Análisis:

Ecologistas en la oposición

La causa ecológica está lejos de haber triunfado, pero hoy en día ha sido universalmente reconocida como un valor positivo y, sobre el papel, abrazada por tirios y troyanos. Tanto es así que los primeros grandes ideales que la movieron desde su aparición en el siglo pasado son utilizados en la actualidad como eslóganes publicitarios de las grandes empresas energéticas. Las mismas a las que los ecologistas identifican, precisamente, como activos agentes de buena parte de los desastres medioambientales. Los ejemplos de este reconocimiento abundan. Basta con ver por televisión que son empresas en...

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La causa ecológica está lejos de haber triunfado, pero hoy en día ha sido universalmente reconocida como un valor positivo y, sobre el papel, abrazada por tirios y troyanos. Tanto es así que los primeros grandes ideales que la movieron desde su aparición en el siglo pasado son utilizados en la actualidad como eslóganes publicitarios de las grandes empresas energéticas. Las mismas a las que los ecologistas identifican, precisamente, como activos agentes de buena parte de los desastres medioambientales. Los ejemplos de este reconocimiento abundan. Basta con ver por televisión que son empresas energéticas y no grupos ecologistas las que afirman, en costosos anuncios, que trabajan incansablemente para legar a las generaciones futuras un mundo más limpio y ecológicamente sostenible.

En Cataluña esto sucede mientras las medidas para mejorar el medio ambiente adoptadas por el actual Gobierno, que incluye a un partido ecologista entre sus componentes, son rápida y rotundamente descalificadas por una oposición que nunca se distinguió por tener este tipo de prioridades. Lo paradójico del caso es que se dice rechazarlas, siempre, en nombre del interés ecológico.

Cuando se limita a 80 kilómetros por hora la velocidad de la circulación en determinadas áreas para reducir la contaminación, la oposición se atribuye la representación del "auténtico ecologismo" y afirma que esta medida no influye en absoluto en las emisiones de CO2. Cuando se propone reducir el consumo de bolsas de plástico, el rechazo viene con el argumento, ecológico, por supuesto, de que la medida será inútil porque el mercado absorberá su coste económico. Cuando se articula una política hidráulica basada en la contención de la demanda, el ahorro, el reciclaje, el recurso a las fuentes cercanas, la desalación de agua marina, la oposición niega el carácter ecológico de la apuesta y desdeña sus beneficios medioambientales. Y en su lugar defiende la continuidad de la política de oferta para vender el agua de los Alpes en todo el litoral mediterráneo español.

El éxito del ecologismo en el combate ideológico ha sido tan grande que uno de sus conceptos básicos, el de sostenibilidad, ha sido también adoptado por todo el mundo, tanto si viene a cuento como si no. Y se utiliza para defender, sin rubor alguno, políticas no sostenibles. No es fenómeno nuevo. Lo mismo sucede desde tiempo inmemorial con la palabra social y sus derivados, por ejemplo. En el caso del ecologismo, sin embargo, las cosas se complican también porque muchas veces el primer objetivo aparece como negativo, es decir, pretende poner fin a políticas muy enraizadas, convertidas por la práctica en "lo normal", y las sustituye por otras que implican la renuncia a hábitos sólidamente instalados en la sociedad y afectan a intereses legítimos. Es el caso, por ejemplo, de la primacía absoluta del transporte por carretera. El cambio de modelo en el transporte supone, entre otras cosas, apostar por el ferrocarril en vez de por las autopistas. Pero dejar de construir una autopista, como era en sus orígenes el proyecto de Cuarto Cinturón de Barcelona, pongamos por caso, acarrea de inmediato la acusación de "parar" el progreso del país. Las jeremiadas que levantan entonces los portavoces del ecologismo "bien entendido", el de la oposición a los ecologistas, claro está, proclaman que con el partido verde en el Gobierno no hay economía que se sostenga.

Y así sucesivamente.

Se trata de argumentos falaces. La oposición recurre a ellos porque no quiere reconocerse para nada como antiecologista, aunque lo que de hecho defiende es el conformismo y la pasividad frente el modelo energético, industrial y de transporte que lleva décadas dañando el medio ambiente. La pura y simple continuidad de las políticas que aplicó cuando CiU y el PP formaban la mayoría de gobierno, con el resultado de contribuir al actual grado de deterioro medioambiental, llámese contaminación atmosférica, destrucción del hábitat y el paisaje, muerte biológica del Mediterráneo o uso de tóxicos persistentes que dañan la salud.

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