Análisis:EL ACENTO

Lo que de verdad importa

El mundo está loco. Resulta que hay gente que entiende que cantar es ponerse a gritar unos cuantos ¡ay! y que bailar es machacar el suelo a taconazos, y va la Unesco y convierte el invento en patrimonio de la humanidad. Hay unos cuantos audaces (hombres, mujeres, niños) que se suben unos encima de otros con la hipótesis de armar un castillo, y resulta que también se les reconoce el prodigio. Pero lo mismo pasa con los que se embarcan en una representación protagonizada por una pitonisa, con los que se alimentan con vegetales rociados con aceite de oliva y con los que educan a determinadas aves...

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El mundo está loco. Resulta que hay gente que entiende que cantar es ponerse a gritar unos cuantos ¡ay! y que bailar es machacar el suelo a taconazos, y va la Unesco y convierte el invento en patrimonio de la humanidad. Hay unos cuantos audaces (hombres, mujeres, niños) que se suben unos encima de otros con la hipótesis de armar un castillo, y resulta que también se les reconoce el prodigio. Pero lo mismo pasa con los que se embarcan en una representación protagonizada por una pitonisa, con los que se alimentan con vegetales rociados con aceite de oliva y con los que educan a determinadas aves rapaces para convertirlas en cazadoras.

Así son las cosas, no hay que engañarse. Cuando la crisis amenaza a buena parte de la población con dejarla en el paro y mientras el cambio climático se ocupa con metódica parsimonia en reducir el universo a un puñado de ceniza, la Unesco va a su bola y, en Nairobi, ha declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad al flamenco, a los castells de Cataluña, al Cant de la Sibil-la de Mallorca, a la dieta mediterránea y a la cetrería, entre otras propuestas. En una primera aproximación, en todas ellas hay aspectos que podrían resultar extraños a quienes no conocen sus secretos.

Pero el asunto se podría abordar desde otra perspectiva, y es entonces cuando se puede celebrar lo que la Unesco reconoce: cuanto proclama como patrimonio cultural inmaterial tiene que ver con lo esencial, con lo más profundo y a la vez lo más familiar, con lo que de verdad les importa a determinados hombres y mujeres.

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La belleza de una voz que se rompe en un quejío sobre las notas que alumbra una guitarra española. Y la solidaridad y complicidad que existe entre quienes levantan, uno al lado de otro, un castell para conquistar el cielo. El inquietante horizonte que la sibila barrunta en la liturgia que cada Navidad se representa en Mallorca o la complicidad del hombre con halcones o azores para embarcarse en una tarea común. ¿Es que existe algo mejor que dos tomates rociados con unas gotas del mejor aceite? La Unesco ha acertado: las cosas podrán torcerse de manera definitiva, pero siempre habrá quien cante por bulerías para alegrarnos la vida.

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