Crónica:LA CRÓNICA

¿A quién molesta el Pastis?

La Paloma, el Boadas o el London podrían ser los locales más añejos y característicos de la ciudad, aquellos que el tiempo y la fidelidad de su clientela han convertido en organismo endémico de Barcelona. Sin embargo, lo que tienen en común es haber sufrido en los últimos años una política municipal que en vez de proteger este patrimonio prefiere sancionar negocios que llevan toda la vida en el mismo sitio, dejándoles a veces en manos del mercado.

Lluís Permanyer dijo en una ocasión que Barcelona es una ciudad de nuevos ricos, a los que les disgusta lo antiguo y cada cierto tiempo quier...

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La Paloma, el Boadas o el London podrían ser los locales más añejos y característicos de la ciudad, aquellos que el tiempo y la fidelidad de su clientela han convertido en organismo endémico de Barcelona. Sin embargo, lo que tienen en común es haber sufrido en los últimos años una política municipal que en vez de proteger este patrimonio prefiere sancionar negocios que llevan toda la vida en el mismo sitio, dejándoles a veces en manos del mercado.

Lluís Permanyer dijo en una ocasión que Barcelona es una ciudad de nuevos ricos, a los que les disgusta lo antiguo y cada cierto tiempo quieren cambiarlo todo. Ahora le ha tocado el turno al Pastis, un histórico de la noche barcelonesa que, según parece, molesta a los vecinos. La paradoja es que los supuestos perjudicados son turistas que alquilan temporalmente los apartamentos que hay sobre el local, cuyos actuales inquilinos afirman no saber nada del asunto.

Aun sin autor, la acusación tampoco tendría mayor intríngulis si no fuese porque cuesta imaginar que un lugar donde sólo ponen canción francesa, de Piaf a Gainsbourg (y donde la clientela, mayormente cuarentona, va precisamente porque se puede hablar sin que lo impida el ruido), sea objeto de medidas que podrían llevar a su cierre.

Verán, contarles cómo es el Pastis resulta una perogrullada a estas alturas. Cualquier habitante de la ciudad que haya salido más de un par de noches ha estado alguna vez. Fue fundado en plena posguerra -en el año 1947- por Joaquín Ballesteros y su esposa, Carmen, que trajeron un poco del ambiente canaille y transgresor de los bares que florecían en la IV República francesa. Sala de paredes abigarradas, llenas de cuadros oscurecidos por décadas de humo de cigarrillo, bibelots imposibles y amarillentas fotografías, que dan noticia de los años que lleva abierto este sitio. Su actual propietario -Ángel de la Villa- se puso al frente del negocio en 1980, después que la viuda de su fundador se lo traspasara, con la condición de mantenerlo en las mismas coordenadas de siempre. Y así ha sido hasta nuestros días, con una fidelidad nibelunga hacia la decoración y el espíritu que hicieron popular la casa. Pero desde hace unas semanas el Pastis está en pie de guerra. Ángel habla directamente de "acoso y derribo al viejo Barrio Chino".

Como otros propietarios de locales con solera, se siente atacado. Todo comenzó una noche del pasado mes de febrero, cuando le comunicaron que los vecinos se habían quejado. Días después, un funcionario municipal fue a verle -de madrugada- para llevarle la notificación de la denuncia, por ruidos y por no tener licencia de actividad como bar musical. Ángel sigue contestando que el Ayuntamiento jamás ha medido los decibelios dentro de su negocio. Y puntualiza: "Esto no es un bar musical, sino un bar con música".

Visto lo visto, la cosa no parece que vaya a ir a mayores. De hecho, este episodio bien podría servir, a la postre, para revitalizar el negocio y hacer que muchos barceloneses volvieran al Pastis. De momento, mitad y mitad. Ha recibido -entre otros- el apoyo de la regidora del distrito, Itziar González. Y le ha llegado una multa. Por si acaso, Ángel ya lleva más de 600 firmas recogidas y ha realizado una sonometría independiente, a fin de demostrar que no molesta a nadie.

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Lo curioso es que la decisión final sobre este asunto podría llegar antes que la respuesta a la instancia que todos los vecinos de la calle Santa Mònica enviaron al consistorio para protestar por la cantidad de orines que cada fin de semana cubren sus aceras. Cuestión de prioridades.

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