Reportaje:

La costa que florece en otoño

Una apacible ruta por el litoral de Murcia entre el cabo de Palos y Águilas

Mucho más que La Manga del Mar Menor. Y mucho menos degradada por el ladrillo (de momento) que otras zonas del litoral mediterráneo español. Así es la costa de Murcia que abarca entre el cabo de Palos y Águilas, la gran desconocida de esta comunidad autónoma uniprovincial que tiene un poco de Levante y un poco de Andalucía, sin llegar a ser de ninguna de las dos. Un litoral abrupto donde la silueta de los molinetes arruinados de viejas explotaciones mineras, y las montañas de ganga y escoria de mil tonalidades ocres arrancadas a la tierra desde época romana, dominan unos parajes solitarios, de...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Mucho más que La Manga del Mar Menor. Y mucho menos degradada por el ladrillo (de momento) que otras zonas del litoral mediterráneo español. Así es la costa de Murcia que abarca entre el cabo de Palos y Águilas, la gran desconocida de esta comunidad autónoma uniprovincial que tiene un poco de Levante y un poco de Andalucía, sin llegar a ser de ninguna de las dos. Un litoral abrupto donde la silueta de los molinetes arruinados de viejas explotaciones mineras, y las montañas de ganga y escoria de mil tonalidades ocres arrancadas a la tierra desde época romana, dominan unos parajes solitarios, de calas nudistas y atardeceres sangrientos de brea y de sal.

Puro desierto pedregoso, pero en ello radica su belleza y su misterio. Brezales, lastonares de esparto, henequenes, pitas y coscojas pueblan un territorio duro y áspero quebrado por un sol cegador

Conviene empezar el paseo por Calblanque, un sorprendente paraíso con kilómetros de playas arenosas, acantilados y dunas fósiles de gran interés geológico, a pocos kilómetros del cabo de Palos y de los excesos urbanísticos de La Manga, donde sólo los restos de algunas explotaciones mineras y dos núcleos de pequeñas casas cúbicas y encaladas -Covaticas y La Jordana- delatan la actividad humana. Calblanque es una palmera y un palmito, una azufaifa y un cornical. Es la luz mediterránea, el viento cálido y el cielo infinito.

Un espejo donde quiere reflejarse el paisaje africano de la otra orilla del Mare Nostrum, colonizado por plantas de nombre enamoradizo: artos, orovales, cornicales, bayones, albaidas... Los expertos les llaman iberoafricanismos, especies presentes en ambas orillas del Mediterráneo. Arbustos inteligentes y de nombre poético, bien adaptados a la extrema sequía habitual del sureste español, que pierden la hoja cuando llegan los estíos veraniegos y florecen como un arrebato de vida en cuanto aparecen las primeras lluvias otoñales. Pero la magnitud de esta costa quebrada y cortada a pico, en ocasiones alcanza su cenit en el cabo Tiñoso, una espada de roca que se adentra en el Mediterráneo, entre Mazarrón y Cartagena. Tiñoso es un nido de águilas que domina buena parte del litoral, razón por la que el ejército lo eligió para instalar una de las baterías de costa que defendían la cercana rada de Cartagena. Dicen que hacer la mili en cabo Tiñoso sólo era equiparable a la mala suerte de quien le tocaba hacerla en Regulares de Melilla. Hoy, desmantelado el cuartel y abandonadas las instalaciones militares, miles de curiosos suben cada año hasta esta atalaya natural para disfrutar de las vistas y de los imponentes cañones abandonados, que nunca llegaron a entrar en combate.

Al pie de cabo Tiñoso, en la ladera norte, está la rada El Bolete, accesible desde la aldea de Campillo de Adentro. El sol apacible de la mañana murciana ayuda a componer una escena marina casi perfecta, sin un solo edificio ni intervención humana que la desmerezca, a excepción de los círculos flotantes de una granja de atunes instalada frente al antiguo cuartel donde la Guardia Civil vigilaba el litoral en busca de contrabandistas.

El horizonte limpio, que se deshilacha en jirones blanquecinos cuando intenta fundirse con el azul del mar, deja que la imaginación recorra asombrada ese panorama de kilómetros y kilómetros de costa pura, inmaculada, en un país donde el desarrollo turístico de los setenta se lo cargó prácticamente todo. La mirada se pierde sin encontrar un elemento disonante.

