Opinión

Impulso moral para un ‘Green New Deal’

maravillas delgado

¿Puede el cambio climático traer el impulso moral necesario para construir un nuevo contrato social que reparta mejor la prosperidad económica y permita ganarle la batalla al populismo autoritario? Esta es la cuestión esencial de esta década. Toda sociedad necesita un pegamento en forma de contrato que una a los diferentes grupos sociales en un proyecto común de futuro. Sin él ninguna sociedad, sea cual sea su sistema político, puede funcionar armoniosamente.

En las sociedades feudales los campesinos aceptaban su servidumbre a camb...

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¿Puede el cambio climático traer el impulso moral necesario para construir un nuevo contrato social que reparta mejor la prosperidad económica y permita ganarle la batalla al populismo autoritario? Esta es la cuestión esencial de esta década. Toda sociedad necesita un pegamento en forma de contrato que una a los diferentes grupos sociales en un proyecto común de futuro. Sin él ninguna sociedad, sea cual sea su sistema político, puede funcionar armoniosamente.

En las sociedades feudales los campesinos aceptaban su servidumbre a cambio del compromiso de los nobles de protegerles contra las razias de otros pueblos. Las nuevas élites del dinero del capitalismo del siglo XIX no heredaron el compromiso de que “nobleza obliga”. Dejaron que la nueva riqueza conviviese con la extrema desigualdad y pobreza que acompañaron a la primera revolución industrial. “Era el mejor de los mundos, y era el peor de los mundos”. Este íncipit de la novela Historia de dos ciudades de Charles Dickens refleja muy bien aquella sociedad dual.

Tuvieron que ocurrir las luchas sociales de finales del XIX, la Primera Guerra Mundial, la Revolución rusa, la Gran Depresión y el fascismo para que finalmente la Segunda Guerra Mundial generase el impulso moral necesario para construir un nuevo contrato social. Las izquierdas aceptaron el sistema de economía de mercado, y las derechas apoyaron un nuevo Estado social para erradicar la desigualdad y la pobreza y hacer viable la igualdad de oportunidades.

Durante los “Treinta Gloriosos” años que siguieron, ese contrato trajo progreso social, económico y político. Pero comenzó a debilitarse ya en los años ochenta. Por un lado, con la reacción conservadora de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, que cuestionó el Estado de bienestar. Por otro, con la globalización y la desindustrialización, que dañaron el empleo y el bienestar de ciudades y comunidades locales antes prósperas. En Los lunes al sol, Fernando León reflejó muy bien esa pérdida de prosperidad de una ciudad como Vigo, bajo los efectos de la desindustrialización.

El nuevo libro de Anne Case y del premio Nobel Angus Deaton, Deaths of Despair and the Future of Capitalism, es un relato dramático de las muertes por desesperación de trabajadores blancos norteamericanos abandonados en la cuneta del desempleo y la falta de expectativas. El triunfo de Donald Trump, el Brexit, los chalecos amarillos franceses o las revueltas de los agricultores son manifestaciones del resentimiento de muchos grupos sociales contra un sistema económico y político que les ha abandonado.

¿Cómo construir un nuevo contrato social que haga posible una nueva época de prosperidad para todos? Son necesarias políticas distributivas, como el aumento del salario mínimo. Pero las políticas sociales no serán suficientes. Es necesario reformar el capitalismo para hacerlo más inclusivo. Y eso solo es posible con un nuevo contrato social progresista. ¿De dónde puede venir el impulso moral para construirlo? Descartada la “solución” de la guerra, el cambio climático tiene capacidad para generar ese impulso colectivo. La pregunta que se estarán haciendo es por qué razón. Veamos.

En su obra magna, Teoría de la Justicia, John Rawls, el gran filósofo liberal de la segunda mitad del siglo pasado, identificó algunos elementos imprescindibles del contrato social progresista. Uno es el principio de reciprocidad. Otro es la existencia de un “velo de ignorancia” que, como una niebla, nos impide ver cómo estaremos en el futuro, si seremos ricos o pobres, si tendremos empleo o no, si estaremos o no cubiertos frente a la enfermedad y la jubilación. Esa incertidumbre nos hace más racionales y solidarios. En esas circunstancias, estamos dispuestos a apoyar políticas e instituciones inclusivas que nos aseguren a todos frente a esas contingencias. Es una solidaridad egoísta, pero solidaridad al fin y al cabo.

El cambio climático produce un velo de ignorancia respecto a nuestra situación en el futuro que puede generar el impulso moral necesario para construir un nuevo contrato social verde. Especialmente si eventos como los incendios de California y Australia o las inundaciones provocadas por las nuevas galernas aceleran la percepción de su urgencia. Ese nuevo contrato social tiene que apoyarse en un gran programa de inversiones que impulse la transición a una economía verde y la sostenibilidad del medio natural. Necesitamos nuevas políticas industriales y agrarias que creen empleo en los lugares donde vive la gente, en vez de expulsarlas hacia las grandes ciudades. Eso permitirá devolver la prosperidad a las ciudades y comunidades rurales abandonadas a su suerte en la etapa de desindustrialización. Y ganarle la batalla al populismo autoritario.

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