Editorial

Latinoamérica desigual

En 2014 las economías emergentes han dejado de ser la principal tracción del crecimiento económico mundial. A ello ha contribuido la menor expansión en las economías de América Latina que afrontan una nueva fase no exenta de riesgos. En especial los derivados de la retirada de estímulos monetarios al crecimiento en Estados Unidos. Pero también a ciertas amenazas derivadas de la desigual estabilidad y en el compromiso con la competencia global de las distintas economías de la región. Una de las primeras consideraciones que es necesario hacer cuando se analizan las economías latinoamericanas es ...

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En 2014 las economías emergentes han dejado de ser la principal tracción del crecimiento económico mundial. A ello ha contribuido la menor expansión en las economías de América Latina que afrontan una nueva fase no exenta de riesgos. En especial los derivados de la retirada de estímulos monetarios al crecimiento en Estados Unidos. Pero también a ciertas amenazas derivadas de la desigual estabilidad y en el compromiso con la competencia global de las distintas economías de la región. Una de las primeras consideraciones que es necesario hacer cuando se analizan las economías latinoamericanas es la creciente heterogeneidad de las mismas. Todas, sin apenas excepción, están expuestas a una mayor volatilidad de los flujos internacionales de capital consecuente con las variaciones de las políticas monetarias de las economías avanzadas. A casi todas les afectará la evolución desfavorable de los precios de las materias primas, a pesar del mayor crecimiento de las economías avanzadas, especialmente EE UU, Reino Unido y Japón. Algunos países relevantes de la región tendrán que afrontar una mayor exposición a las insolvencias bancarias, como consecuencia de crecimiento del crédito, no siempre asentado en estándares de riguroso análisis del riesgo.

Pero esa vulnerabilidad puede verse amortiguada en aquellas economías que más directamente han apostado a la mejora de sus instituciones y, en todo caso, a la apertura al exterior y al fortalecimiento de sus posiciones competitivas en la economía global. En este punto puede ser relevante la diferenciación cada día más explícita entre los dos bloques regionales que se han conformado en la región: la Alianza del Pacífico (Chile, Perú, Colombia y México) y el Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela). A pesar de la mayor antigüedad del segundo y de los diversos intentos que se han hecho por fortalecer su dinámica de integración, incluso considerando en algún momento replicar la unión monetaria europea, es la Alianza del Pacífico la que promete un mejor comportamiento macroeconómico. Crecerá, entre el 3% y el 4%, significativamente más que el Mercosur. Dentro de este bloque, Argentina, Brasil y Venezuela, representativas del 98% del conjunto, es difícil que superen el 1%. Son esos fundamentos, además de un compromiso más explícito por la integración global y la asunción de reglas homologables en la mayoría de las economías avanzadas, los que constituyen un estímulo a la ampliación del bloque en torno al Pacífico. En este bloque, además, el protagonismo empresarial en el impulso integrador es mayor, menos sujeto a consideraciones ideológicas, como es el caso del Mercosur.

Todas las economías de América Latina, sin embargo, más allá de esos retos competitivos han de abordar otros de carácter más estructural si cabe. La diversificación de su patrón de especialización productiva, por ejemplo. El papel de la demanda interna ha de ser mayor. Pero para ello también han de serlo las rentas de la población. Todos han de abordar reformas en sus sistemas fiscales que propicien la emergencia completa de clases medias y reduzcan las enormes desigualdades en la distribución de la renta y de la riqueza que todavía persisten, a pesar de la voluntad expresa de algunos países del Mercosur por luchar de forma prioritaria contra la pobreza. Pero sin crecimiento económico sostenible es difícil repartir.

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