Editorial:

La fiesta de Gaddafi

El desenlace del 'caso Lockerbie' desvela la cara oculta y el cinismo del régimen libio

El coronel Muammar el Gaddafi ha celebrado el 40 aniversario de su llegada al poder con la pompa y la ostentación que ha caracterizado su larga y cambiante vida política. Readmitido en la comunidad internacional tras haberse convertido en un paria por su responsabilidad directa en los atentados terroristas contra un avión de la compañía Pan Am (270 muertos) sobre Escocia, y contra un DC-10 de la compañía francesa UTA en Chad, el autodenominado guía de la revolución protagoniza a sus 67 años una nueva metamorfosis con la complicidad de los países occidentales, ávidos de los recursos petr...

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El coronel Muammar el Gaddafi ha celebrado el 40 aniversario de su llegada al poder con la pompa y la ostentación que ha caracterizado su larga y cambiante vida política. Readmitido en la comunidad internacional tras haberse convertido en un paria por su responsabilidad directa en los atentados terroristas contra un avión de la compañía Pan Am (270 muertos) sobre Escocia, y contra un DC-10 de la compañía francesa UTA en Chad, el autodenominado guía de la revolución protagoniza a sus 67 años una nueva metamorfosis con la complicidad de los países occidentales, ávidos de los recursos petrolíferos libios y necesitados de aliados en el mundo árabe ante la ofensiva islamista.

El desenlace del caso Lockerbie desveló, sin embargo, la cara más oscura del régimen libio e impidió la presencia de jefes de Estado y de Gobierno europeos y occidentales en los fastos, pero no la asistencia del ministro español de Asuntos Exteriores, Miguel Angel Moratinos. El recibimiento ofrecido en la capital libia al terrorista Abdel al Mehagri, tras salir de la prisión escocesa donde debía cumplir cadena perpetua por el derribo del avión de la Pan Am, provocó estupor e indignación. Liberado, pese a las presiones de EE UU, por motivos humanitarios al padecer un cáncer terminal, su puesta en libertad obligó a un gran ejercicio de hipocresía para ocultar los inconfesables intereses británicos que aconsejaron su liberación. No menor fue el cinismo libio al negar que hubiera habido un recibimiento oficial al terrorista. Las imágenes, con el hijo de Gaddafi en las escalerillas del avión dando la bienvenida a Mehagri, fueron suficientemente elocuentes. En algunas cancillerías europeas se temía, además, que el terrorista participase en los fastos del aniversario lo que hubiera añadido más sal a la herida.

Gaddafi, sucesivamente campeón de la unidad árabe, padrino del terrorismo internacional y ahora promotor de la unidad africana, ha sobrevivido a golpes de Estado, bombardeos de Estados Unidos y a sanciones internacionales. Caprichoso e imprevisible, en busca siempre de mayor influencia internacional, ha convertido a Libia en un país abierto a la inversión extranjera. Su colorido despotismo nunca ha reparado en medios para mantenerse en el poder. Pero su gran salvavidas ha sido y es la enorme riqueza energética de Libia, codiciada por una Europa sedienta de petróleo que antepone la estabilidad de su abastecimiento a la justicia.

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