Las ruinas de nuestra inteligencia

Como en los Balcanes, producimos más política de la que podemos consumir. De ahí el empeño de arreglar el pasado

Maravillas Delgado

“En un viejo país ineficiente, algo así como España entre dos guerras civiles”, así comenzaba en 1968 Gil de Biedma su poema De vita beata. Y la verdad es que lo clavó. Cincuenta y tres años después —casi el doble del tiempo que media entre hoy y 2050— seguimos siendo un viejo país ineficiente que necesita que historiadores brillantes como Álvarez Junco le recuerde que, aunque no estemos en los años treinta, si persistimos en el deliri...

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“En un viejo país ineficiente, algo así como España entre dos guerras civiles”, así comenzaba en 1968 Gil de Biedma su poema De vita beata. Y la verdad es que lo clavó. Cincuenta y tres años después —casi el doble del tiempo que media entre hoy y 2050— seguimos siendo un viejo país ineficiente que necesita que historiadores brillantes como Álvarez Junco le recuerde que, aunque no estemos en los años treinta, si persistimos en el delirio ideológico y confrontativo, todo se puede desabrochar.

Los economistas argentinos no pierden oportunidad de citar a Borges. Muy a menudo son sus mejores reflexiones. Al menos las que más interesan a los que no somos argentinos. Miren esta: los libros se hacen para el recuerdo, los periódicos para el olvido. Afortunadamente, no reflexionó sobre los digitales o los tuits.

Los economistas españoles no somos muy practicantes de la cita. Durante mucho tiempo a lo más que nos hemos atrevido es al Quijote. Los más aguerridos han llegado al “ladran luego cabalgamos”, los más crípticos a aquello de “en la polvareda perdimos a Don Beltrán”, probablemente a sabiendas de que ninguna de ellas está en el Quijote. Pero no nos vamos a poner ahora quisquillosos con la precisión. ¿Para qué? Como nos han demostrado los que hasta hace poco eran jóvenes —los mismos que beben culturalmente en las series de dragones y mazmorras—, lo importante es el relato.

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El problema es que el relato de las últimas semanas es atroz. Tras haber presentado a la opinión pública lo que, en mi opinión y en la de otros muchos economistas, incluso los que no han sido invitados a participar, son los análisis más rigurosos y completos de la economía española —el Plan de Recuperación y Resiliencia de la economía española y el Plan España 2050—, la respuesta que ha sido destacada en los medios y en las redes es una mezcla de garrulería, mofa y hostilidad que este país quizás no conocía desde el “que inventen ellos”.

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No es que los comentarios se hayan concentrado en refutar los fundamentos técnicos de esos trabajos. Ni sus supuestos. Ni los datos que soportan sus conclusiones y propuestas. Ni siquiera su oportunidad o el coste social de hacer —o de no hacer nada—. Todo ello hubiera sido natural. Lo que habría que esperar, aunque alguien que haya seguido con cierta atención lo que se ha escrito sobre las inversiones y reformas necesarias para el país propuestas desde la Universidad, la empresa o la academia, le será casi inevitable concluir que en ambos documentos está lo mejor de lo que colectivamente se nos ha ocurrido en los últimos 25 años. Lo que está —y lo que felizmente no está— cuenta con un amplio respaldo en la profesión.

Todo eso no parece importar mucho a algunos. Lo que para ellos resulta relevante es que se trata de documentos excesivamente largos y complejos. Que han sido elaborados en Economía y en La Moncloa, aunque quienes los escriban sean excelentes funcionarios públicos del Estado o expertos independientes que han trabajado desinteresadamente y que no se han cansado de manifestar que nadie ha interferido en su trabajo o tratado de manipularlos.

Lo que se ha criticado es que ambos se empeñen en sacarnos de la ensoñación adolescente de que todo lo bueno es posible, sin trade-offs, sin costes y de forma inmediata. ¿Queremos acabar con 30 años de desempleo juvenil por encima del 25% o de contribuciones nulas de la productividad total de los factores al crecimiento de la renta per cápita? ¿Queremos mejorar la educación, la productividad y el salario real de los jóvenes? Pues chasquemos los dedos y la magia hará el resto. ¿Para qué planificar? ¿Para qué estimar sendas de convergencia a los objetivos que creemos deseables y posibles? Nada, ¡que inventen ellos!

Gil de Biedma tenía razón. Lo que de verdad nos gusta es “vivir en un pueblo junto al mar, poseer una casa y poca hacienda y memoria ninguna. No leer, no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, y vivir como un noble arruinado”.

El problema es que no todos en nuestra sociedad tienen una casa junto al mar. Y sí tenemos deudas que pagar. Muchas. Especialmente con los más jóvenes. Y todos tenemos un exceso de memoria. Como los Balcanes, producimos más política de la que podemos consumir. Por eso estamos tan empeñados en arreglar el pasado. A ver si esta vez sale bien. Suerte.

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