Un gobernador entre dos fuegos

Fernández Ordóñez, que perdió la confianza del Gobierno que le nombró, se ha convertido ahora en el pimpampum del PP por la crisis de Bankia

Miguel Ángel Fernández Ordóñez el pasado abril en las jornadas financieras organizadas por Bankia y EL PAÍSLUIS SEVILLANO

Quedan exactamente 61 días para que Miguel Ángel Fernández Ordóñez cumpla los seis años de mandato como gobernador del Banco de España (BE). Eso si no decide irse antes, harto de los continuos ninguneos del Gobierno del PP y malparado por la crisis de Bankia, que muy a su pesar va a señalar para siempre sus últimos días en la venerada institución. Va a ser el remate a una inacabada reforma financiera que no supo abordar, en la que le faltó autoridad para enfrentarse a los poderes políticos y decisión para intervenir a tiempo algunas entidades que estaban en una situación crítica. Y quizá le so...

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Quedan exactamente 61 días para que Miguel Ángel Fernández Ordóñez cumpla los seis años de mandato como gobernador del Banco de España (BE). Eso si no decide irse antes, harto de los continuos ninguneos del Gobierno del PP y malparado por la crisis de Bankia, que muy a su pesar va a señalar para siempre sus últimos días en la venerada institución. Va a ser el remate a una inacabada reforma financiera que no supo abordar, en la que le faltó autoridad para enfrentarse a los poderes políticos y decisión para intervenir a tiempo algunas entidades que estaban en una situación crítica. Y quizá le sobró disposición para mandar recetas de política económica que servían para muy poco en la resolución de los problemas del sistema financiero y, en cambio, le originaban continuos enfrentamientos con el Gobierno socialista que le había delegado la misión de cuidarlo.

Le faltó autoridad frente a los políticos y decisión para intervenir cajas

Desde que cambió el Ejecutivo el pasado diciembre las relaciones no han ido a mejor. El PP, que en la oposición jaleaba sus intervenciones (posiblemente excesivas para un gobernador) porque eran golpes bajos a los adversarios por parte de uno de los suyos, le ha marginado conscientemente. El ministro Luis de Guindos, con quien mantuvo una amistosa relación en etapas pasadas, apenas se habla con él ni le hace partícipe de decisiones clave como el episodio del pasado fin de semana en el que se precipitó la dimisión de Rodrigo Rato en Bankia. Ahora el PP le ha convertido en el pimpampum echándole todas las culpas de los males de esta entidad y, por extensión, de la crisis, olvidando la fuerte involucración que han tenido las comunidades autónomas gobernadas por ellos, en este caso la de Madrid, en la reconversión de las cajas.

Insertado en ese pandemónium, estos meses están siendo enormemente intensos para el gobernador; pero este hombre de 67 años, que se desbravó en política muy joven y se curtió pasando por diversos altos cargos, es duro de pelar. Tiene la virtud, y tal vez el peligro, de controlar con frialdad sus movimientos, lo que genera desasosiego incluso en sus amigos de siempre. Unos y otros le llaman MAFO, un apelativo que responde a sus iniciales y que a él ni le molesta ni le perturba.

Guindos apenas le habla ni le hace partícipe de decisiones clave

El nombramiento como gobernador ponía la guinda a una carrera al servicio de la Administración (fue secretario de Estado de Economía y Comercio con Felipe González y de Hacienda con Rodríguez Zapatero, y presidente del Tribunal de la Competencia y de la Comisión del Sistema Eléctrico). Quizá la animadversión del PP hacia él tenga su origen en el pecado original que se cometió en su nombramiento: nunca en democracia se había nombrado al gobernador sin pactarlo los dos partidos mayoritarios. Las huestes del PP recuerdan que fue propuesto por Pedro Solbes cuando era secretario de Hacienda (cesó de este cargo a los cuatro meses) y aprovechan esa circunstancia para echar leña al fuego contra “la ruina heredada del PSOE”. El caso es que perdida la confianza de unos (cuando se fue Solbes, solo mantenía una interlocución correcta con Elena Salgado) y con los otros a la greña, MAFO se ha quedado entre dos fuegos.

Pero MAFO ha sido un funcionario ejemplar, con una cabeza bien armada, culto, con buena formación en economía (es técnico comercial del Estado y economista del Estado), educado en una familia librepensadora. Siempre se dijo que no llegó a ser ministro con el PSOE porque ya lo era su hermano Francisco (el carismático Paco Ordóñez, al que MAFO veneraba) y cuando pudo serlo ya se le había pasado el arroz. Durante los Gobiernos de Aznar trabajó en el grupo PRISA (EL PAÍS, Cinco Días, cadena SER y Canal +). Su progresiva escora socio liberal no generaba mucha simpatía en las filas del partido, del que es militante desde que en los años setenta entró en Convergencia Socialista Madrileña. Pero el laissez faire, laissez passer no es lo más apropiado para un puesto como el de gobernador, en el que hay que ser más decidido que reflexivo, más ejecutor que permisivo.

