LOS GRANDES SUCESOS DEL ARCHIVO DE EL PAÍS

Historia de una asesina compulsiva

La cocinera Remedios Sánchez mató a tres ancianas y lo intentó con otras siete en Barcelona a lo largo de 24 días del verano de 2006

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Remedios Sánchez, presunta asesina en serie, escoltada en Barcelona en 2006Captura de vídeo

Remedios Sánchez fue condenada a 144 años de prisión por matar a tres desvalidas mujeres en 2006. Sembró tal terror en Barcelona que los Mossos d'Esquadra barajaron pedir a las ancianas que no salieran de casa. ¿Cuál fue la espoleta de un frenesí asesino que le hizo pasar de una vida normal a estrangular a mujeres indefensas? La pregunta sigue sin respuesta.

Dolores preparaba unas albóndigas para su nieto cuando sonó el telefonillo. Era Mari, que quería subir un momento a contarle algo. La mujer no tenía ganas de nada, as...

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Remedios Sánchez fue condenada a 144 años de prisión por matar a tres desvalidas mujeres en 2006. Sembró tal terror en Barcelona que los Mossos d'Esquadra barajaron pedir a las ancianas que no salieran de casa. ¿Cuál fue la espoleta de un frenesí asesino que le hizo pasar de una vida normal a estrangular a mujeres indefensas? La pregunta sigue sin respuesta.

Dolores preparaba unas albóndigas para su nieto cuando sonó el telefonillo. Era Mari, que quería subir un momento a contarle algo. La mujer no tenía ganas de nada, así que le dijo que estaba ocupada con el guiso. Cuatro días antes, su mejor amiga, Josefa Cervantes, Pepita, había aparecido estrangulada con un tapete de ganchillo en el salón de su casa. Dolores no había salido a la calle desde entonces. Tenía miedo y una inmensa tristeza. Mari insistió, nerviosa. Serían solo cinco minutos. Después preguntó por Pepita. "La han matado, a la pobre", le respondió la temblorosa voz al otro lado del portero automático. "Ha sido horrible, horrible... ¿Quién ha podido hacerle algo así, a ella, que nunca molestó a nadie?", sollozó Dolores.

Mari se mostró muy sorprendida y se marchó. Dijo que volvería más tarde, pero no lo hizo. Era ella quien había matado a Pepita. Las dos amigas la habían conocido tan solo una semana antes. Se paró a hablar con ellas en la calle, junto al café Sidney del paseo de Maragall, en el barrio del Guinardó (Barcelona). "Era una mujer de unos 50 años. Nos dijo que no se sentía bien y que no encontraba las llaves de su casa, así que la invité a la mía a tomar una manzanilla", recuerda Dolores, aún estremecida con los acontecimientos de aquel verano de 2006. "Como tenía comida de sobra, se quedó a almorzar. Era muy amable, me contó que tenía dos hijos". A los postres llegó Pepita. Se cayeron tan bien que Mari le pidió su dirección para ir a visitarla alguna vez.

Remedios Sánchez, el día de su juicio.EFE

Las dos ancianas sobrepasaban los 80 años, eran viudas y, aunque tenían familiares que las visitaban a menudo, vivían solas. Un poco de compañía nunca estaba de más. Pepita, menuda, rubia y muy coqueta, se casó mayor, a los 70 años, pero el marido falleció poco después. Solía ir con Dolores a bailar tangos, a jugar a la petanca o de viaje a Mallorca o Benidorm. Eran como hermanas. Dolores ya no deja que nadie entre en su casa. Por eso espera a la periodista sentada en un banco de la calle.

-Me han pasado tantas cosas, ¿sabe? Me dejaron sin mi amiga del alma. Fue la cuñada de Pepita quien me avisó de lo que le habían hecho. Fue el 10 de junio. La pobre tenía la nariz rota y su cabecita llena de rizos rubios estaba encajada en el sofá.

-¿No sospechó de la desconocida Mari al enterarse de la noticia?

En el domicilio de la sospechosa había anillos, pendientes, dinero, relojes y libretas bancarias

-¿Cómo iba a pensar que esa mujer tan amable era una ladrona y una asesina? Parecía una buena mujer, sencilla, de pueblo. Iba algo desarreglada y toda vestida de negro. Mi amiga y yo éramos muy confiadas. Cuando me enteré, me temblaron las piernas. Menos mal que no la dejé entrar de nuevo en casa cuando lo intentó. No he vuelto a ser la misma desde que pasó aquello.

La muerte de Pepita apenas mereció una escueta nota en los periódicos: "Una anciana, hallada muerta con signos de violencia". Pero fue el primero de una larga lista de ataques a ancianas en Barcelona. Ocho días después, una mujer entró en casa de Rosa Rodríguez pidiendo una tirita. Una vez dentro, la pateó y agarró por el cuello hasta que perdió el conocimiento. Tres días más tarde, la siguiente víctima fue Rosario Márquez, apaleada y asfixiada hasta el desmayo, que al recuperar el conocimiento vio que habían desaparecido todas sus joyas.

