Crisis en el Ayuntamiento de Barcelona

Consultas: ¿nunca más?

¿Conviene usar un instrumento participativo como la consulta después de la experiencia de la Diagonal? Mi respuesta es sí. Es evidente que el momento no ha sido el más adecuado, pero tampoco es adecuado confundir una vía presente en muchas ciudades del mundo, que trata de complementar la democracia representativa con consultas directas a la ciudadanía, con política de escaparate. No deberíamos liquidar para siempre este tipo de consultas, previstas en la Carta municipal, confundiendo mala coyuntura o mala implementación con problemas estructurales de los mecanismos participativos.

La fo...

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¿Conviene usar un instrumento participativo como la consulta después de la experiencia de la Diagonal? Mi respuesta es sí. Es evidente que el momento no ha sido el más adecuado, pero tampoco es adecuado confundir una vía presente en muchas ciudades del mundo, que trata de complementar la democracia representativa con consultas directas a la ciudadanía, con política de escaparate. No deberíamos liquidar para siempre este tipo de consultas, previstas en la Carta municipal, confundiendo mala coyuntura o mala implementación con problemas estructurales de los mecanismos participativos.

La formulación de la consulta explica, en parte, la confusión creada. Y en ello están todos metidos. El PSC e ICV propugnaron la reforma, ERC impuso la consulta, que fue aceptada por todos, y CiU añadió la tercera opción, refugio a la postre de tantas y distintas voluntades e interpretaciones. Las dos propuestas presentadas daban por resuelto algo que, finalmente, ha sido el gran punto de fricción: el modelo de movilidad de la ciudad. La consulta se planteó a partir de dos opciones de espacio público que servían de soporte a una única opción de movilidad que priorizaba el transporte público. Lo que ha quedado claro es que el debate estaba y está ahí, y no en optar entre rambla y bulevar.

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La experiencia apunta a que un equipo de gobierno municipal deberá pensárselo dos veces antes de convocar otra consulta. Pero ello no liquida en absoluto ese instrumento de democracia participativa local. Es absurdo confrontar diálogo con los vecinos y consulta formalmente establecida. Son aspectos perfectamente complementarios. Cuando se trata de decidir el formato de espacio público, los mecanismos de diálogo y de deliberación con los afectados pueden ser suficientes. Pero cuando se trata de decisiones de fondo sobre el futuro de la ciudad, una consulta formal que dé voz a la ciudadanía es perfectamente razonable, ya que mide las viabilidades sociales de cualquier proyecto técnico. En este caso, sólo se han sentido implicados los cercanos al problema o los que querían castigar a los que mandan. No se ha conseguido hacer del tema un asunto de ciudad.

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