"Todo el mundo te amenaza. No te fías de nadie"

Durante cuatro interminables meses, Inna, una espectacular bielorrusa víctima de una red de explotación sexual, pidió auxilio a sus clientes. "Les contaba lo que me pasaba y me decían, 'pobrecita, pobrecita', pero siempre volvían. Eso sí, me dejaban propina. Aunque les dijera que no quería más dinero, sino ayuda, no lo entendían", relató a este diario el pasado noviembre, cuando el Gobierno empezaba a hablar de un Plan Nacional de Acción contra la Trata.

Cinco años después de aquel infierno, Inna le pide ahora al Gobierno, que ayer avanzó el borrador del plan, que proteja a las mujeres ...

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Durante cuatro interminables meses, Inna, una espectacular bielorrusa víctima de una red de explotación sexual, pidió auxilio a sus clientes. "Les contaba lo que me pasaba y me decían, 'pobrecita, pobrecita', pero siempre volvían. Eso sí, me dejaban propina. Aunque les dijera que no quería más dinero, sino ayuda, no lo entendían", relató a este diario el pasado noviembre, cuando el Gobierno empezaba a hablar de un Plan Nacional de Acción contra la Trata.

Cinco años después de aquel infierno, Inna le pide ahora al Gobierno, que ayer avanzó el borrador del plan, que proteja a las mujeres como ella. "Todo el mundo te amenaza. No te fías de nadie. El señor del chalé me decía que tenía amigos en la policía y que si iba a denunciarle me meterían en la cárcel. Y me amenazaban constantemente con hacerle daño a mi familia en Bielorrusia", recuerda. "Necesitamos saber que hay un sitio al que podemos escapar sin miedo y sentirnos seguras para poder denunciar a los explotadores. Y protección jurídica. Te sientes totalmente indefensa. No sabes a quién acudir"

Inna tenía 21 años cuando cayó en la red. Había llegado a España engañada por su novio, quien tras llevarla a un chalé madrileño donde ella creía que iba a trabajar de asistenta, recogió un sobre con dinero y se largó. "Después supe que con lo que le dieron por mí, se había comprado un Mercedes. Me lo dijo la chica que llegó al chalé dos semanas más tarde".

Una mujer ucrania que a partir de entonces se convertiría en su sombra, le explicó: "Ese no va a volver, ha cobrado y se ha ido. Si te portas bien, no te pasará nada. Si los clientes se van contentos, el jefe está contento. Tú te llevas 30 euros a la hora". Después descubriría que el cliente pagaba 300 euros y que el jefe se llevaba 270, y que aquello era una red de prostitución de lujo.

A ella le costó mucho acudir a la policía, aunque pensó en escaparse "desde el primer día". Pero sin documentación, -le habían quitado el pasaporte-, sin dinero, y sin hablar apenas el idioma -"lo fui aprendiendo con los clientes"-, sintió que "no iba a llegar a ningún sitio". Hasta que un día no pudo más y acudió a la policía. "Quería que me deportaran. Acabar con esto", recuerda. Inna denunció a sus explotadores y se escondió en una casa de acogida del Proyecto Esperanza, una ONG integrada en la Red Española Contra la Trata de Personas, que ayer le reiteró al Gobierno la necesidad de que asuma la protección de las víctimas y garantice su recuperación "física y emocional".

Su explotador fue juzgado y condenado. Inna reside hoy legalmente en Madrid, trabaja en un lugar donde nadie conoce su historia y tiene un novio madrileño que la ha ayudado a olvidar.

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