China: el alto precio de vencer al virus

El pronosticado primer retroceso interanual de la economía china en casi medio siglo muestra el camino que espera al resto del mundo

Una mujer se desplaza en bicicleta por Pekín.NICOLAS ASFOURI (AFP)

El centro comercial de Taikooli es uno de los lugares más concurridos de Pekín. En la tarde del viernes, un grupo de viandantes al otro lado de la calle aguardaba el momento de cruzar de acera, preparados para despedir la semana laboral yendo al cine, de tiendas o a cenar. Eran apenas una decena, lejos de la aglomeración que en condiciones normales dificulta alcanzar el margen opuesto antes de que el semáforo vuelva a cambiar. Pero ya eso es una mejoría: en febrero, esta misma avenida estaba tan desierta que se hubiera podido escuchar el sonido de una moneda cayendo al suelo. Y todo ese silenc...

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El centro comercial de Taikooli es uno de los lugares más concurridos de Pekín. En la tarde del viernes, un grupo de viandantes al otro lado de la calle aguardaba el momento de cruzar de acera, preparados para despedir la semana laboral yendo al cine, de tiendas o a cenar. Eran apenas una decena, lejos de la aglomeración que en condiciones normales dificulta alcanzar el margen opuesto antes de que el semáforo vuelva a cambiar. Pero ya eso es una mejoría: en febrero, esta misma avenida estaba tan desierta que se hubiera podido escuchar el sonido de una moneda cayendo al suelo. Y todo ese silencio cuesta una fortuna. China empieza a recuperar la vitalidad después de que la lucha contra el coronavirus, que se ha cobrado más de 3.200 vidas, provocara un cierre absoluto. Con la infección por fin a raya, el país se prepara para recibir un segundo impacto: el de su factura.

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Las predicciones para el crecimiento del PIB en el primer trimestre del año apuntan a que la economía china sufrirá un retroceso histórico. Si se cumplen los augurios, el resultado será negativo por primera vez en casi medio siglo. Semejante racha atestigua tanto el vertiginoso progreso de las últimas décadas como la dimensión del revés. China no menguaba desde 1976. En aquel año aciago, a los estertores de la Revolución Cultural se sumó la muerte de Mao Zedong, máximo dirigente de la República Popular desde su fundación en 1949, la de su primer ministro Zhou Enlai –aunque para entonces ya llevara varios meses condenado al ostracismo– y la de otro cuarto de millón de personas a causa del devastador terremoto de Tangshan –cifras extraoficiales elevan el recuento hasta las 750.000–. Ese año, su economía se contrajo un 1,6%. Por poner en perspectiva el efecto de este periodo de bonanza: aquella China era la octava economía mundial, con un PIB apenas un 30% superior al de España. Hoy, cada vez más cerca del primer puesto, es casi 10 veces mayor.

El gigante asiático no ha detenido su paso desde entonces, llegando a avanzar con zancadas anuales superiores al 10% hasta en 14 ocasiones. Sus números se han mantenido indemnes frente a infortunios como la matanza de Tiananmen de 1989 (4,2%), la crisis financiera en 2008 (9,7%) o la guerra comercial con Estados Unidos desde 2018 (6,7%). El año pasado, el conflicto con la Administración Trump contribuyó a dejar el marcador en 6,1%. Esta cifra ya supuso el peor resultado en 29 años –precisamente desde la inestabilidad política y las sanciones internacionales que siguieron a Tiananmen en 1990 (3,9%)–. El resultado del cuarto y último trimestre de 2019 reflejaba un 6%, segundo mínimo histórico consecutivo desde que las autoridades comenzaran a publicar la variación trimestral en 1992. Ahora, no obstante, el coronavirus amenaza con convertir esta progresiva desaceleración en una recesión fulminante.

Las previsiones de los analistas para los tres primeros meses de este año comprenden desde el -4.2% de Standard Chartered Bank hasta el -9% en el que coinciden Goldman Sachs y Nomura. Aunque la autenticidad del dato definitivo, que verá la luz el mes que viene, suscita dudas razonables –aún más tratándose de una marca tan adversa–, hay motivos para la credibilidad. “Reflejará la realidad porque interesa”, apunta Alicia García-Herrero, economista jefe para Asia de Natixis. “Una cifra negativa trasmitirá el mensaje de que el Gobierno ha hecho un esfuerzo y está ganando la batalla: es una estrategia de comunicación”. Existe, además, una segunda razón: el precedente de los primeros índices económicos de 2020, publicados este lunes, los cuales exponen el desmoronamiento de la actividad económica en China.

