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Historia de dos orillas

Saliendo de la estación de metro de Baró de Viver, el río Besòs cruza un entorno de frontera

El río Besòs tiene nombre de pariente cariñoso. Saliendo por la parada de metro Baró de Viver, de la línea 1, el río cruza -modesto y como de puntillas-, un entorno de frontera. Aquí, todavía en Barcelona, se alza la fábrica Miquel y Costas, la del famoso papel de fumar Smoking, líder mundial en el comercio del librillo. Esta orilla está cubierta de zarzas y matorrales parduzcos, ensortijados y retorcidos por toda la lengua de tierra que se pierde bajo el puente de la autopista. A nuestras espaldas un espacio en obras, al que a esta hora de la tarde se asoma un grupo de mujeres magrebíes, toda...

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El río Besòs tiene nombre de pariente cariñoso. Saliendo por la parada de metro Baró de Viver, de la línea 1, el río cruza -modesto y como de puntillas-, un entorno de frontera. Aquí, todavía en Barcelona, se alza la fábrica Miquel y Costas, la del famoso papel de fumar Smoking, líder mundial en el comercio del librillo. Esta orilla está cubierta de zarzas y matorrales parduzcos, ensortijados y retorcidos por toda la lengua de tierra que se pierde bajo el puente de la autopista. A nuestras espaldas un espacio en obras, al que a esta hora de la tarde se asoma un grupo de mujeres magrebíes, todas protegidas de un sol de justicia por sus largos pañuelos. La Ronda del Litoral se enmaraña con el nudo de la Trinitat, haciendo del paisaje un ovillo o un rompecabezas.

Aunque algunos se atreven a tirar la caña, el pez más cercano debe ser de plástico
El nombre de Besòs viene de la lengua de la tribu de los layetanos y significa orilla o ribera

Al otro lado, cruzando el puente, ya en Santa Coloma de Gramenet, el margen se suaviza, verdea con un prado que tiene algo de valle vasco. Lo circunda una senda llamada el Camí de les Paraules, festoneada -de vez en cuando- por pensamientos y aforismos pegados al muro junto al que discurre, como este de Marius Santpere: "Viure és provar-ho infinites vegades". Decenas de ciclistas y practicantes del footing pasan veloces y sudorosos, junto a parejas cogidas de la mano y a un guardia urbano que le indica una dirección a esa chica pelirroja. En la hierba, dos jovencitas toman el sol con gafas oscuras y auriculares en las orejas, mientras un señor duerme la siesta bajo un arbusto. No hay mucha gente, pero parecen felices. Cerrando los ojos es perceptible un griterío infantil, como de patio de colegio. Dos niñas y un niño juegan en la lejanía, lanzando piedras al agua. Si no levantamos la vista del cauce podría pensarse que estamos en el campo.

Es evidente que los dos lados no significan lo mismo. De una parte, la capital para la que esto es el fin y el extremo, su particular Finisterre. De la otra, la ciudad de tamaño medio, superpoblada y caótica, que recupera espacio verde y le da identidad al lugar que abraza este caudal. Para Barcelona, el Besòs solo es uno de los dos afluentes que delimitan su término. Para Santa Coloma y para Sant Adrià es la nueva fachada, el lugar de reposo para guerreros con mp3, la hora del recreo para muchos trabajadores que vienen aquí a relajarse después de una extenuante jornada.

Aunque algunos se atreven a tirar la caña, el pez más cercano debe ser de plástico, y debe estar en la bañera de algún niño de los alrededores. Por lo que puede verse en los dibujos que hay inscritos en los dados metálicos que ha puesto el Ayuntamiento, está prohibido: ir en barca, soltar cometas, conducir maquetas de barcos teledirigidos, bajar hasta aquí en coche o en moto, llevar perro, beber agua, bañarse o tirar cosas al río. Ajenos a tantas prohibiciones, un abuelo y su nieta siguen absortos el discurrir de la corriente, talmente como si estuviesen elevando una plegaria a lo que de ancestral y mítico guardan todos los cursos fluviales.

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Cuentan los eruditos que el nombre de Besòs procede de la lengua que hablaba la tribu de los layetanos -de la misma raíz que Baetulo (Badalona)-, que al parecer significa orilla o ribera. Existe la sospecha que en este tramo final de su lecho existió un santuario pagano, destinado a apaciguar oscuras deidades responsables de sus súbitas crecidas que lo inundaban todo a su paso (las famosas besotadas, actualmente muy controladas).

En la Edad Media alimentó el Rec Comtal, con el que se calmaba la sed de los habitantes de Barcelona y sus cultivos. Sufrió los infortunios de la industrialización y fue considerado como el río más contaminado de Europa hasta hace unos años, cuando la creación del Parque Fluvial del Besòs le devolvió la vida. Ahora, con tanto vecino que viene aquí a refrescarse, tiene un aire de Jarama ferlosiano, de playa de interior o de verano en casa, sin sobresaltos.

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