Reportaje:FERIA DE FRANCFORT

La fiesta de los editores

Lo verdaderamente importante en Francfort casi nunca ocurre en la sede de la feria, en los inmensos pabellones llenos de cristales y aluminio que se levantan ahí a un tiro de la estación. Donde se cuecen los contratos millonarios, se descubre a un nuevo autor, se dictaminan las corrientes que van a marcar la temporada, se bendice a un clásico desaparecido o se decide promocionar los libros dedicados a los gatos es en los bares de los hoteles, en los restaurantes, en las fiestas. De todos ellos, uno es el sitio por antonomasia: el hotel Frankfurter Hof. Basta desembarcar allí por la noche, dura...

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Lo verdaderamente importante en Francfort casi nunca ocurre en la sede de la feria, en los inmensos pabellones llenos de cristales y aluminio que se levantan ahí a un tiro de la estación. Donde se cuecen los contratos millonarios, se descubre a un nuevo autor, se dictaminan las corrientes que van a marcar la temporada, se bendice a un clásico desaparecido o se decide promocionar los libros dedicados a los gatos es en los bares de los hoteles, en los restaurantes, en las fiestas. De todos ellos, uno es el sitio por antonomasia: el hotel Frankfurter Hof. Basta desembarcar allí por la noche, durante cualquier día de la feria, para entender de inmediato de qué va el invento. Y el invento va de que en las cinco jornadas que dura la cita de los libros más importante del mundo las estrellas son los editores.

La primera feria se celebró en 1949 en la Paulskirche, la iglesia Evangélica que en 1849 acogió el primer Parlamento alemán
Se ha doblado el espacio del 'merchandising', con lo que los libros pueden llegar mejor arropados a los escaparates
A José Saramago, Gao Xingjian o Dario Fo la noticia del Nobel les sorprendió en la Feria de Francfort

Ahí están en el Frankfurter Hof, por la noche y tras los días maratonianos llenos de tensión y de citas y de cotilleos y rumores, agarrados a una copa, con un punto de hermosos y malditos. Hermosos porque su trabajo tiene que ver con la inteligencia y la belleza. Malditos porque el libro va perdiendo el aura que tuvo hasta hace poco y se lee menos y se ha ingresado en la batalla de las cifras cuando, todos ellos, de una manera u otra, todavía conservan o quisieran conservar la dimensión legendaria de su oficio: ser editor es ser el vehículo de la palabra. De una palabra que conmueve, que ayuda a pensar y a descubrir el mundo y que entretiene.

La Feria de Francfort la pusieron en marcha por primera vez dos libreros, Alfred Grade y Heinrich Cobet, y tuvo lugar entre el 18 y el 23 de septiembre de 1949. La Segunda Guerra Mundial no quedaba lejos, la ciudad había sido arrasada por los bombardeos y el propósito era recuperar la iniciativa y servirse del libro para potenciar la energía cultural alemana, puesta en entredicho tras los bochornosos años en que se había impuesto la parafernalia nazi, y su querencia por la quema de libros. Se celebró en la Paulskirche, la iglesia Evangélica situada en el corazón de la ciudad y cargada de simbolismo ya que, como cuenta Sergio Vila-Sanjuán en El síndrome de Frankfurt (RBA), "en 1849 había celebrado allí su reunión el primer Parlamento alemán".

Un año después se hacía cargo de la feria la Asociación de Libreros y Editores Alemanes, Börsenverein, fundada en 1825, y enseguida le dio un sesgo más internacional a la cita. Si en la primera edición habían participado 205 editoriales alemanas (que presentaron 8.400 títulos), en la segunda se incorporaron otros cien editores, que procedían de Suiza, Francia, Austria o el Reino Unido. Francfort se convertía en una babel de lenguas y el libro se alzaba como referente cultural de la Europa que emergía de las ruinas.

Desde aquel año, la feria abandonó la Paulskirche y se trasladó al recinto donde se celebra hasta hoy. Una inmensa torre de 265 metros, la Messeturm, es su punto de referencia, visible desde distintos puntos de la ciudad. El conjunto ha ido creciendo: uno de los últimos pabellones en construirse ha sido el número tres, diseñado por Nicholas Grimshaw y abierto en 2001. Los diferentes edificios están concebidos para este tipo de eventos. Igual la semana anterior alojaban una feria de productos lácteos y la siguiente otra dedicada a la venta de ascensores. Así que están pensados para la acumulación, para servir como escaparate, para propiciar el intercambio comercial. El punto cultural es totalmente secundario, un barniz que sólo existe cuando los pabellones se llenan de libros durante unos días del mes de octubre.