Los días sucesivos fueron atacadas Pilar Solà, Alicia Latre, Adelaida Geranzani, María Sahún, Montserrat Figueras, María Salud Mateu, Isabel Medina... mujeres de 70 a 96 años cuya buena voluntad les llevó a dejar entrar en sus casas a una mujer afable que una vez dentro se convertía en un demonio. Pasaba de charlar con ellas amistosamente a golpearlas y a coger cualquier toalla o trozo de tela para ahogarlas. Tres de ellas -Pepita, Adelaida y María- murieron. Las demás salvaron la vida de milagro.

La homicida era una mujer de unos 50 años, con acento gallego, que se acercaba siempre de forma similar a las víctimas: pedía una botella de agua, decía que llevaba un paquete para alguna vecina, que necesitaba ayuda. Después del tercer asalto, los Mossos d'Esquadra se dieron cuenta de que no era una casualidad: había una asesina en serie de ancianas que atacaba compulsivamente. Cada día que tardaran en encontrarla podía suponer otra víctima más.

Josefa Cervantes, vestida de novia, con su amiga Dolores.TONI ALBIR

Los investigadores trabajaban a contrarreloj. La situación era tan grave, y las pistas tan pocas, que José Luis Trapero, el jefe de investigación criminal de los Mossos, convocó a la prensa para hacer un llamamiento público a las mujeres mayores de su ciudad: no debían dejar entrar a ninguna desconocida en su casa hasta que la asesina no fuera atrapada. Más de 50.000 ancianas de más de 70 años vivían solas. "Pensamos incluso en pedir que no salieran de casa, pero con el calor del verano y al ser un colectivo tan vulnerable era peligroso inducirlas a quedarse encerradas durante días porque podía pasarles cualquier cosa", recuerda Trapero. "Había que detener de inmediato a la mujer que estaba sembrando el terror".

Dolores puso a los agentes sobre la pista de Mari. La videocámara de una sucursal de Caja Duero las grabó al lado de un cajero el día que se conocieron. Fue la primera imagen que manejaron los Mossos. La misma persona quedó registrada en una estación de metro después de otro ataque, con un hematoma en la cara por el puñetazo que le había propinado el marido de la víctima.

La tal Mari era la asesina en serie. Pero había que encontrarla. Los investigadores llegaron a ella casi por casualidad. Los robos de joyas y dinero les hicieron pensar que quizá jugaba. Miraron en bingos y billares cercanos a las zonas de los asaltos, por probar. Y dieron con una que encajaba: Remedios Sánchez, sin antecedentes penales.

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Era ella. Pero no vivía donde constaba en su DNI. La prolija investigación de los Mossos les llevó a su lugar de trabajo, el bar Cebreiro, muy cerca de una comisaría, y a su casa. Pero se había evaporado. Gracias a las señales de su teléfono móvil localizaron la zona en la que se movía. El 4 de julio, más de 200 agentes peinaban las calles para cazarla. Quizá había salido a matar de nuevo.

Trapero estaba ya cansado de dar vueltas cuando se fijó en los neones luminosos de un bingo en la calle de Provenza, junto al paseo de Gracia. Entró con un compañero. Vieron a una mujer morena en una tragaperras. "No tendremos tanta suerte...", pensaron. La tuvieron. Era La Reme quien metía compulsivamente monedas en la máquina.

Les acompañó con una sonrisa angelical, diciendo que no entendía nada. Pero en su bolso apareció una agenda con la dirección de Pepita, y en su domicilio había collares, anillos, pendientes, dinero, relojes, monedas antiguas y libretas bancarias de las víctimas. El subinspector Josep Porta, que dirigió un registro que duró más de seis horas, recuerda que Remedios ya no estaba tan tranquila: "Chillaba, gritaba, pedía explicaciones, tuvo varios ataques de nervios".

No habló más. Tan solo repetía que todo era un error. Oriunda de Dormea, un pueblo de A Coruña, llevaba muchos años en Barcelona. Tenía 48 años, dos hijos gemelos de 23 y un exmarido. Cuando vivía con ellos, ya jugaba a las tragaperras. Mantuvo después una relación con un taxista, Rafael, que acabó mal, y ella, despechada, empezó a beber y a tomar tranquilizantes. Era una buena cocinera, cumplidora en su trabajo, obsesionada con no volver a pasar las penurias que padeció en su aldea gallega.

Remedios le dijo a su abogado, Jordi Colomines, que la asesina era una tal Mari, a la que había alquilado una habitación en su casa y que desapareció dejando las joyas. Pero la Audiencia de Barcelona la condenó a 144 años de cárcel. ¿Cuál fue la espoleta de un frenesí asesino que le hizo pasar, a los 48 años, de una vida normal a estrangular a ancianas indefensas? No hay respuesta.

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