Columna

¡Nunca fue un túnel!

Esto de la memoria histórica parece cosa acomodaticia. O sea, unos quieren que se llegue al despanzurramiento de las cunetas, y otros se inventan el pasado y lo interpretan sin el menor deseo de verificar si lo que aseguran, defienden o combaten se corresponde con lo que en realidad ocurrió. A veces se trata de cuestiones de fundamento y otras de carácter accidental que traslucen la desenvoltura generalizada y un desdén por la verdad, que también anda entre los sucesos menudos.

¡Cuánta razón tenía el maldecido doctor Goebbels, si es que dijo aquello de que una mentira mil veces repetida...

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Esto de la memoria histórica parece cosa acomodaticia. O sea, unos quieren que se llegue al despanzurramiento de las cunetas, y otros se inventan el pasado y lo interpretan sin el menor deseo de verificar si lo que aseguran, defienden o combaten se corresponde con lo que en realidad ocurrió. A veces se trata de cuestiones de fundamento y otras de carácter accidental que traslucen la desenvoltura generalizada y un desdén por la verdad, que también anda entre los sucesos menudos.

¡Cuánta razón tenía el maldecido doctor Goebbels, si es que dijo aquello de que una mentira mil veces repetida acaba convertida en verdad! La conveniencia transitoria o la pereza intelectual permiten que se perpetúen sucesos que ocurrieron de otra manera. No creo que quede nadie en el mundo que sostenga que el Guernica de Picasso tuvo como motivo la cogida y muerte de Ignacio Sánchez Mejías, el torero más literario del siglo XX. Que aparezca la cabeza del toro, del caballo, del picador y de una tía del apoderado del diestro no alterará nada el mito creado. El encargo del Gobierno de la República de una obra para la representación española en la Exposición Universal de París nada tenía que ver con el bombardeo de la pequeña villa guipuzcoana por la Luftwaffe.

El 'tubo de la risa' era una atracción de feria muy popular

Personas que fueron contemporáneas y testigos directos aseguran que el gran pintor, en trámite de divorcio de una de sus mujeres, realizó el lienzo a la tinta china o pintura negra, no soy experto, a fin de demostrar su carencia de dinero para adquirir pinturas y menos para abonar pensión alimenticia alguna. Que el Guernica sea el cuadro del siglo XX, no le despoja de la circunstancia en que fue concebido y realizado, ni de mérito alguno. Lo postizo de la obra fue el título.

La cuestión es ponerse a ello. No es fácil que yo lo vea, por mi mucha edad, pero nada me extrañaría que mis bisnietos tuvieran otra idea del resultado de la Guerra Civil con la que nos dimos de bruces en plena juventud. Ahora mismo, pocas personas saben quién fue don Práxedes Mateo Sagasta, salvo en La Rioja, donde el apellido famoso era Mateo, casi desaparecido en vida del tribuno, palabra que viene de tribuna, no de tribu. Pues tuvo mucha importancia en la vida del país. Tampoco parece trastornar a nadie el general desconocimiento de nuestra historia, entre otras cosas, porque no figura en los planes de estudios actuales y mal se puede exigir lo que no se ha enseñado. Pero hay una leve cuestión que estaba dispuesto a dejar pasar, de no ser porque ha rebrotado en todos los medios y afecta a la vida de los madrileños. Es una cuestión de exactitud semántica, que produce erisipela en mi memoria histórica. Empantanada la Puerta del Sol, el foco de la actualidad se fija en el empalme subterráneo entre la estación de Chamartín y la de Atocha, viejísimo problema el de unir las estaciones del Norte y Mediodía. En uno de los muchos y fugaces Gobiernos de la Segunda República, el dirigente socialista Indalecio Prieto desempeñaba la cartera de Fomento, creo que no se llamaba aún de Obras Públicas. Y tuvo una idea, que ya estaba en el aire: unir bajo la ancha vía de la Castellana y el Prado ambas terminales por medio de un túnel subterráneo.

La prensa de derechas y quizás su mamporrero de vanguardia, el semanario satírico Gracia y Justicia aprovecharon el proyecto para encarnizarse con él. Y le llamaron el tubo de la risa. El tubo, no el túnel. La desoladora falta de conocimientos, incluso de eventos relativamente próximos, ignora hoy qué era el tubo de la risa. Se trataba de una atracción de feria, entonces muy popular y muy simple: un tubo de hierro, de unos tres metros de diámetro y cinco o seis de largo, que giraba sobre su eje. Primero, unos diestros empleados accedían a él, manteniendo el equilibrio al marchar contra el sentido de la rotación, saliendo sonrientes por el otro lado.

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Animados por el ejemplo, los más osados lo intentaban y, fatalmente, caían, rebotando en la superficie curvada, que los echaba por el lado opuesto. Yo mismo subí una vez, persuadido de su facilidad, y me vi zarandeado por la fuerza centrífuga y expulsado, como la mayoría. Previsoramente, la superficie estaba recubierta de guata, que amortiguaba los rebotes. La piadosa gente que lo presenciaba se carcajeaba con ganas al ver los esfuerzos, ridículos e inútiles por mantener la verticalidad, los consiguientes porrazos y la venial humillación. Eso era el tubo de la risa, parangonado con el proyecto del Gobierno socialista, para desacreditarlo. Así que, por favor, intenten no volver a llamarlo el túnel de la risa, porque no fue así. ¡Mejor memoria histórica, compatriotas!

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