resto de la Unión.
“La capacidad de interconexión es limitada en algunas áreas, notablemente entre España y Francia, lo que limita el uso de la capacidad de regasificación de España para llevarlo a otros países”, corroboran los técnicos de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) en un informe presentado este jueves. “La mayor capacidad de importación de GNL está en España, pero su conexión con el resto de la red europea es limitada”, reconoce, en el mismo sentido, el servicio de documentación y análisis del Parlamento Europeo en otro estudio reciente.
España consume algo más de 30 millardos de metros cúbicos (bcm) de gas natural al año y puede importar y regasificar casi 60. Descontando la garantía de suministro hacia Portugal ―que cuenta con una sola regasificadora, frente a las seis de su vecino ibérico—, se podrían enviar más de 20 bcm al resto de Europa. El problema es que los dos ductos que atraviesan ahora Pirineos (Irún y Larrau) únicamente permiten pasar, a su máximo rendimiento, la tercera parte de esa cantidad. El resto, por más que pudiera llegar a España, no podría salir hacia el resto del continente.
“Tenemos una capacidad enorme de regasificación, sí, pero aquí se queda. Para ser un hub, como quiere Bruselas, hace falta un tubo mucho mayor que los dos que hay ahora”, resume por teléfono Mariano Marzo, catedrático emérito de la Universidad de Barcelona y consejero independiente de Repsol.
Los contrafactuales —”qué habría pasado si…”— son tan tentadores como peligrosos. Pero en este caso, practicarlo es un ejercicio más que pertinente: hace casi una década, cuando se acordaron las líneas maestras del Midcat, nadie tenía en mente la posibilidad de una crisis energética de esta envergadura. Llegado este momento, sin embargo, Europa no puede más que llevarse las manos a la cabeza por lo que pudo ser y no fue.
“De haber salido adelante, habría cambiado mucho la película: España podría utilizar su capacidad excedentaria de importación y regasificación, que es mucha, para hacer llegar el gas a Francia y el resto de la UE”, enfatiza Gonzalo Escribano, investigador del Real Instituto Elcano. “No digo que hubiese podido solucionar la crisis por sí sola, porque no es así, pero está claro que ayudaría bastante”. También se habrían evitado algunos movimientos a la desesperada: Alemania acaba de anunciar la construcción exprés de sus dos primeras regasificadoras. En 2022, el mayor consumidor e importador de gas del continente aún no tiene ninguna.
“La realidad es que la política energética de la UE ha sido un desastre. Cerrar la posibilidad de más conexiones con España y, por lo tanto, también con el norte de África es un fallo enorme desde cualquier punto de vista, también el técnico”, abunda Marzo. “No lo entiende nadie: es incomprensible esa ceguera cortoplacista: hemos cultivado un problema enorme por pura desidia. Se ha descuidado algo tan fundamental como la seguridad de suministro”, añade, confiando en que “antes o después” se revitalice el proyecto del Midcat.
Por un lado, cada vez más voces piden dejar de importar combustible de Rusia como represalia por una invasión, la de Ucrania, que viola un buen número de preceptos del derecho internacional. Por otro, Putin tiene la potestad de cerrar el grifo del gas a su antojo, aunque a estas alturas sea una opción poco probable: sería pegarse un tiro en el pie justo cuando más necesita divisas para la campaña bélica y para compensar el golpe de las sanciones. En ambos casos, sin embargo, Europa cuenta con pocas alternativas reales de abastecimiento: todos los huevos de la cesta estaban puestos en reforzar las conexiones con Rusia —a través del Nord Stream 2, el gasoducto llamado a multiplicar la capacidad de envío desde el país euroasiático y que hoy tiene un futuro negro azabache— y ninguno en el sur.
Presión para acelerar el Midcat
Pese a las reiteradas negativas de los Gobiernos español y francés, escudándose en su alto coste y baja rentabilidad futura, son varias las voces que han pedido en los últimos días rescatar el proyecto del cajón del olvido para doblar la capacidad de interconexión entre ambos países con un nuevo tubo bajo el Pirineo catalán. “Para tener la menor dependencia de Rusia es importantísimo reactivar el proyecto acordado en 2013″, manifiesta Josep Sánchez Llibre, presidente de la patronal catalana Foment del Treball, en referencia a la semilla sin fruto del Midcat. Aquella obra, de la que se llegaron a iniciar los trabajos para enterrar tramos de tubo, acabó en agua de borrajas después que los reguladores español y francés la dejasen caer hace tres años, cuando ya había sido rebautizada como Step (South Transit East Pyrenees).
En los últimos días, la asociación empresarial catalana ha mandado una carta al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la que incide en la “posición privilegiada” de España para ayudar a la UE a modular la sumisión energética a Rusia. En este momento, el Midcat cobra —en palabras de Sánchez Llibre— un “sentido geoestratégico, con una viabilidad económica fuera de toda duda”. Sin citarlo, el jefe de la patronal catalana se refiere así al informe encargado en 2018 por la Comisión Europea que ponía en duda su lógica financiera: los altos costes de una tubería de noventa centímetros de diámetro que tiene que ir soterrada a más de medio metro de profundidad, decía, eran el principal obstáculo para apoyar el desarrollo de una infraestructura clave para bombear gas al corazón de la UE.
Aquel dictamen fue fundamental en el fin del proyecto y generó entusiasmo entre colectivos ecologistas de Cataluña, que siempre vieron el gasoducto como una amenaza por su impacto ambiental. Las gestoras de los sistemas gasistas español y francés, Enagás y Teréga, insistieron durante meses en su defensa de una obra que, decían, permitiría reducir la dependencia del gas ruso, algo que en aquel momento —a pesar de que la relación con Rusia ya era cuando menos volátil— no estaba en el debate público. Un lustro después, su ausencia es atronadora.