AL CIERRE

Un asunto de narices

Barcelona debe de ser la única capital del planeta donde los varones, sin asomo de pudor ni recato, a plena luz del día, se tratan de chato. Este localismo, ejecutado con la mayor naturalidad, es totalmente transversal y afecta al elemento masculino sin distingos de edad o clase social. Así, a medida que chata, chati o chatina desaparecen del repertorio apelativo, aumenta el uso de chato, que se ha visto aplicar hasta a consejeros del tripartito. ¿Hemos de suponer por tanto que, lejos de tratarse de un tuteo cariñoso, estamos ante una peculiaridad fisiológica?

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Barcelona debe de ser la única capital del planeta donde los varones, sin asomo de pudor ni recato, a plena luz del día, se tratan de chato. Este localismo, ejecutado con la mayor naturalidad, es totalmente transversal y afecta al elemento masculino sin distingos de edad o clase social. Así, a medida que chata, chati o chatina desaparecen del repertorio apelativo, aumenta el uso de chato, que se ha visto aplicar hasta a consejeros del tripartito. ¿Hemos de suponer por tanto que, lejos de tratarse de un tuteo cariñoso, estamos ante una peculiaridad fisiológica?

Eduardo Mendoza, en La ciudad de los prodigios, cuenta que los primeros moradores, los layetanos, eran reconocibles por criar largos pelos en la nariz, pero no dice nada sobre la longitud de sus apéndices nasales. No obstante, todo indica que los narigones gozan de mayor favor entre nuestros vecinos que aquí. Basta recordar que tanto en Francia como en España, Cyrano y Quevedo siempre llegan después que sus hocicos. Nuestros antepasados, más pudorosos en sus exhibiciones, parecían hacer gala de su poquedad, como si una nariz minúscula le otorgase a su propietario una expresión más armoniosa. Eso es lo que pensaban en la cofradía de los Xatos, que se pasaron los siglos XVIII y XIX desfilando por la ciudad, en romería hacia el santuario de Sant Mus, en Rubí. Este santo, antaño tan venerado en Barcelona, es el patrón de los que tienen la nariz pequeña. Pero ¿de qué les protege? ¿Acaso temen que les crezca y sus novias les dejen por ello? ¿No habíamos quedado en que el tamaño no importa?

Todo indica que aquí los narigones no gozan del favor popular

Podría decirse que la chatura es el reverso del también autóctono home dels nassos, siempre con la expresión fatigada de quien lo ha olido todo. Hombres de poca nariz, nuestros conciudadanos siguen llamándose chato con una vocación igualitaria, con un afán por el goce corto -por el ¡total, son dos días!, en el fondo tan barcelonés- que la moral burguesa se encargó de adulterar con el mandato del puñetero seny.

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