De un supervisor se espera que sepa enderazar la nave en tiempos de zozobra

Dicen que el cargo de gobernador entraña antipatía y distancia, que un banquero central debe ser una persona sosegada, tranquila, previsible y aburrida. Apenas llegó a la torreta de mando, bajo la mirada de la vecina diosa Cibeles, MAFO quiso transmitir que tenía al menos alguno de esos atributos, que iba con talante dialogante y ganas de ser metódico; pero en estos años se ha ganado fama de taciturno, difícil y dubitativo. Se le tacha de no haber sabido aglutinar al personal, pese a que se reconoce en él un trato amable y cortés. Sabía que entraba en un templo que algunos de sus anteriores inquilinos habían consagrado con actuaciones casi milagrosas otras crisis bancarias y le habían dado un halo si no de santidad sí de carisma reverencial. El paso, el peso y el poso de hombres como Mariano Rubio y Luis Ángel Rojo dejaban el listón muy alto e infundían un respeto casi sagrado a personas que venían de otros mundos más profanos.

Posiblemente quiso tomar lo mejor de los dos y puso todo el empeño, porque cuando fue nombrado gobernador su formación y experiencia financieras eran escasas. Para algunos observadores esa carencia puede explicar lagunas en el diseño y aplicación de los sucesivos planes de reforma financiera. Pero él iba con la lección aprendida. Las advertencias sobre la gestación de una peligrosa burbuja inmobiliaria por parte de los servicios de inspección procedían de los tiempos de su predecesor, Jaime Caruana, y él llegó con la intención de atajar el problema que aquel dejó sin resolver.

MAFO quiso atajar la búrbuja inmobiliaria que su antecesor dejó sin resolver

Sin embargo, se encontró con más obstáculos de los que preveía, principalmente de los dirigentes políticos regionales y locales de todos los colores políticos, reacios a perder poder en las cajas. No supo o no se atrevió a enfrentarse a ellos, lo que explica el retraso en la intervención del BE ante problemas que crecieron hasta convertirse en casi incontrolables. Ocurrió con las cajas de la Comunidad Valenciana, las gallegas o incluso Caja Madrid, donde los dirigentes del PP le pusieron la proa desde el primer momento y él no dio el paso adelante para impedir la revuelta cuando tenía los balances a su favor. El caso es que se permitieron fusiones económicamente absurdas con las consecuencias que se pueden observar ahora. “Tenía que haber tomado el modelo de ordeno y mando de Mariano Rubio y ponerse los manguitos como Aristóbulo de Juan [director general con aquel] para abordar las reformas sin que le regateara nadie”, señala uno de esos observadores.

Esa pudo ser la clave de su gestión, que va a quedar como manifiestamente mejorable y llena de claroscuros (más oscuros que claros). Claros porque impulsó reformas necesarias que debían haberse abordado anteriormente, principalmente la de las cajas. Pero más oscuros porque, además de dedicarse con ahínco a pedir medidas económicas que era secundario en el banco, las reformas financieras se fueron retrasando y con muchos condicionantes. La intervención de Caja Castilla La Mancha (CCM) sonó más a un intento de ejemplarizar, ya que estaba controlada por el PSOE, que de acabar con una lacra cada vez más pesada. Había un racimo de cajas que podían haber seguido la misma suerte, incluso antes: Cajasur, CAM, Bancaja y otras muchas cuyos problemas quedaron absorbidos en las fusiones.

Pero ahí se encontró con la visceral oposición de los barones del PP, muchos de los que ahora le culpan. El BE siempre ha argumentado que “no se puede intervenir hasta que no hay problemas de solvencia y las entidades cumplían los coeficientes; además la intervención es lo más caro y traumático, por lo que se buscaban soluciones previas”. Así ocurrió en efecto con CCM, sin éxito, y posteriormente con Cajasur, con éxito. Es posible que los resultados de las pruebas de estrés confundieran al gobernador y retardaran cualquier acción interventora. No obstante, él nunca alabó las bondades del sistema financiero español. Fue Zapatero. Él siempre advirtió que había que mantenerlo bajo vigilancia. Asimismo, y además del rechazo político, tampoco convenció a la patronal sectorial de cajas. “No hay más que ver que la fusión del Popular y Pastor se hizo sin problemas”, aseguran fuentes cercanas al BE.

También se apela a que la crisis, que va a seguir cuando se vaya, determinó su actuación desde casi el principio de su mandato. “Pero eso no le vale de excusa, de un supervisor se espera que sepa enderezar la nave en tiempos de zozobra, porque en los de bonanza lo hace cualquiera”, sostiene un colega de profesión que reconoce que “ha decepcionado a muchos de sus defensores y amigos”.

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