Columna

'Pelaos'

La realidad, la cruda realidad, se ha ido imponiendo a nuestros sueños. La semana ha sido dura. Batacazos en la Bolsa, acosos de dudas perniciosas avivadas por un partido absolutamente inmaduro para gobernar España y en medio una evidencia: que los modelos de gestión que propone el PP tampoco parece que vayan a aliviar la crisis. No les salen las cuentas.

La verdad es que uno de sus bastiones anda pelao: el Ayuntamiento de Madrid. Este ha sido el sainete. Mientras Rajoy, González Pons, Cospedal y toda la peña acosadora fomentaban el caos en una muy desagradable guerra de nervios ...

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La realidad, la cruda realidad, se ha ido imponiendo a nuestros sueños. La semana ha sido dura. Batacazos en la Bolsa, acosos de dudas perniciosas avivadas por un partido absolutamente inmaduro para gobernar España y en medio una evidencia: que los modelos de gestión que propone el PP tampoco parece que vayan a aliviar la crisis. No les salen las cuentas.

La verdad es que uno de sus bastiones anda pelao: el Ayuntamiento de Madrid. Este ha sido el sainete. Mientras Rajoy, González Pons, Cospedal y toda la peña acosadora fomentaban el caos en una muy desagradable guerra de nervios contra los mercados, Gallardón ponía cara de funeral y cierre de fiesta con sus presupuestos más restrictivos. Un papelón.

Gallardón tendrá que esperar su turno para intentar dar el salto a La Moncloa gestionando Madrid de paso y sin un duro

A duras penas llegará a culminar su última obra faraónica. Madrid Río estará listo antes de las elecciones. Una alegría y un acierto en su gestión, pero ha salido a precio de oro. Irá adelante a costa de recortes en gasto social, en otras obras, en ahorros fuertes de los que no se librará ningún distrito y en seguir debiendo dinero a los proveedores.

Su suerte es que nadie dice esta boca es mía. La oposición narcotizada e insulsa no le saca los colores más que a base de lugares comunes, escaqueándose de plantear alternativas viables y sin ningunas ganas de batalla. La dan por perdida. Esa es una actitud que como mínimo merece castigo. El pasotismo no debe tolerarse en política.

Ni siquiera su querida Espe ha sacado demasiado el colmillo. Se nota que dura la tregua y se ha enterrado el hacha de guerra entre las dos facciones ideológicas más reconocibles en el PP. La de la derecha moderna y demócrata y la heredera del franquismo. Mariano queda en medio. Un día hace guiños al nacionalcatolicismo y otro aparenta moderación. Pero no acaba de ofrecer la suficiente confianza como para que un centro razonable se fíe de él. Que venda inmuebles, le ha aconsejado Aguirre a Gallardón. Brillante.

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Y en todo este tocino rancio de decadencias, incertidumbres y callejones sin salida, queda lo más preocupante: la cara del alcalde. Su gesto denota una contenida desesperación, una tristeza perdida, una pálida impotencia. Los tiempos no le benefician, tampoco uno pondría la mano en el fuego por afirmar que a este hombre, curtido, tenaz, fanático de la política, le brote el entusiasmo, la ilusión por repetir en la alcaldía. Parece cansado, ausente, frustrado, incómodo con el destino que aún le toca cumplir. ¿Quiere seguir en su puesto? Esa es la pregunta.

Parece que le hubiera entrado una pájara. Es el tono y la actitud de todos los bandos y territorios. En Cataluña, lo mismo. ¿Alguien ha escuchado mensajes ilusionantes? El pesimismo es el signo de los tiempos. Mala cosa. Luego nos piden que levantemos la moral. Estos tipos tan cariacontecidos. Vamos aviaos.

La desesperada petición de auxilio por parte de Gallardón al Gobierno ha concluido con una leve crítica sin nombres: "Nos han movido el suelo de los pies". Más allá no puede ir, porque él sabe que ha sido el principal responsable del endeudamiento con una política tan ambiciosa como delirante en muchos aspectos. La ciudad ha cambiado bajo su mandato, se ha transformado profundamente. Pero ¿a qué precio?

A un precio crudo con su gestión. Yo me imagino al alcalde estos días haciéndose una cruda reflexión. Toda su energía puesta en el proyecto de la ciudad con vistas a dar el salto a La Moncloa y este no llega. Tendrá que esperar su turno con una gestión mucho menos lucida, menos vistosa, de cumplido, de paso, sin un duro para deslumbrar a nadie y trabajando a las órdenes de un líder gris, conformista y provinciano. Destino cruel.

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