Columna

Posesión pacífica

La cantidad de tinta, real y virtual, vertida hasta ahora por lo del Códice Calixtino no tiene nada que envidiar al petróleo derramado por el Polycommander, el Mar Egeo y el Prestige juntos. Así que de vertidos al río y tiro porque me toca. No será este mostrenco escribidor el que dé hoy la solución del caso, pero no está de más que todos aportemos nuestro granito de arena al misterio misterioso: a lo mejor damos con alguna pista. Es una lástima que la Iglesia católica no cuente ya entre sus filas con el padre Brown, el sacerdote detective de G.K. Chesterton...

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La cantidad de tinta, real y virtual, vertida hasta ahora por lo del Códice Calixtino no tiene nada que envidiar al petróleo derramado por el Polycommander, el Mar Egeo y el Prestige juntos. Así que de vertidos al río y tiro porque me toca. No será este mostrenco escribidor el que dé hoy la solución del caso, pero no está de más que todos aportemos nuestro granito de arena al misterio misterioso: a lo mejor damos con alguna pista. Es una lástima que la Iglesia católica no cuente ya entre sus filas con el padre Brown, el sacerdote detective de G.K. Chesterton que se ponía en el lugar del criminal y, comprendiendo sus razones, resolvía invariablemente el crimen. En el caso que nos ocupa no ha habido -al menos que se sepa y por ahora- ningún asesinato. El Códice voló un buen día, aún sin precisar exactamente, y toca encontrarlo porque es un libraco importante en tamaño y contenido. Las declaraciones que siguieron a la desaparición dejarían atónito al padre Brown, un hombrecillo chapado a la antigua y muy escrupuloso con la lógica y la coherencia. Para asombro y estupor de propios y marcianos, la conclusión, a día de hoy, es que cinco minutos antes de desaparecer el Códice aún estaba en el Archivo. Una verdad de Perogrullo muy parecida a la de "si metemos un gol más que el contrario, ganamos el partido" pero no menos significativa a la hora de evaluar el despiste general de los responsables de la guarda y custodia de nuestro patrimonio.

Tras lo del Códice, está en cuestión si determinadas cosas se deben dejar en manos de cierta gente

Un gremio especialmente preocupado por este misterio es el de los músicos dado que en el Códice hay (¿había?) un montón de material sonoro. En una reunión de algunos de ellos celebrada en A Illa de San Simón la semana pasada, justo cuando saltó el caso a las primeras páginas de todos los periódicos del mundo (una buena coartada), se llegó a una conclusión: el Códice era también una guía del Camino de Santiago pero muy antigua y, claro, estaba obsoleta. Ahí no aparecen ni gasolineras ni hoteles de cuatro estrellas; incluso algún club de alterne ha desaparecido del mapa. El ladrón actuó pues de buena fe para que nadie se llame a engaño a la hora de emprender el Camino. Circulan rumores sobre la aparición en la cámara acorazada -esa que se quedó con las llaves puestas- de un ejemplar de la Guía Campsa 2012, mucho más útil, ¡dónde va a parar!, a la hora de atraer peregrinos a Galicia y sacarnos unos eurillos.

A raíz de esta desaparición se vuelve a cuestionar la conveniencia o no de dejar en manos de determinada gente determinadas cosas. La Iglesia ha sido depositaria de gran parte del patrimonio de la cultura europea y a ella debemos agradecer la transmisión de la sabiduría que nos ha hecho como somos. Lo que pasa es que ahora vemos cómo desaparecen códices por arte de birlibirloque y saltan informaciones sobre apropiaciones masivas de inmuebles y terrenos, mucho más rentables, ¡dónde va a parar!, que unos libros escritos en lenguas muertas o agonizantes. La palabra técnica es "inmatricular": alguien con alzacuellos llega al registro de la propiedad e inscribe una iglesuca por aquí, un olivar por allá, y así se amasa una, digamos, pequeña fortuna revendiendo, hipotecando o sencillamente especulando con el dinero que aportan los fieles y el estado para restauraciones y reparación del alicatado. Al parecer, según la Iglesia, la "posesión pacífica" de un inmueble durante cien años o más se considera ya como un título de propiedad. (Pero no la "okupación guerrera" con menos años de antigüedad: al que la practique se le desaloja y ya está.) Algo así pensará el que se llevó el Códice: dentro de un siglo es suyo para siempre.

Por su parte, el presidente Feijóo nos tranquiliza diciendo que no debemos asombrarnos demasiado ante el presunto robo del Códice: al fin y al cabo también robaron El grito de Munch y a un cuñado del deán le levantaron el radiocassette del Opel Kadett en los años ochenta. En fin: conviene reírse solo lo justo con todo esto. En realidad es cosa muy triste y nos da la medida de quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos con el zurrón vacío de códices y lleno de chorizos, que están mucho más ricos, ¡dónde va a parar!

julian@siniestro.com

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