Análisis:EL ACENTO

Predicar en Bruselas

La soledad del poder es espantosa. Cuando salen de su torre de marfil, a los líderes les gusta el aplauso (a veces, dentro también). Ciertamente Zapatero debió sentir la frialdad climatológica de Bruselas cuando compareció el miércoles ante el pleno (es un decir) del Parlamento Europeo. El hemiciclo presentaba ni siquiera media entrada: apenas dos centenares de los 785 muy respetables (relativamente cierto) y generosamente remunerados (rigurosamente exacto) eurodiputados.

¿A qué fue el jefe del Gobierno a la capital comunitaria? A cumplimentar una invitación cursada hace un año con el ...

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La soledad del poder es espantosa. Cuando salen de su torre de marfil, a los líderes les gusta el aplauso (a veces, dentro también). Ciertamente Zapatero debió sentir la frialdad climatológica de Bruselas cuando compareció el miércoles ante el pleno (es un decir) del Parlamento Europeo. El hemiciclo presentaba ni siquiera media entrada: apenas dos centenares de los 785 muy respetables (relativamente cierto) y generosamente remunerados (rigurosamente exacto) eurodiputados.

¿A qué fue el jefe del Gobierno a la capital comunitaria? A cumplimentar una invitación cursada hace un año con el fin de exponer su visión sobre el futuro de Europa tal como lo hicieron antes (con bastante más éxito de público e ideas, por cierto) sus homólogos Verhofstadt, Juncker o Prodi.

Zapatero se encontró con la bancada del Grupo Popular casi desierta, aunque con el portavoz español Mayor Oreja resuelto a trasladar el escenario de "sangre y arena" de la Carrera de San Jerónimo hasta Bruselas, incumpliendo así las tradiciones del Europarlamento (y las de la cortesía). Tampoco los demás grupos (empezando por los socialistas) se distinguieron por su interés.

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Para algunos de los que asistieron a la soporífera y solitaria sesión resultó difícil encontrar algún elemento innovador en el discurso que se trajo de Madrid el presidente. Además, éste se encontró luego con duras críticas a la política migratoria y ecológica de su Gobierno. Ya se sabe que la política exterior no es su punto fuerte, por lo que pasó de puntillas, más allá de las consabidas banalidades, sobre lo que él piensa de Europa.

Arropado por su portavoz, su secretario de Estado, su consejero de política internacional y el embajador ante la UE, Zapatero guardó los folios y se fue, no se sabe si irritado por la descortesía de las euroseñorías, porque no trascendió que explicase luego sus penas en algún bar español de Bruselas al calor de un buen vino leonés.

Mención aparte para el Parlamento Europeo, cuyos miembros, en su gran mayoría, han dado ya antes abundantes pruebas de inoperancia que desprestigian la institución. Pero ésa tal vez sea otra historia y justifique otros acentos.

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