Boletín

Las mejores recomendaciones para viajar, cada semana en tu bandeja de entrada
RECÍBELAS

Desde El Bolete nace una senda que bordea los acantilados hasta cala Aguilar, una pequeña rada a la que sólo se puede acceder en barco o a pie. Luego se inicia una fuerte subida hacia el pico de La Muela, de apenas 545 metros de altura, pero ganados uno a uno sin respiro, desde el nivel del mar. Desde arriba se domina la cala del Portús, con uno de los cámpings nudistas de más solera en el Mediterráneo, y la dársena y los castillos de Cartagena.

Cañones abandonados

Por el camino se ven restos de viejos cañones abandonados, puestos de observación y casamatas comidas hoy por la hierba que defendían los accesos a la estratégica base naval cartagenera, razón por la que se han conservado tantos y tantos kilómetros de costa en estado puro. El ejército se reservó su entorno para instalar las baterías de costa y los puntos de observación necesarios para su defensa. Sin proponérselo, el fin militar contribuyó al medioambiental, logrando que todo este rosario de acantilados y calas de cantos rodados y arena gruesa llegara hasta nuestros días tal y como lo vieron -y lo vivieron- nuestros tatarabuelos.

Entre el Puerto de Mazarrón y Águilas, los dos principales núcleos turísticos de la costa sur murciana, se despliegan las Puntas de Calnegre, un paisaje africano atrapado en la misma soledad que invade todo este tramo de litoral. Una pista de tierra en aceptable estado de conservación culebrea entre alijares y ramblas pedregosas, encargadas de desaguar el sobrante de las tormentas en unas playas de cantos redondos y negruzcos.

Es una ruta lenta, fatigosa para el vehículo, pero muy bella. Quienes prefieran un trayecto más confortable pueden tomar la pequeña carretera asfaltada del Garrobillo, que discurre unos kilómetros tierra adentro, entre un mar de invernaderos que logra sacar dos cosechas anuales a una tierra reseca como ésta, pues no conviene olvidar que apenas llueve en este rincón perdido del Mediterráneo.

Puro desierto pedregoso, pero en ello radica su belleza y su misterio. Brezales, lastonares de esparto, henequenes, pitas y coscojas pueblan un territorio duro y áspero, quebrado por un sol cegador. Salpicando la solana aparecen retazos amarillentos de cereales, mientras la calina cimbrea el fondo ocre y pardo de las ramblas. Hay kilómetros y kilómetros de playas solitarias con cantos rodados en las que sólo algunas cortijadas de adobe o unas palmeras datileras rompen de vez en cuando el perfil desnudo de sus lomas negras.

Los nuevos enemigos

La carretera termina en cabo Cope, el tercer gran accidente geográfico de la costa murciana, mucho más desconocido que los cabos de Palos o Tiñoso. En Cope se conserva aún una de las muchas torres defensivas construidas en época de Carlos III para prevenir a la población de ataques berberiscos.

Lo dejó escrito el cronista Castillo Bobadilla en un documento del siglo XVI: "Aquella costa suele ser infestada y ofendida de moros y moriscos del Reyno de Granada que se han ido a Argel... Ay seys torres en esta costa, y están designadas treynta y seys, y cada torre tiene seys soldados y un cabo, y cuando hay galeotas, se da aviso para que los pastores y gentes del campo se retiren". El documento detalla también que a estos soldados se les pagaba a través de un impuesto "que ay de medio real por arroba de todo el pescado que muere en estos mares para el sustento destas torres".

Abocadas aún a la inmensidad azul del mar, las almenas de la torre de Cope nos permiten imaginar la zozobra y el temor que debían de experimentar sus servidores cuando vieran aparecer velas enemigas sobre esa misma línea de horizonte que ahora se antoja como sinónimo de paz y dulzura.

Por desgracia, hoy, los enemigos de Cope son otros. Al pie de esta misma torre está prevista la construcción de uno de los mayores complejos turísticos del Mediterráneo, con varios hoteles, campos de golf, miles de viviendas y puerto deportivo. Mejor darse prisa para conocerlo en estado puro antes de que todo cambie.

El recinto militar de cabo Tiñoso, en la costa murciana, hoy abandonado y visitable, guarda las baterías de costa que protegían la entrada al puerto de Cartagena.JOSÉ RAMÓN AGUIRRE
Calblanque, en el litoral murciano, cuenta con kilómetros de playas arenosas, acantilados y dunas fósiles de gran interés geológico.JOSÉ RAMÓN AGUIRRE

Archivado En