Análisis:EL ACENTO

Ni 'burka' ni bañador

La Policía Municipal de Barcelona tendrá en los próximos días una nueva labor. Deberá mostrar sus habilidades para discernir entre un top y un sujetador de biquini, entre un bañador y un asimilado. No es una cuestión baladí, pues la multa puede llegar a 300 euros si un ciudadano o ciudadana es sorprendido vestido de tal guisa a una distancia prudencial de una zona de baño. Todo quedará a criterio del agente del cuerpo policial que se tope con el cuerpo del delito.

Los votos del PSC y de Convergència i Unió decidieron el pasado viernes y en un pleno extraordinario del Ayuntamiento de Bar...

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La Policía Municipal de Barcelona tendrá en los próximos días una nueva labor. Deberá mostrar sus habilidades para discernir entre un top y un sujetador de biquini, entre un bañador y un asimilado. No es una cuestión baladí, pues la multa puede llegar a 300 euros si un ciudadano o ciudadana es sorprendido vestido de tal guisa a una distancia prudencial de una zona de baño. Todo quedará a criterio del agente del cuerpo policial que se tope con el cuerpo del delito.

Los votos del PSC y de Convergència i Unió decidieron el pasado viernes y en un pleno extraordinario del Ayuntamiento de Barcelona que la guardia urbana se erija en una suerte de Mutawwa (la policía moral saudí) de la capital catalana. Y es que una ola de buenas costumbres se ha apoderado del Consistorio barcelonés. Nada mejor que una regulación imprecisa y vaporosa, a medida de un amplísimo electorado, que prevé multar con el mismo montante a quien vista bañador que a quien se salte un semáforo en rojo: 200 euros.

Así que nada de ir medio vestidos. Pero tampoco demasiado tapados, porque ser portadora de burka o de niqab en edificios públicos también está prohibido en Barcelona y en otros 12 municipios españoles, 11 de ellos catalanes. Hasta el momento, la autoridad competente no ha encontrado, y por tanto no ha podido multar, a ninguna portadora de la vestimenta rigorista en dependencias públicas. En Barcelona han sido vistos en plena vía pública dos nudistas persistentes, que acostumbran a actuar como reclamo para turistas incrédulos, y una mujer que vestía el niqab. El bañador es otra cosa, aunque la regulación es imprecisa.

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Pero la inexorable maquinaria de la ley ya está en marcha. Atrás quedan veleidades liberales de la capital catalana que, por ejemplo, en 2004 subvencionaban los trípticos de dos asociaciones nudistas que invitaban gentilmente a ir desnudo por la ciudad. Lo que entonces primaba era la libertad personal. Ahora el péndulo está en el otro lado y las elecciones, cerca. Si las encuestas señalan que los bañadores no se llevan este verano, pues a por ello. Eso sí, hasta que el turismo de chancleta empiece a resentirse.

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