Los edificios, de varias plantas cada uno, están unidos por largos pasillos que se recorren en cintas deslizantes. De la puerta principal a la sala de prensa se puede tardar unos veinte minutos. Hay entradas diferentes y, según se elija, se accede más rápidamente a unos u otros pabellones. Conviene dar unas cuantas cifras para cogerse cuanto antes el mareo: la superficie dedicada a exhibir libros, cuenta Vila-Sanjuán de una de las últimas ediciones, es de unos 171.790 metros cuadrados incluyendo los vestíbulos, hay 7.275 expositores de 110 países distintos. La luz artificial la generan 13.000 tubos, que puestos en fila sumarían 17 kilómetros. Así que en esta feria, se quiera o no se quiera, es muy fácil cansarse. Y los periodistas, encargados de medirle el pulso y de contar cuanto allí ocurre, viven permanentemente con la conciencia de estarse perdiendo lo más importante. Y se cansan más porque corren de un lado a otro hasta el punto de convertir las cintas deslizantes en su verdadero hogar.

A los exquisitos editores de los años cincuenta no les gustaba ese carácter excesivamente comercial de su oficio, así que no se pasaban por el recinto ferial. Eso lo dejaban para sus subordinados, mientras ellos pontificaban sobre los caminos de la literatura y el ensayo en los salones reservados de lujosos hoteles y en sofisticadas fiestas en las que corría el champán. Ese espíritu señorial es el que mueve todavía hoy a muchos de los editores que se hacinan, noche tras noche, en el Frankfurter Hof. El marco podría ser el mismo, o muy parecido. La diferencia: que lo que era la reunión de unos cuantos barones de la edición se ha convertido en una reunión de masas en la que hace falta un infinito coraje para llegar a una de las barras, superando miles de cuerpos que te estrujan, te impiden respirar y te arrugan el traje y la corbata. Vive Dios que allí reina la jovialidad, y que se escuchan risas y que aquello parece una celebración. Es incomprensible pero cierto. Quizá entre tantos ya no se marcan los pasos de la próxima literatura, pero se hacen amigos.

Si fuera posible levantar los techos de los pabellones y ver desde arriba lo que en ellos sucede, lo que se tendría delante sería una suerte de hormiguero. Largas filas de puntos negros que se deslizan en todas las direcciones y que van entrecruzándose en puntos modales donde se producen eventuales atascos. Así, hora tras hora, hasta que la feria cierra y todas esas filas se vacían hacia el exterior. De vez en cuando, en algún lugar, puede observarse que la fluidez se interrumpe un tanto. Como si allí hubiera algo goloso y más hormigas de las previsibles se hubieran detenido para hacerse con su ración de azúcar. ¡Hombre, si es Günter Grass! Su editorial le organizó una entrevista pública en algún lugar del recinto y se aglomeró un poco más de gente. Firma de libros, hacinamiento instantáneo, y a otra cosa. Si un periodista pasaba por allí, igual lo cuenta. El titular de su periódico resaltará la presencia del escritor alemán en la feria. Pero la impresión es la de dar gato por liebre. Por mucho Grass que sea, siempre será una anécdota minúscula de una feria donde lo esencial es otra cosa: comprar y vender.

Salvo acontecimientos puntuales, los atascos en el hormiguero son irrelevantes. Casi siempre coincide con la feria el momento en que la Academia Sueca anuncia el ganador del Premio Nobel de Literatura. Ha habido incluso ocasiones en que el ganador estaba en Francfort. Entonces sí. Entonces hay noticia de verdad y las largas filas de puntos negros, como abducidas por un imán, se dirigen al mismo sitio. Dario Fo estaba ahí y protagonizó una multitudinaria rueda de prensa en 1997. Lo mismo pasó con Gao Xingjian en 2000. José Saramago supo la buena nueva en el aeropuerto, cuando se disponía a regresar a su país. El viaje se anuló, volvió a la feria, lo asaltaron periodistas de medio punto, lo masacraron los fotógrafos a flases, se sabe que sobrevivió.

Si el ganador no está en Francfort, el revuelo es menor. Pero existir, existe. El punto de peregrinación es entonces la sala de los agentes literarios. ¿Quién tiene al nuevo Nobel?, ¿quién da más? Surgen súbitamente las chequeras, se organiza el tráfico, empiezan las subastas. La agitación es notable, pero pasa.

