Nuevo Gobierno catalán

La paja y la viga

La percepción muchas veces es engañosa. Pero las personas se siguen fiando de ellas. Las autoridades competentes en la seguridad ciudadana no se cansan de declarar que la delincuencia ha descendido en Cataluña, mientras que la percepción de la gente (casuística personal incluida) se decanta por una mayor sensación de inseguridad. Con motivo del Día Internacional contra la Corrupción, un estudio elaborado por la Oficina Antifraude de Cataluña (OAC) publica unas estadísticas sobre lo que percibe la ciudadanía de sus instituciones políticas (además de otras públicas y privadas). Uno de los número...

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La percepción muchas veces es engañosa. Pero las personas se siguen fiando de ellas. Las autoridades competentes en la seguridad ciudadana no se cansan de declarar que la delincuencia ha descendido en Cataluña, mientras que la percepción de la gente (casuística personal incluida) se decanta por una mayor sensación de inseguridad. Con motivo del Día Internacional contra la Corrupción, un estudio elaborado por la Oficina Antifraude de Cataluña (OAC) publica unas estadísticas sobre lo que percibe la ciudadanía de sus instituciones políticas (además de otras públicas y privadas). Uno de los números que más me ha llamado la atención es la percepción que los catalanes tienen de la clase política: el 85,1% ven a los partidos como los más corruptos. Es decir, ese alto porcentaje de gente considera que los partidos a los que vota (y no vota) son corruptos. De esto extraigo dos conclusiones. Una, que la apreciación de corrupción que la gente tiene de los partidos que conforman el arco parlamentario catalán es bastante mayor que los casos de corrupción que se han aireado en los medios de comunicación. Y dos, que la ciudadanía suele juzgar a su clase dirigente como si esta fuera un ente separado de su praxis vital diaria. ¿Qué quiero decir con esto? Que al ejercer esta percepción tan negativa e injusta de las instituciones o, mejor dicho, de sus instituciones políticas (y, por tanto, de toda la maquinaria burocrática que gestiona el día a día de sus vidas), ese alto segmento de ciudadanía automáticamente se autositúa fuera de toda actividad corruptora. Si extrapoláramos ese ochenta y tanto por ciento a todo el territorio español, creo que el resultado sería bastante parecido.

Veo más corrupción en la sociedad de a pie que la que transita por los pasillos de las sedes de los partidos políticos

Si nos atenemos solo a la percepción, yo tendría que decir que veo más corrupción en la sociedad de a pie que la que transita por los pasillos de las sedes de los partidos políticos. Y no digamos ya la que deben de ver los guionistas de la serie La riera, a juzgar por la cantidad de corruptos por centímetro cuadrado que salen en ella. Y no precisamente políticos, excepto uno hasta ahora. Claro que no son espectaculares casos de corrupción dignos de publicarse por entregas en los diarios. Pero, aunque irrelevantes, constituyen gestos de impostura, trampas habituales, que a la larga nos hacen la vida cotidiana, directa o indirectamente, más cuestionable moralmente. Sé de pequeños empresarios autónomos y clientes que no exigen o evitan facturar por una reparación casera permitiendo la circulación de dinero negro. Leo en los diarios que algún que otro deportista olímpico ha obtenido la tan ansiada victoria gracias a la ingestión de cuanta droga se puso a su alcance. Me entero de que un cuñado ha conseguido un puesto de trabajo en una empresa porque el hermano de su novia es el jefe de recursos humanos. Yo no he visto todavía a ningún político que intentara colarse en la fila del cine: pero sí he visto a probables votantes o abstencionistas intentar hacerlo (y a veces con escandaloso éxito): claro que eso no se considera corrupción, se la suaviza llamándola picaresca. Pero por algo se empieza. Tiempo para urdir alguna trapacería que los exima de sus deberes impositivos sí que emplean. Ciudadanos que pueden ser tu vecino recurren a habilidosos gestores y expertos en ingeniería fiscal para sortear su cita con Hacienda. Es lo que llamaríamos corrupción de baja intensidad. ¿Y qué decir de los conductores que utilizan artilugios para desactivar a los radares que detectan el exceso de velocidad? ¿Y de las familias que se jactan de tener servicio doméstico a costa de no darles de alta en la Seguridad Social (extranjeros, claro)? ¿Y los trabajadores que simultanean el cobro del subsidio de desempleo con el cobro de chapuzas que no declaran? Estoy seguro de que todos estos ejemplos están incluidos en aquel 85% de probos ciudadanos tan exigentes con sus políticos. ¿Cómo era eso de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio?

J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario.

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