Catástrofes en Asia

La Junta birmana admite 77.000 muertos

Yangon lucha por recuperar la normalidad después del paso del ciclón

Las calles de muchos barrios de Yangon están a oscuras, sin fluido eléctrico. Algunos árboles enormes yacen al pie de la carretera del aeropuerto de la capital de Myanmar. Este es el rastro evidente que ha dejado el ciclón Nargis tras su paso por el país hace dos semanas.

A pesar de que la Junta militar ha prohibido el acceso a las zonas más afectadas, a pesar de que ha prohibido también la entrada de periodistas y ha restringido la llegada de cooperantes internacionales, la dictadura militar que gobierna desde hace 46 años este país de 53 millones de habitantes no tuvo ayer más remedio...

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Las calles de muchos barrios de Yangon están a oscuras, sin fluido eléctrico. Algunos árboles enormes yacen al pie de la carretera del aeropuerto de la capital de Myanmar. Este es el rastro evidente que ha dejado el ciclón Nargis tras su paso por el país hace dos semanas.

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A pesar de que la Junta militar ha prohibido el acceso a las zonas más afectadas, a pesar de que ha prohibido también la entrada de periodistas y ha restringido la llegada de cooperantes internacionales, la dictadura militar que gobierna desde hace 46 años este país de 53 millones de habitantes no tuvo ayer más remedio que reconocer la dimensión de la tragedia: 77.738 personas han muerto, 55.917 aún se dan por desaparecidas y más de 2,5 millones birmanos ven en riesgo su futuro por la destrucción de hogares y cultivos en el delta del Irrawaddy. Algunas organizaciones humanitarias señalan, sin embargo, que la cifra de víctimas puede ser superior a 150.000.

En Yangon, sin embargo, no hay ambiente de tragedia. La música suena en los cafés, la gente charla sentada sobre taburetes en las terrazas y en los comercios del barrio chino no faltan los clientes. "Es que si se compara con otras zonas del país, en Yangon ha muerto muy poca gente", dice un vecino que prefiere ocultar su nombre.

En los cafés la gente mira hacia la tele en completo silencio. Ven cómo los periodistas de cadenas como la CNN comentan cómo les vetaron el acceso al país. "Muchos no entienden inglés, pero es la única forma que tenemos de enterarnos de lo que ha pasado. Porque el Gobierno apenas informa en sus cuatro canales", explica este vecino.

La gente camina con chanclas entre los charcos y la basura, los vecinos pasan las horas de más calor charlando sentados a la puerta de sus casas y suena música en las tiendas. Pero a poco que se rasque la superficie empieza a salir la mano negra del régimen. Los periodistas se mueven como contrabandistas, ocultando su identidad, escribiendo con seudónimo, escondiéndose en maleteros de automóviles o en el fondo de algunos botes que bajan por el río Irrawaddy.

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Ningún taxista quiere ni siquiera aproximarse a las inmediaciones del hogar de la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi. En su casa lleva 12 de los últimos 18 años encarcelada. "La policía tiene bloqueado el acceso a su casa en más de un kilómetro a la redonda. Es imposible acercarse por allí", señala un taxista. Los militares no bromean con todo lo relacionado con esta opositora de fama internacional a quien el grupo U2 dedicó una canción. El que pretenda oírla en Myanmar se arriesga a pasar años en la cárcel.

Hay cibercafés en la ciudad. Pero cualquier teléfono móvil que provenga del extranjero se queda sin cobertura. Si uno quiere comprar una tarjeta para meterla en un teléfono liberado, alguien sonríe y explica:

-Los extranjeros no pueden comprar ningún teléfono. Y los nacionales sólo podemos solicitarlos al Gobierno. Tarda unos tres meses en contestar y apenas acepta solicitudes. Hay sólo unos 100.000 celulares en el país. Muchos de ellos sólo sirven para llamar dentro de Myanmar. La venta de móviles sin bloqueo de llamadas internacionales sólo se autorizó desde 2003.

-¿No hay partido de oposición?

-Varios.

-¿Y no pueden hablar?

-Sí, pero siempre que no critiquen al Gobierno.

Ahora nadie sonríe.

Un grupo de niños de Myanmar almuerza ayer, viernes, un cuenco de arroz en un monasterio en Yangon.EFE

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