Conviene detenerse un instante donde reciben los agentes literarios. Ahí queda retratada la quintaesencia de la feria. Un espacio diáfano y un montón de mesas. Es necesario pedir hora, las citas suelen durar media hora, y a desfilar. Todo gira en torno a los catálogos. Ahí están descritos los autores y sus libros. Como si fueran medicinas, por ejemplo, sólo que en vez de curar el constipado el producto ofrece trama medieval y misterio y, en vez de paliar la otitis, la virtud que se señala es su vertiginosa manera de contar una aventura de iniciación erótica en mitad de la Segunda Guerra Mundial. Hay que atender al precio, al tipo de público al que se dirige, a las posibilidades de colocarlo en el mercado, a lo que está haciendo la competencia, a su presencia en las listas de libros más vendidos, si acaso (en algunos casos) a las críticas recibidas. Resulta significativo que, habida cuenta los tiempos que corren, este año la feria haya doblado el espacio dedicado a lo que no son exactamente libros. Es decir, a la parafernalia (el merchandising) con que pueden llegar mejor arropados a los escaparates.

Cierto que las propuestas culturales son numerosas (este año son 2.500 los actos previstos en el programa y visitarán la feria figuras de la relevancia de Richard Dawkins, Fay Weldon, Richard Ford, Elif Shafak o Umberto Eco, entre otros). Más aún las que suele hacer el país invitado (o la lengua invitada, o el continente invitado). Es la manera de llamar la atención, de darse a conocer, de despertar interés. El objetivo: vender derechos. No hay otra, y es legítimo y de eso se trata precisamente. Que haya en esta edición un ámbito con el espectáculo de los bloggers en acción (hay que contar ya lo que está ocurriendo), que exista una caseta especializada en educación y un programa de actos en que se propone reflexionar sobre sus desafíos en el futuro, que el sábado se haya convertido en el día de África, que se apoye el audiolibro, que vuelva a convocarse a los aficionados al manga para que se vistan de sus personajes favoritos...: todo eso está ahí para arropar lo esencial, el trabajo de los editores, su afán de dar a conocer lo que hacen y su necesidad de programar sus colecciones para la temporada que viene.

Durante cinco días, del 10 al 14 de octubre, los pabellones de la feria ceden todo el protagonismo a los editores (y los escritores y ensayistas e historiadores y politólogos y teóricos de las más diversas disciplinas se convierten en sus comparsas). El último día, y como si los profesionales del libro decidieran devolver en una solemne ceremonia el protagonismo a los que los hacen, se entrega el Premio de la Paz, que cada año otorga la Asociación de Editores y Libreros Alemanes. La cita es por la mañana en la Paulskirche. Vuelve ahí el silencio y recogimiento con que se leen los libros, cesa la vorágine del mercado donde se venden. El galardón lo han recibido, entre otros, Hermann Hesse, Thornton Wilder, Karl Jaspers, Ernst Bloch, Max Frisch, Mario Vargas Llosa, Octavio Paz, Jorge Semprún, Orhan Pamuk, Susan Sontag, Peter Esterhazy, Jürgen Habermas o Martin Walser. Este año el elegido ha sido el historiador israelí Saul Friedländer, un judío nacido en Praga en 1932 en una familia de lengua alemana, cuyos padres murieron en Auschwitz y que ha destacado por sus rigurosos trabajos sobre el Holocausto y el Tercer Reich.

Gao Xingjian, rodeado de periodistas en la Feria del Libro de Francfort de 2000, tras anunciarse que se le habían concedido el Premio Nobel de Literatura.REUTERS

Las cifras de las letras

ø Este año habrá en la Feria de Francfort 110 países participantes (tres menos que en 2006) y 72 casetas de colectivos editoriales alemanes (los mismos que en 2006).

ø A la primera cita, que se celebró en la iglesia de Paulskirche en 1949, sólo acudieron 205 editores alemanes.

ø 171.790 metros cuadrados de exhibición, incluyendo los vestíbulos. Los mismos que en la anterior edición.

ø Un total de 7.275 expositores individuales: 3.273 alemanes (15 menos que en 2006) y 4.002 extranjeros (18 más). -

P Los títulos son 388.486: 119.675 de ellos nuevos y 6.020 libros menos que en 2006. -

P Por tercer año consecutivo se destinan 1.500 metros cuadrados a los libros de segunda mano.

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P 2.500 actos previstos, cubiertos por unos 10.000 periodistas.

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