Columna

Soluciones que viajan

Merece la pena debatir una salida mauritana a la crisis hondureña o una gibraltareña a la de Kosovo

¿Qué tienen en común Honduras, Gibraltar, Mauritania y Kosovo? Si uno es latinoamericanista, experto en política exterior española, arabista o especialista en los Balcanes, la mera pregunta muy probablemente le provocará un más que completo escepticismo. Pero a la luz de lo visto estas últimas semanas en estos cuatro escenarios, merecería la pena discutir la posibilidad de una salida mauritana a la crisis hondureña o el mérito de una aproximación gibraltareña a la situación de Kosovo.

Comencemos por Honduras. A pesar del error cometido al intentar forzar su reelección, el presidente en ...

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¿Qué tienen en común Honduras, Gibraltar, Mauritania y Kosovo? Si uno es latinoamericanista, experto en política exterior española, arabista o especialista en los Balcanes, la mera pregunta muy probablemente le provocará un más que completo escepticismo. Pero a la luz de lo visto estas últimas semanas en estos cuatro escenarios, merecería la pena discutir la posibilidad de una salida mauritana a la crisis hondureña o el mérito de una aproximación gibraltareña a la situación de Kosovo.

Comencemos por Honduras. A pesar del error cometido al intentar forzar su reelección, el presidente en el exilio tiene la legitimidad internacional, pero muy pocas posibilidades de hacerla valer para lograr reinstalarse en su cargo. Por su parte, el nuevo presidente carece de la legitimidad internacional pero, además del apoyo del Ejército, cuenta con el sostén del poder legislativo y judicial, lo que representa una serie de hechos consumados nada desdeñable. La presión internacional no parece que esté funcionado, y la suspensión de la ayuda internacional, más que doblegar al régimen, acabará perjudicando a los más desfavorecidos. La situación está bloqueada y sin visos de mejorar. De hecho, todavía puede empeorar sustancialmente si se va a un enfrentamiento civil.

Algo parecido se ha vivido en Mauritania, donde el Ejército intervino en agosto pasado para sacar del poder al presidente electo y hacerse con las riendas del Gobierno cuando éste intentó destituir a la cúpula militar. Todo ello fue objeto de unánime condena internacional, ya que, a pesar de las sospechas sobre las verdaderas intenciones democráticas del presidente depuesto, había sido elegido democráticamente. Pero al contrario que en el caso de Honduras, donde la diplomacia española ha liderado la retirada de embajadores europeos, España adoptó un perfil público bajo, en ningún caso apostó o secundó sanciones internacionales, dejó bien claro que las relaciones bilaterales en modo alguno se iban a resentir y optó por una salida negociada.

Casi un año después, un acuerdo entre todas las fuerzas políticas ha permitido que se celebren nuevas elecciones presidenciales. El resultado ha sido bendecido por la Unión Europea y la Unión Africana y es de esperar que la normalidad retorne al país. Eso sí, si yo fuera el presidente depuesto de Honduras, el acuerdo mauritano me preocuparía por dos razones: una, que como parte del acuerdo, el presidente depuesto no pudo presentarse a las nuevas elecciones; dos, que las elecciones las ha ganado el general golpista, que sí que pudo presentarse. ¿Truco o trato? Veremos.

Y ahora Gibraltar. Se ponga como se ponga la oposición, el Tratado de Utrecht no da más de sí. Son cosas que pasan cuando pierdes una guerra, así que, a menos que quieras probar suerte otra vez, se trata de otro hecho consumado. La soberanía es española, sí, pero eso tiene poco valor práctico. Estados Unidos ha tardado cincuenta años en darse cuenta de que su bloqueo a Cuba no funciona; en nuestro caso, trescientos años deberían ser un marco temporal suficiente para darse cuenta de que gritarle a una roca es inútil. Así que bien por el ministro: su declaración desde Gibraltar reiterando la posición española sobre la soberanía a la vez que ofreciendo la más estrecha cooperación práctica en el día a día es sumamente acertada.

Tan acertada que sería ideal para una nueva aproximación española a Kosovo, que inevitablemente tendrá que adaptarse a la situación que se generará en enero de 2010, cuando España asuma la presidencia de la UE, tenga que hablar en nombre de los 27 Estados miembros de la Unión y gestionar la exención de visado comunitario para los ciudadanos serbios, además de los cientos de cuestiones prácticas que serbios o kosovares tienen que resolver. Desde luego, una visita de Moratinos a Kosovo y a Serbia reiterando, en línea con lo dicho en Gibraltar, su desacuerdo con la solución de independencia adoptada pero ofreciendo todo el apoyo práctico de España y la Unión Europea para hacer la vida de serbios y kosovares más fácil sería muy bien venida en la región y fuera de ella y contribuiría enormemente a mejorar nuestra imagen. La otra opción es, como en Gibraltar, esperar trescientos años para darnos cuenta de que la cuestión de la soberanía es el problema, no la solución.

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Los especialistas no se cansan de advertirnos de que las mismas soluciones no funcionan en contextos distintos. Pero si los problemas viajan, ¿por qué no iban a hacerlo las soluciones? Algunas, desde luego, han aprovechado el mes de julio para hacerlo. Yo me despido hasta septiembre.

jitorreblanca@ecfr.eu

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