Editorial:

Grietas en Teherán

El relevo del negociador nuclear destapa antagonismos en el régimen. Y suscita alarma

La crisis iraní, puesta de manifiesto por la destitución del negociador nuclear Alí Lariyaní, un hombre respetado por sus interlocutores europeos, refleja en primera lectura el inquietante aumento del control por parte del presidente Mahmud Ahmadineyad, el rostro más radical del régimen de los ayatolás. Aunque nadie fuera de un oscuro sanedrín en Teherán conoce las implicaciones precisas del relevo, que ocurre en un momento crítico del pulso entre los aliados occidentales y el régimen iraní, es un hecho que no habría sucedido sin la bendición, al menos tácita, del supremo líder Alí Jamenei, cu...

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La crisis iraní, puesta de manifiesto por la destitución del negociador nuclear Alí Lariyaní, un hombre respetado por sus interlocutores europeos, refleja en primera lectura el inquietante aumento del control por parte del presidente Mahmud Ahmadineyad, el rostro más radical del régimen de los ayatolás. Aunque nadie fuera de un oscuro sanedrín en Teherán conoce las implicaciones precisas del relevo, que ocurre en un momento crítico del pulso entre los aliados occidentales y el régimen iraní, es un hecho que no habría sucedido sin la bendición, al menos tácita, del supremo líder Alí Jamenei, cuya aquiescencia es imprescindible para mover un papel en el país islámico.

La salida de Lariyaní, y su sustitución por un directo paniaguado de Ahmadineyad, Said Yalilí, ha provocado, sin embargo, una fractura abierta de puertas afuera de un régimen que pasa por monolítico. Así deben considerarse tanto las críticas del ex ministro de Exteriores Velayatí como la carta de 183 de los 290 diputados iraníes lamentando la decisión. El presidente Ahmadineyad, que cabalga en la bonanza petrolífera, tiene un apoyo consistente de los iraníes más pobres -muchos-, pero sectores importantes de la clase política y los negocios, no sólo en las filas reformistas, le consideran un lastre para el despegue de Irán y causa directa de su creciente aislamiento.

El relevo del firme pero pragmático Lariyaní, secretario del Consejo de Seguridad Nacional, parecía inevitable después de que el belicoso Ahmadineyad declarase recientemente que no hay nada que negociar sobre un programa nuclear que Teherán califica de civil pero que EE UU y la UE consideran tapadera de las ambiciones militares iraníes. El negociador atómico durante los dos últimos años ha chocado más de una vez en este tiempo con la visión radical y fundamentalista del presidente de su país.

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No es casual, aunque llevase tiempo gestándose, que Washington haya anunciado ayer una vuelta de tuerca contra el régimen islamista. Las nuevas sanciones decretadas por Bush, en vísperas de que el Consejo de Seguridad decida si seguir estrechando el cerco a Irán, tocan esta vez a grandes empresas y bancos iraníes y a los Guardianes de la Revolución, el ejército de élite leal a Ahmadineyad al que EE UU acusa de fomentar el terrorismo en Irak.

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