Editorial:

Clima y política

La evidencia del calentamiento terrestre exige drásticas decisiones globales. Sin retrasos

Si hay un tema sobresaliente de alcance global cuya percepción haya cambiado aceleradamente en muy poco tiempo, ése es el del cambio climático. La evidencia acumulada en los últimos años mediante observaciones y mediciones en todo el mundo deja lugar a muy pocas dudas sobre el horizonte al que conduce la desmesurada intervención industrial del hombre sobre el espacio que habita en el universo. En Valencia, donde se ultima el informe de síntesis de la ONU que deberá servir de texto de cabecera para las actuaciones a las que quieran comprometerse en el inmediato futuro los Gobiernos del planeta,...

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Si hay un tema sobresaliente de alcance global cuya percepción haya cambiado aceleradamente en muy poco tiempo, ése es el del cambio climático. La evidencia acumulada en los últimos años mediante observaciones y mediciones en todo el mundo deja lugar a muy pocas dudas sobre el horizonte al que conduce la desmesurada intervención industrial del hombre sobre el espacio que habita en el universo. En Valencia, donde se ultima el informe de síntesis de la ONU que deberá servir de texto de cabecera para las actuaciones a las que quieran comprometerse en el inmediato futuro los Gobiernos del planeta, el veredicto es contundente: hay que actuar ya, drásticamente.

La modificación del clima ha entrado a saco en la esfera de la acción política. Desde ese ámbito es donde se debe combatir y se deben intentar paliar las catastróficas consecuencias sobre las que alertan los estudiosos. El resumen que pulen en la ciudad levantina representantes de más de 130 países, para hacer suya y digerible la opinión consistente de 2.500 expertos, es también el guión de la próxima cumbre del clima en Bali, que pondrá los cimientos para sustituir al Protocolo de Kioto. Este pacto de 1998, por el que los países industrializados, con notabilísimas ausencias, pretendían reducir en un 5% entre 2008 y 2012 sus emisiones de gases de efecto invernadero respecto al nivel de 1990, se ha quedado desfasado, pese a su incumplimiento por muchos.

Kioto, que no fue ratificado por el desdeñoso Gobierno de Bush, ahora en una actitud mucho más realista, y cuya letra no afectaba a grandes contaminadores en vías de desarrollo, como China o India, es ya más una referencia de pasado que de futuro. Si hay que creer en las buenas intenciones, la Unión Europea, por ejemplo, se propone ahora reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero entre un 20% y un 30% en 20 años, y mantener pese a ello tasas aceptables de crecimiento. España, en este escenario global, no ha hecho los deberes. Pese a que el acuerdo de la UE para cumplir con Kioto sólo le permitía aumentar sus emisiones un 15%, lanza a la atmósfera actualmente un 50% más de gases contaminantes que en 1990.

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Los científicos consideran incontrovertible el calentamiento de la tierra. La concentración de CO2 en la atmósfera es la mayor en más de medio millón de años. Los efectos de ignorar esos hechos y de mantener el ritmo actual de emisiones venenosas serán devastadores a medio plazo -ya comienzan a serlo- y castigarán especialmente a los países más pobres, en forma de grandes sequías e inundaciones, es decir, grandes hambrunas. La subida del nivel del mar forzará desplazamientos masivos, con todas sus consecuencias geopolíticas. Las decisiones son urgentes, porque el cambio climático que inducimos y sobre el que todavía tenemos herramientas de contención está abocado a alterar decisivamente los hábitos de vida de los seres humanos.

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