AL CIERRE

Lo común, lo de todos

El reciente Premio Nobel de Economía, concedido a la politóloga Elinor Ostrom, tiene el valor de reconocer, por una parte, el extraordinario trabajo de recuperación y de resignificación de las tradicionales formas de propiedad colectiva y de su capacidad para mantener la sostenibilidad de recursos naturales básicos, que ha llevado a cabo esa mujer. Y por otra parte, realza el valor de lo común: de lo que es de todos y de cada uno, sin ser ni mercantilizado ni institucionalizado. Desde mi punto de vista, destaca en su trabajo de investigación y análisis la voluntad de partir de los problemas y ...

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El reciente Premio Nobel de Economía, concedido a la politóloga Elinor Ostrom, tiene el valor de reconocer, por una parte, el extraordinario trabajo de recuperación y de resignificación de las tradicionales formas de propiedad colectiva y de su capacidad para mantener la sostenibilidad de recursos naturales básicos, que ha llevado a cabo esa mujer. Y por otra parte, realza el valor de lo común: de lo que es de todos y de cada uno, sin ser ni mercantilizado ni institucionalizado. Desde mi punto de vista, destaca en su trabajo de investigación y análisis la voluntad de partir de los problemas y no de las disciplinas. Sus trabajos mezclan con rigor elementos propios de la antropología, de la historia, de la economía y del resto de las ciencias sociales, combinándolos con enfoques propios de las ciencias naturales. Todo un ejemplo para la extendida rigidez académica y disciplinar que muchas veces se afana en buscar respuestas a preguntas que nadie formula.

Pero quisiera asimismo poner de relieve la significación política de su trabajo. Ostrom afirma con pasión que no hay salidas estrictamente individuales a los retos colectivos que tenemos planteados. Rebuscando en las formas colectivas de gobernar lo común, ha insistido en poner en valor la resiliencia, o capacidad de recuperación de muchos sistemas de recursos naturales para mantenerse a lo largo del tiempo y para afrontar crisis recurrentes, de forma flexible y elástica. Hoy vemos como en América Latina las comunidades indígenas ponen de manifiesto la fuerza y consistencia de sus costumbres y formas colectivas de gobierno y de propiedad, influyendo de manera significativa en los nuevos rumbos del continente. Muy cerca, en el delta del Llobregat, la comunidad de usuarios de sus recursos hídricos ha aprendido a gestionar el patrimonio común, buscando formas de gobernanza de un recurso que hubiera ya perecido con una gestión estrictamente individualizada y competitiva. En el campo del conocimiento, de la tecnología y de la cultura, estamos aprendiendo que lo común nos hace avanzar más que si seguimos los criterios de apropiación individual y estrictamente mercantil que hasta hace poco parecían imbatibles. La economía social y cooperativa reaparece como fuerza modernizadora en un escenario en el que los efectos de la hegemonía neoliberal y estrictamente competitiva hacen sentir sus efectos.

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