Las peores cifras de la serie histórica

Desde la semana pasada, el coronavirus ya se mide en números. La producción industrial –una métrica fundamental para “la fábrica del mundo”– cayó un 13,5%. Las ventas al por menor, expresión del consumo, se hundieron un 20,5%. La inversión en activos fijos perdió un 24,5%. No solo los resultados de estos tres indicadores fueron peores de lo esperado, es que en la serie histórica no constan cifras peores. No hay un solo lugar donde el golpe no duela: el impacto del cierre afecta a todas las dimensiones de la vida económica. El consumo de electricidad, por ejemplo, se redujo un 7,8%. Según datos de la Oficina Nacional de Estadística, el paro pasó de un 5,2 a un 6,2%, su cota más alta hasta la fecha. Tomando como base la población activa china, esto se traduce en que casi cinco millones de personas perdieron su empleo en los últimos dos meses.

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Por todo ello, y con las infecciones a priori bajo control –el jueves fue el primer día desde el comienzo de la pandemia en que no se reportaron nuevos contagios domésticos–, el Partido vira para hacer de la recuperación una nueva prioridad. Antes de la debacle, el calendario chino tenía dos grandes propósitos marcados en el calendario de este año. En 2020 China debía acabar con la extrema pobreza –medida en términos propios– y doblar el tamaño de su economía con respecto a 2010. El pasado lunes, sin embargo, apenas 15 minutos antes de que los índices fueran divulgados, el diario oficial China Daily publicó un artículo en el que redoblaba la apuesta por erradicar la extrema pobreza, pero señalaba que el segundo objetivo se materializaría “alrededor de 2021”. Esta postergación es buena muestra de que el Gobierno no va a asumir riesgos excesivos a la hora de nivelar de nuevo su balance económico. Así lo ratificó el primer ministro Li Keqiang en un discurso pronunciado la semana pasada en una sesión del Consejo de Estado. “No es de gran importancia”, aseguró, “que el crecimiento económico sea un poco más alto o un poco más bajo mientras el mercado laboral permanezca estable”.

La importancia del empleo

“La tasa de desempleo es importante para cualquier país”, afirma Zhu Tian, profesor de Economía y decano adjunto de la escuela de negocios CEIBS. “Hay una marcada correlación entre el empleo y el PIB. El Gobierno persigue que las empresas mantengan los salarios e incluso contraten nuevos trabajadores. Esto, por supuesto, pondrá presión sobre sus beneficios, pero el mensaje central es que todos estamos en el mismo barco”. Las declaraciones del primer ministro Li, asimismo, inciden en la importancia del empleo en dos dimensiones paralelas. La primera, como palanca para reactivar el tejido productivo. Los índices de actividad elaborados por la consultora Trivium estiman que la economía china ya está funcionando a un 70% de su capacidad, un porcentaje que ha progresado en las últimas semanas, pero del que las pymes siguen siendo el extremo débil.

La industria china enfrenta en este momento dos carencias acuciantes: le faltan tanto productores como consumidores. Al sistema le urge movilizar a la masa de trabajadores migrantes atascados en sus casas, de ahí que el Gobierno haya llamado a relajar las restricciones a la circulación. Reflotar el empleo desencadenaría un círculo virtuoso que devolvería el equilibro al mercado, ya que permitiría aumentar a la vez la oferta y los ingresos familiares que desembocan en el consumo, es decir, la demanda.

Este último punto, el consumo, es un nudo. Ahora que los focos más peligrosos del coronavirus se han desplazado a Europa y Estados Unidos, preocupa en Pekín que una demanda externa endeble lastre su recuperación. Al mismo tiempo, una caída en el consumo chino puede hacer aún más dura la situación en Occidente. “La Gran Depresión es el modelo más próximo a lo que sucederá en los próximos meses, más que la crisis financiera de 2008”, expone García-Herrero. “La clave reside en que se trata de un shock simétrico que afecta a todo el mundo a la vez. Estamos pensando en términos de ciclo cuando no hay tal cosa: el mundo se ha parado. No es una recesión, es una depresión. ¿Cómo no van a subir los precios [y bajar el consumo] cuando la actividad pierde un 20%? China no se puede aislar, especialmente sin tener una moneda reserva”.

La segunda derivada de calado que comporta el desempleo es su capacidad de generar descontento popular. Esto resulta fundamental en un modelo político cuyo contrato social intercambia libertad individual por prosperidad económica. En un contexto de ralentización como el actual, es inevitable que los ingresos domésticos se resientan. “Las rentas familiares en China han evolucionado en paralelo al PIB. Las previsiones ahora prevén entre un 2 y 3% de crecimiento para 2020, pero es que hace un año las rentas avanzaban a un ritmo del 10% anual. No va a ser fácil”, argumenta García Herrero. “Por eso el Gobierno procura, casi a costa de todo, que el desempleo no aumente”. La prosperidad económica es la primera fuente de legitimidad para el Gobierno del Partido. Y para el Partido no hay nada por encima del Partido. Al fin y al cabo todos los billetes, pese a no hacer ruido al caer, llevan impresos el rostro de Mao.

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