Columna

Terra Me(i)ga

Es una muy elocuente ironía histórica. El tópico de Galicia Terra Meiga o Terra de meigas, en pocos días (final de noviembre, si las previsiones no fallan) debería quedar definitivamente superado por el de Terra de megas, megas de megavatios de energía eólica. El concurso de concesiones de energía eólica supone necesariamente un reajuste histórico de los planes empresariales en Galicia en relación a la explotación de nuestros recursos naturales.

La transparencia en la adjudicación y la valoración en base a proyectos empresariales que irreversiblemente repercutan en nuestro paisaje socia...

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Es una muy elocuente ironía histórica. El tópico de Galicia Terra Meiga o Terra de meigas, en pocos días (final de noviembre, si las previsiones no fallan) debería quedar definitivamente superado por el de Terra de megas, megas de megavatios de energía eólica. El concurso de concesiones de energía eólica supone necesariamente un reajuste histórico de los planes empresariales en Galicia en relación a la explotación de nuestros recursos naturales.

La transparencia en la adjudicación y la valoración en base a proyectos empresariales que irreversiblemente repercutan en nuestro paisaje social y económico, además de la deseable cesión de participación en los beneficios a la Xunta de Galicia, son sólo los puntos de partida que vertebrarán un antes y un después en la agenda empresarial y económica del país.

El verdadero desafío está en devolver a Galicia el usufructo de parte de sus recursos naturales

Escribo estas líneas desde muy cerca del embalse de Castrelo de Miño y el contraste histórico es obvio e inevitable. En la década de los sesenta, Galicia fue expoliada en términos de energía hidráulica, sin respeto alguno por el impacto medioambiental y en el contexto grotesco de una población trabajadora que emigraba en masa y de un censo notable de localidades a las que no llegaba (y tardaría en hacerlo) la corriente eléctrica. De hecho, en la memoria histórica de la lucha democrática, aquella movilización contra la presa de Castrelo supuso un hito en la incorporación a la lucha antifranquista de los valores medioambientales y de la galleguización en la reivindicación de nuestros recursos naturales.

Las polémicas de los políticos y politólogos profesionales sobre el asunto vuelven a ser miopes. Se centran por parte del PP en el propio concurso público, cuando ellos aplicaron sin ningún control la "adjudicación digital", a ello se suma cierto morbo mediático e intrigante de lo que supondrá el concurso en las relaciones entre los dos partidos de gobierno. Pero el debate sobre la energía eólica y su explotación nos debería llevar a otros códigos de modernidad. Primero, porque es un debate estratégico sobre la política energética y se produce en un momento clave. Afortunadamente, Galicia debate sobre energías renovables (el viento, el sol y el mar) en la antesala de una muy próxima discusión global sobre la energía atómica y a los términos habituales de la dialéctica "nucleares sí, nucleares no" se sumará la invocación de que el avance tecnológico habría podido subsanar problemas de seguridad y de eliminación de residuos.

Para posicionarnos en esa controversia los ciudadanos, además de convicciones civiles e ideológicas, vamos a necesitar acumular conocimientos casi exclusivos de los ingenieros nucleares. Pero el vértice más próximo y real del asunto se va a referir al propio modelo de gestión empresarial y de responsabilidad social corporativa. Es evidente que el concurso obliga a todos los aspirantes a arraigar en Galicia su actividad y los proyectos empresariales vinculados, tal y como se prima en las condiciones. Es obvio, también, que desde Industria se ha motivado directamente al empresariado gallego a optar a los codiciados megas. Sería una perversión pivotar la tensión sobre los posibles privilegios de empresas autóctonas frente a las foráneas.

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El verdadero desafío está en que los que vengan de fuera tendrán que devolver socialmente mucho a una Galicia de la que van a usufructuar parte de sus recursos naturales, pero el reto es para el empresariado gallego, que tendrá que demostrar que es capaz de desarrollar know how eficiente en energía eólica y, sobre todo, ejercer de gallegos sin complejos, superando carencias seculares.

Los molinos girarán con melancolía de blues en nuestro paisaje primigenio y a mí sólo me queda decir que echo de menos en el asunto, dado que es tan rentable estratégicamente, que alguna voz no hubiese clamado por la administración de la energía eólica por compañías de titularidad pública, aunque sólo fuese por abrir el debate. En las últimas semanas esta "nacionalización" no hubiese sonado, quizás, tan excéntrica.

Que la Terra de Megas sea mejor para todos que la Terra de Meigas.

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