La salida de Trump augura un cambio de paradigma en los organismos económicos globales
El relevo en la Casa Blanca obliga a realinearse con las prioridades de Biden a varios hombres designados por el republicano en el BID, el Banco Mundial y el FMI
Las ramificaciones del cambio de guardia en la Casa Blanca son casi infinitas. No solo en clave interna: el abandono del unilateralismo marca de Donald Trump fuerza a un viraje en la retórica impuesta por el republicano en varios organismos internacionales en los que ha maniobrado en los últimos años para colocar a nombres de su confianza. “Quiero decirlo claro: América está de vuelta, el multilateralismo está de vuelta, la diplomacia está de vuelta”, ...
Las ramificaciones del cambio de guardia en la Casa Blanca son casi infinitas. No solo en clave interna: el abandono del unilateralismo marca de Donald Trump fuerza a un viraje en la retórica impuesta por el republicano en varios organismos internacionales en los que ha maniobrado en los últimos años para colocar a nombres de su confianza. “Quiero decirlo claro: América está de vuelta, el multilateralismo está de vuelta, la diplomacia está de vuelta”, sintetizó la semana pasada Linda Thomas-Greenfield, la mujer que llevará las riendas de la representación estadounidense ante Naciones Unidas en la era Biden. Toda una declaración de intenciones que pone el listón muy alto para los cuatro próximos años.
Desde su llegada a la Casa Blanca en enero de 2017, Trump no ha perdido ni un minuto en su mandato para poner a tres hombres de su confianza en el puente de mando del Banco Mundial (David Malpass, nombrado en 2019), el Fondo Monetario Internacional (Geoffrey Okamoto, primer subdirector gerente desde marzo pasado) y el Banco Interamericano de Desarrollo (Mauricio Claver-Carone). En los tres casos, la intención última era tratar de reformar estos entes a su medida —siempre con el America First (EE UU primero) en la retina— y reducir al mínimo las opciones de colaboración multilateral: el suyo ha sido, en fin, un Gobierno marcadamente nacionalista en el que la condición para tomar en cuenta a otros países era que su país fuera quien diera las órdenes. Y estas órdenes debían, por encima de todas las cosas, beneficiar a EE UU.
“No van a tener el mismo peso que hasta ahora, pero son personas no designadas directamente por el Gobierno de los EE UU, son elegidos por los directorios de estas instituciones”, recuerda Arturo Valenzuela, subsecretario de Asuntos Hemisféricos de Estados Unidos del Departamento de Estado en tiempos de Barack Obama y con el propio Biden como vicepresidente. “Cabe preguntarse por su posible reemplazo, pero no hay razón para esperar, de antemano, que no cumplan sus mandatos”, completa Otaviano Canuto, exvicepresidente del Banco Mundial y exmiembro del máximo órgano de gobierno del FMI, que prevé en todo caso un giro radical en los valores y prioridades que tendrán que representar.
Cada caso, sin embargo, es un mundo. Tanto Malpass como Okamoto tienen su continuidad prácticamente garantizada. El primero ha sabido distanciarse de su padrino político, casi desde el primer día y haciendo gala de un exquisito perfil bajo. Aunque crítico en el pasado con el papel de los organismos multilaterales como el que hoy comanda, ha modulado su discurso y ha optado, más bien, por reforzar un perfil de “reformista constructivo” que trató de vender desde el primer momento y no tanto de hombre de paja de Trump en el Banco. Y no debe olvidarse que el nombramiento del jefe del Banco Mundial siempre ha correspondido a EE UU.
El segundo, Okamoto, aunque muy cercano a Trump, también parece tener pista libre para agotar su mandato en el Fondo sin grandes sobresaltos: es el contrapeso estadounidense de la búlgara Kristalina Georgieva —la cuota europea de un organismo que siempre ha estado encabezado por alguien con pasaporte del Viejo Continente—. Con mil y un frentes abiertos, no parece que la nueva Administración estadounidense vaya a querer abrir otro en el FMI.
El tercero, Claver-Carone, es harina de otro costal, tanto por la polvareda que levantó su nominación, la primera de un no latinoamericano al frente de la institución, como por el propio perfil del cubano-estadounidense, halcón y miembro del ala más dura del Partido Republicano para asuntos del subcontinente. También porque llegó al cargo con la carrera electoral estadounidense ya lanzada y con buena parte de las encuestas en contra. “Le va a costar trabajar con el Gobierno de Biden”, remarca Valenzuela, al tiempo que recuerda que el cubano-estadounidense insistió recientemente en nombrar a sus vicepresidentes en el banco, que también tienen que ser aprobados por los países, y no lo logró: “Los países de la región simplemente dijeron no”. El 13 de noviembre, un mes y medio después de que Claver-Carone asumiera su cargo, el BID aprobó los nombramientos de su equipo de vicepresidentes.
Sea como fuere, tanto Claver-Carone como Malpass y Okamoto se verán abocados a alinearse con una línea política opuesta en muchos sentidos a su propia cosmovisión. Tendrán, dicho de otra forma, que dejar a un lado su propia ideología y sus pulsiones internas para defender unos principios muy distintos a los de la Administración que les nombró. “El presidente electo se apoyará en el Banco Mundial, el FMI y el BID para enfrentar las dificultades económicas y sociales de la pandemia y esperará que estas personas respondan a la dirección de su política”, esboza, en conversación con EL PAÍS, Thomas Shannon, antecesor de Valenzuela en tiempos de George W. Bush ¿Podrán convivir con Biden en el poder? “Dependerá de cada uno de ellos: tendrán que adaptarse a un entorno completamente distinto en Washington”.
Cambio de retórica
Todo apunta a que los años de unilateralismo quedarán atrás a partir del próximo 20 de enero, cuando Biden ya quede firmemente asentado en el 1600 de la avenida Pensilvania de Washington. A tenor de su discurso y del de su equipo, el demócrata tratará de restituir a EE UU en el centro de la política económica global, buscará tejer lazos y complicidades con otros países en vez de la política del “conmigo o contra mí” defendida por su predecesor y reforzará la capacidad de acción de los organismos internacionales cuando el mundo más los necesita, en plena salida de la crisis del coronavirus. Con la expresidenta de la Reserva Federal Janet Yellen como jefa del Tesoro y con Anthony Blinken como secretario de Estado es una clara muestra de por dónde irán los tiros.
“Biden regresará a la aproximación multilateral del Obama. Entre otras cosas, porque se ha demostrado el fracaso de las guerras comerciales unilaterales de Trump”, proyecta Canuto. “El presidente electo utilizará el multilateralismo para mostrar que EE UU vuelve a comprometerse con el mundo y que lo hace promoviendo la cooperación y la colaboración”, remarca Shannon. “Si algo va a hacer Biden es justamente el multilateralismo y a fortalecer las instituciones internacionales que han quedado al margen en este Gobierno” cierra Valenzuela. Al margen del FMI, el Banco Mundial y el BID, el caso de la Organización Mundial del Comercio (OMC) brilla con luz propia: descabezada desde hace meses y desgarrado por el empuje de la retórica proteccionista de Trump, debería ser uno de los entes a los que mejor les siente el relevo en Washington. Soplan vientos de cambio en la Casa Blanca y en los principales organismos económicos internacionales.